D o c e

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Noviembre 05, 2017.

R A C H E L   P R I C E.

Camino un par de cuadras antes de llegar al apartamento. Me deshago de los tacones a penas entro al edificio. Saludo a Louis —el recepcionista— al pasar frente a él. Tomo el elevador. Estoy agotada por hoy para seguir caminando en las escaleras.

Algunas ocasiones pienso en si debería de renunciar, pero mi mente se mantiene ocupada y largas noches como éstas evitan que pase más tiempo en un lugar que no puedo llamar hogar.

Cierro los ojos y froto mi frente. El sonido del elevador abriendo suena y es ahí cuando camino hacia delante. No me fijo en mis pasos, pues sé de memoria el camino.

—Tengo que hablar contigo.

Mis ojos van hacia la particular voz que reconozco a la perfección éstos días.

—¿Eiden? —me aproximo hasta quedar unos pasos frente a él —, ¿estás bien?, ¿ocurrió algo?

Sus ojos me escuadriñan acusatorios. Su expresión es molesta, y preciso la vena que resalta en su cuello.

—Tú deberías decírmelo —acorta los pocos pasos de separación y sus ojos se posan en los míos—, ¿mandaste a Brent a seguirme?

No retrocedo ante su intimidación.

—Si, lo hice.

Aprieta su puño—. Lo preguntaré una sola vez: ¿porqué?

—¿Por qué?, ¿de verdad lo preguntas? —apunto su pecho con el dedo medio—, ¡mírate!, vienes hecho un desastre.

—Oh, y exactamente tú...

No lo dejo terminar.

—Y si, sé que no soy la mejor persona para darte un ejemplo de actitud. Pero vienes hecho un desastre donde no quieres ni hablar de ello. ¿Y me pides que te deje ir sólo así?, ¿cuándo tú no eres así?

Sus facciones se endurecen un poco más.

—Tal vez lo sea —aparta mi mano de un empujón—, pero sea del modo que sea, no te da ningún derecho de meterte en mis asuntos.

Trago el nudo que se formó en mi garganta.

—¡Bien! —acepto—, quizás me apresuré en hacerlo. ¡Pero me preocupé!, ¿es mucho poder comprender eso?

Su respiración es todo lo que llega a mis oídos. No emite palabra alguna.

Cuando creo que dirá algo más, su cuerpo se relaja y su mirada cae al piso cuando murmulla:

—Tal vez deberías dejar de hacerlo.

—¿Dejar de hacer qué?

—Preocuparte. Preocuparte por mi.

—¿Qué quieres decir?

La tormenta en sus ojos me ataca, queda a escasos centímetros de mi rostro cuando me toma por los hombros y su aliento pega de lleno en mi rostro.

—Trato de decirte —pausa cuando inhala profundo—, que no quiero que te involucres más en mis asuntos. Que no quiero que te preocupes por mi cuando no te lo he pedido. Que no quiero que creas que tiene algún derecho sobre mi, o mi vida, cuando tú y yo no somos nada más que un par de conocidos. Y absolutamente que no quiero que creas que puedes hacer conmigo lo que te venga en gana. ¿Lo entiendes?

Me quedo de piedra. Por mi mente la frase "lo sé" se repite como un disco trabado,

Mis ojos pican por alguna absurda razón, pero me obligo a sostener su mirada que ahora mismo me recorre con desprecio.

—¿Eso fui? —indago con la voz ronca. Maldita sea—, ¿un estorbo en tú perfecta vida?

Justo como lo ha hecho antes, sentimientos encontrados sisean por su iris, antes de dar un paso hacia atrás.

—Si, esa es justo la palabra que te describe a la perfección.

—¿Todo esto es por qué he mandado a Brent? —me obligo a preguntar.

—No, esto es por ti.

—¿Por mi? —resoplo. El pequeño agujero de dolor que estaba creciendo en mi pecho es reemplazado por la ira.

—Si.

Éste no es él. Eso pienso ahora mismo. Pero no lo conozco hace más de un mes y una duda se desplaza encima de ese pensamiento.

¿Realmente llegué a conocerlo?

—¿De verdad esto es lo que quieres?

—Si, es lo que quiero.

—¿Terminarás esto antes de siquiera empezarlo?

Suelta un bufido. Y eso es todo lo que necesito para sentirme como una total idiota.

—¿Quieres que te lo explique de otra más sencilla de entender?

Una cínica sonrisa ocupa el lugar de la calidez que días atrás solía demostrar. Y mi mirada se queda trabada en ese movimiento.

Pasa por mi costado para dirigirse al elevador. Mi mano vuela hacia su brazo, ignorando mis pensamientos, deteniéndolo.

—Creo que deberíamos hablar con más calma.

Y si, es lo más estúpido que podría decir, pero, ¿qué más quedaba?

—No quiero hablar contigo, ¿¡acaso no lo entiendes!?

Grita la última parte. Ésta última vez no consigo reprimir el escalofrío de mi cuerpo.

Mil recuerdos traspasan las fronteras de mi mente, saliendo de la profundidad en dónde habían caído con el tiempo.

No siento mi cuerpo y mi agarre se afloja, y en ese instante, sin voltear hacia atrás, jala su brazo, liberándose. El sonido de sus pasos y el de mi corazón acelerado es lo único que soy capaz de reproducir.

Escucho el elevador bajar. Cierro los ojos. Me lleno de una valentía estúpida que siempre ha estado conmigo, haciéndome cometer ésta clase de tonterías donde persigo a una persona  que grita por no ser perseguida.

Es lo que sueles hacer. No es así, ¿Rachel?

Bajo las escaleras lo más rápido que puedo. Siento mis latidos explotar en mis oídos. Llego hasta abajo y salgo a la acera donde la fresca brisa de madrugada me recibe por completo.

Mi mirada desesperada e iracunda se dirige a todas partes y a ninguna, pues él se ha ido.

Se ha ido sin dejar más rastro que las huellas que han quedado después de haber pisoteado mi cuerpo y mi corazón con su llegada y con su despedida, todo al mismo tiempo.

¿Quieres ser mía?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora