PROLOGO

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CARLOS.

Esto no podía ser verdad, tenía que ser un mal sueño, mi desconfianza había puesto a la mujer de mi vida en una situación como esta.

Cometí un terrible error al dejarla ir y obedecer los consejos de mi familia. Nunca debí soltar a la mujer que amaba, permitir que fuera de otro, dado que ahora ella estaba a pocos minutos de ser la esposa de alguien más que no era yo, porque renuncié a ese puesto como el cobarde que llevaba siendo durante años.

La prima de Diana salió de la habitación donde estuvieron arreglando a la novia con mi hija en brazos y sentí un nudo en la garganta al imaginar que otro hombre pretendía ocupar mi puesto, un individuo que creí mi amigo, pero todo indicaba que sólo fui un ingenuo que se dejó engañar fácilmente. Sin ser capaz de esperar un segundo más, me adentré a la estancia con prisa, encontrándome a una novia perdida en su letargo, totalmente sola.

Se veía hermosa, pero ni siquiera su belleza camuflaba su tristeza.

—Diana —solté con un hilo de voz y avancé en su dirección, lamentando que de un salto se incorporara de su lugar con sorpresa y reticencia.

—¿Qué haces aquí? —Se escudó tras el diván—. No puedes estar aquí, ¡tú no estás invitado a mi boda!

Si por ella fuera, yo jamás me habría enterado de este acontecimiento.

—Perdóname —supliqué desesperado, apartando el mueble que nos separaba, y me arrodillé a sus pies, abrazándolos con firmeza alrededor de sus rodillas—. Perdóname por todo lo que te hice, todo tiene una explicación; perdóname por ser un idiota y permitir que mi familia llegara tan lejos. Te amo, Diana, te amo tanto que no quiero que te cases con otro hombre que no sea yo. Dame una oportunidad y déjame demostrarte todo lo que estoy dispuesto a hacer por ti y nuestra hija.

Estaba desesperado, no quería perder a las dos mujeres de mi vida.

—Por favor, levántate —pidió angustiada—. No lo hagas más difícil.

Palabras de aliento.

—Lo ves, mi amor, casarte no debería ser difícil. —Me incorporé de un salto, acunando sus manos—. Y lo es porque aún me amas. —Ella tenía que entrar en razón, todavía podíamos huir—. Recuerda cuando nos casamos, ambos confiados de que podríamos enfrentar a un mundo entero.

Sus manos abandonaron las mías, enviando una punzada de temor a todas mis extremidades.

—No, Carlos. —Odié la pena que brilló en sus hermosos ojos grises—. Debo casarme, Ewan ha hecho mucho por mí y Amy.

—Yo también puedo hacer mucho por ustedes —solté exasperado—. Dame una oportunidad.

—¿Me pides una oportunidad cuando tú mismo me llevaste a firmar un acuerdo con Ewan? —La voz se le quebró y una lágrima se deslizó por su mejilla, la primera de un centenar—. Fuiste tú quien me acorraló y utilizó a Amy para forzarme a hacer algo que no quería.

Tragué con fuerza, sintiendo como el pánico crecía en mi interior y rápidamente negué con la cabeza. Nunca debí amenazarla con quitarle la custodia de nuestra hija, dejé que las mentiras cegaran mi buen juicio y no me permitieran aceptar lo maravillosa que era mi esposa.

—Le devolveré hasta el último centavo, te doy mi palabra de que así será; pero ahora debemos huir.

Antes de que Diana arruinara su vida, prefería quedarme en la calle, usaría todo mi dinero para sacarla del apuro en el que terminé metiéndola; total, no sería la primera vez que enfrentaría la pobreza y tenía la capacidad y voluntad de salir adelante.

—Ewan no necesita el dinero, ¡eso le sobra! —soltó con frustración, empujándome por el pecho, y me sentí una basura por ser el único causante de su dolor.

—Huyamos —insistí—. Amy y tú estarán bien conmigo.

—¿Qué me dices de Carol? —Me observó con ojos acusadores—. Desde un principio quisiste formalizar con ella, ¿qué haces aquí, estropeando mi boda?, ¿para esto apresuraste nuestro divorcio?

—Discrepo —espeté rápidamente—. Lo que fue en un principio no es lo mismo de lo que es ahora, pasamos por muchas cosas como para que insinúes que la seguiré eligiendo a ella.

—Ella...

—¡Está loca! —exploté furibundo, no teníamos tiempo que perder—. Es a ti a quien amo, es a ti a quien deseo y sólo contigo me casaré más de cien mil veces si es necesario. —Intenté besarla, pero cuando nuestros labios estuvieron a pocos centímetros de distancia, una fuerza mayor tiró de mi hombro hacia atrás, tomándome por sorpresa, y me obligó a girar sobre mi eje para estampar un puño en mi pómulo.

—¿Con qué derecho acosas a mi novia?

—¡Ewan!

Diana jadeó horrorizada, cubriéndose la boca con ambas manos, y una sonrisa perversa se dibujó en mi rostro. Su llegada era algo inoportuna, pero si quería que las cosas se aclararan, su presencia era indispensable. 

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Gracias y perdón (Capítulos De Muestra) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora