❄Capítulo 10❄ "Mansión Sarmiento."

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Elena.

Una intensa luz me despierta de golpe en un cuarto desconocido. El frío en mi cuerpo me pone la piel de gallina. Miro a todas partes y pareciera ser un cuarto antiguo, pero con muebles caros, muy lujosos, pero fuera de época.

Cuando trato de levantarme, un par de cadenas de metal me detienen en mi camino a enderezarme. Miro mis muñecas, mis tobillos y mi cintura, todo está atado a una mesa metálica. Siento desesperación y comienzo a agitarme fuertemente, como si eso fuese a servir para poder escapar.

De repente, a lo lejos, comienzo a escuchar voces.

—¡Gracias a Dios! Por fin trajiste a esa... Cosa. De Luque ya se había tardado, Fredrick.

—Lo sé, mi señora, ya me tenía harto ese mocoso. Simplemente él no es apto para trabajos así —respondió ese tal "Fredrick" a la voz femenina anterior.

—A pesar de su inutilidad, Samuel sigue siendo mi hijo, así que cuidado con lo que puedas decir. Tu vida depende de lo que pueda salir de tu pequeña y sucia boca —amenazó la mujer.

Justo cuando volteo, los puedo ver entrar. Son cuatro personas. Todos tenían rasgos de... Lobo. Sus ojos eran agrandados, con el iris de color morado pálido. Sus dientes eras afilados, amarillentos, con una sonrisa malévola. Sus narices estaban oscurecidas, desde el puente hasta la punta de las fosas nasales.

Me miraron. Podía ver furia en sus ojos. Sentía la carga negativa en el entorno. Los cuatro rodearon la mesa metálica, caminando en sus túnicas de oro y piedras preciosas. Parecían arrogantes.

Un hombre alto, fornido, de tez morena con cara afilada, me admiraba con malicia, como si fuera un bocado. Su mano tomó mi mentón con fuerza, obligándome a mirarlo.

Se acercó y dijo:

—Hola, hermosura. ¿Sabes quién soy? —preguntó con una sonrisa malvada. No respondí. El cuerpo me temblaban de temor.— Te pregunté una cosa... ¡Ahora quiero que me respondas! —soltó mi mentón y empujó la mesa lejos de él, lanzándonos a la mesa y a mí contra una de las paredes de la habitación. Sentí el impacto en mi cabeza, dejando mi mente algo atarantada. Todo me daba vueltas.

—¡Responde, cosa asquerosa!

—¡No, no te conozco, maldito! —grité desesperada. Rió con gracia y después volvió a su semblante serio. Caminó con rapidez hasta donde yo me hallaba y volvió a tomar mi rostro con fuerza. Dolía.

—Bueno, me llamo Fredrick, mucho gusto. No hay necesidad de que te presentes, yo me sé hasta tú fecha de nacimiento, hermosa, pero aquí hay tres importantes reglas que siempre debes seguir.

—Yo no sigo órdenes ni de mi madre, ¿Por qué tendría que seguir las de un patán?

—¡Ay, qué mala! No obedece a su mami. Ay, chiquita —y comenzó a reír con más intensidad.— Obvio no sigues órdenes de tu madre, porque nunca has conocido a tu verdadera madre, ni siquiera eres humana. ¿Quieres conocer a tu mami? —me miraba con lástima y burla al mismo tiempo. No respondí.— Que bueno que no respondiste, porque me deja introducir a mi dichosa regla número uno, muñequita... —se acercó demasiado a mi cara y gritó.— ¡A mí, siempre me respondes lo que te cuestione! ¿Entendiste?

Asentí. Lo miré fijamente a los ojos y podía ver mi muerte en ellos. Veía a los demás y se morían de la risa ante mi expresión. Los complacía.

—Regla número dos —pronunció con lentitud, soltando mi cara con dureza.

—No tienes que hablar como si fuera estúpida, porque no lo soy —señalé levantando la voz.

—Regla. Número. Dos. ¡Nadie me levanta la voz! —gritó tan fuerte, que podía ver sus ojos saltar fuera de sus cuencas y sus venas infladas.

«Monstruo»  ~• Samuel De Luque •~Donde viven las historias. Descúbrelo ahora