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Cabellos dorados, ojos verdes, cejas pobladas, una actitud superior y un paso sobrado. Cualquiera que me viera caminar por las calles de aquel pueblo de México sabría que era una Wayland.

Caminaba bajo el sol, los fuertes rayos hacían que mi cabello rubio brillara aún más radiante que de costumbre. Algunas de mis runas —aquellas que quedaban a la vista gracias a mi corto atuendo de verano— ya pasaban desapercibidas gracias al nuevo color que había tomado mi tez.

La voz corría por las calles más oscuras de Idris y el resto de la comunidad: una de las familias más peligrosas de cazadores mundanos, los Calavera, estaban en busca de una extraña mujer conocida como La Loba. Y, curiosamente, yo llevaba buscándola por meses debido a que la Clave –corrupta organización que gobernaba a los nefilims– había prometido que si los ayudaba a llevarla ante la justicia, ellos me darían el perdón que tanto merecía y volvería a ser parte de la comunidad de cazadores de sombras una vez más.

Lo sé, suena a misión suicida, y era muy probable es que lo fuera, pero era la única solución que encontraba en esos momentos para poder vivir en paz entre mi gente, así que la había aceptado.

La pequeña ciudad mexicana había crecido en mi. Con sus casas coloniales, sus fachadas cubiertas por coloridas decoraciones, tiendas de souvenirs que definitivamente habría comprado de tener a quién llevarle y lugareños amables, había hecho del lugar mi hogar provisorio. Desistí de utilizar un glamour para esconderme de la vista de los mundanos y, en su lugar, disfruté de su compañía y chismes.

Chismes que me llevaron a averiguar, a mi tercer día allí, que la familia de cazadores de subterráneos a la que buscaba eran dueños del club más importante de la ciudad.

Un viernes en un club, ¿qué mejor momento que ese para hablar con la cabeza de la familia?

Armada hasta los dientes —mera precaución, pues los mundanos cazadores pueden ser un tanto violentos— y vestida para la ocasión, abandoné la habitación que había rentado y me encaminé hacia el club.

Al llegar al lugar, vi que dos chicos que aparentaban mi misma edad intentaban entrar a la fiesta. De inmediato supe que la chica pelirroja era una banshee, aunque no estaba segura de cómo. Quizás había estudiado demasiado a su especie como para ver el conflicto interno reflejado en sus ojos, o quizás había perdido la cabeza e inventaba subterráneos donde no los había.

A esa altura de mi vida, la segunda opción parecía ser la más acertada.

Los miré pensativa durante unos segundos, tratando de hacerme una idea de por qué dos personas como ellos querrían involucrarse con las Calaveras, pero finalmente me encogí de hombros, no era de mi incumbencia. Saqué del bolsillo interior de mi chaqueta de combate corta una carta de póquer y se la enseñé a la cámara que se encontraba sobre la puerta de entrada. Los dos guardias asintieron despacio y abrieron la puerta dejándome pasar no solo a mi, sino que también la pareja de antes.

Empujé la puerta ignorando los agradecimientos del chico que iba junto con la banshee y me adentré en la fiesta. Caminé hasta la barra abriéndome paso por entre la cantidad de cuerpos bailando. Tenía que ser cuidadosa con lo que estaba haciendo. Por más que me habían dado instrucciones para acercarme a quien buscaba, no estaba del todo segura de si podía confiar cien por ciento en ellas.

Una vez en la barra me sirvieron un vaso de tequila que tomé hasta el fondo. Luego me sirvieron un segundo shot el cual estuve a punto de tomar si no fuera porque la pareja que estaba en la puerta tomó asiento a mi lado y me quitaron la concentración. Con el pequeño vaso todavía entre mis dedos los miré atónita.

SHADOWHUNTER ━ teen wolfDonde viven las historias. Descúbrelo ahora