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No tenía la menor idea de cómo lo hice, pero conseguí mantener la calma mientras él me estudiaba con pericia, detallando cada parte de mi cuerpo y posteriormente mi rostro, como si por un momento se sintiera en medio de una alucinación y no fuera capaz de aceptar que me tenía a su merced, que después de siete años, por fin me había encontrado.

Un escalofrío recorrió mi espina dorsal al sentir sus dedos sobre mis pálidos hombros, regando una larga caricia hacia mi clavícula. Tragué con fuerza cuando ascendió por mi cuello y me sujetó del mentón con fuerza, para posteriormente rozar mis labios con la yema de su pulgar con necesidad.

—¿Qué haces en la boda de mi hermano?

Fue como si me echara un balde de agua fría encima y pronto el pulso se me disparó al comprender que la otra boda que se estaba llevando a cabo era de Daniel Montaño. No quería ni imaginarme qué hubiera pasado si hubiera elegido atender esa celebración, lo más probable era que todos los Montaño me hubieran acorralado para llevarme a la delega... La compresión me golpeó con fuerza y lo empujé por el pecho, sin tener éxito alguno.

Carlos ni siquiera se movió un ápice.

No podían detenerme, Amy estaba con Margot y se preocuparía en exceso si no llegaba esta noche por ella.

—Hazte a un lado —ordené con firmeza y el rostro varonil me sonrió con sorna.

Los años lo habían cambiado, desde la tonalidad de su voz hasta la dureza de sus facciones. Cuando nos casamos, Carlos era un hombre delgado, soñador y aniñado; pero ahora estaba frente a un hombre totalmente diferente, uno que era poderoso, hermoso y mujeriego.

—Vi ese vestido antes, ¿eres mesera? —Quiso humillarme con su pregunta, pero eso no funcionaba conmigo.

—Sí, no precisamente de la boda de tu hermano, pero ¿gustas que te traiga algo? —Ironicé y su sonrisa divertida me informó que estaba algo achispado por el alcohol, nadie podría sonreírle de esa manera a la mujer que le robó hace ya varios años.

—Te crees muy graciosa, ¿no?

No dejé que sus palabras me cohibieran y lo miré de pies a cabeza. Hice una mueca al ver su cinturón abierto y parte de su camisa fuera de su pantalón.

Era injusto, los años lo habían puesto más bueno y a mí... Me habían pasado factura.

—Tengo trabajo, así que si me permites... —Intenté girar, pero ahora fue su brazo el que atenazó mi cintura y me obligó a permanecer rígida en mi lugar, permitiendo que él juntara nuestras pelvis con descaro.

—¿Qué hacías en ese baño? —inquirió con voz ronca, enterrando su nariz en mi cuello.

Su aliento delató el exceso de alcohol que llevaba en las venas.

—Lo que la gente normal hace cuando viene a uno. —Lo empujé sin éxito alguno.

—Por tu culpa perdí a mi chica.

—Tú la dejaste ir —recalqué y di un respingo cuando levantó el rostro, apresurado, como si acabara de recordar algo importante—. ¿Qué sucede?

—Me debes mucho dinero, Diana. —El pánico me invadió ante la mención del dinero y cuando quise inventar alguna mentira que me permitiera salir intacta de ese encuentro, él posó su mano libre en mi cadera y se frotó contra mi cuerpo—. Y muchas noches de pasión, todavía eres mi mujer.

La rabia recorrió mis venas y sacando fuerza de donde no tenía, lo empujé bruscamente, consiguiendo separar levemente nuestros cuerpos.

—Estoy ahorrando —mentí—. Pienso pagarte, pero necesito tiempo.

Gracias y perdón (Capítulos De Muestra) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora