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Llegar hasta La Iglesia a pie era una travesía que me consumiría un día entero como mínimo, y que, además, poco recomendaban los locales. Había oído todo tipo de historias sobre personas que se perdían, o cuerpos mutilados que eran encontrados al costado de la carretera, asesinados por bestias indescriptibles.

Como no me apetecía morir antes de cumplir la mayoría de edad —y como tampoco le era útil a nadie si me iba a visitar a Raziel— logré que la líder de los Calavera me prestara una motocicleta para recorrer el camino sin arriesgarme tanto.

El lado negativo de pedir asistencia a esa mujer había sido que me tuvo esperando un buen rato por mi motocicleta y mi guía personal que me acercara al viejo templo que buscaba. Así que, mientras esperaba a que la mujer se dignara a terminar de torturar a la manada de raritos con la que me había cruzado más temprano, me senté en un bar a cenar algo.

Por más que confiara en los amables habitantes de aquel pueblo, no podía evitar estudiar mis alrededores a cada rato para asegurarme de que nadie quisiera tirarme una flecha envenenada o cortarme la cabeza. Sabía que la Clave no iba a molestarse en enviar a alguien para matarme —la misión suicida que me habían encomendado era todo lo que necesitaban para deshacerse de mí—, pero no estaba tan segura de que otros cazadores de sombras no quisieran hacerme daño. Después de todo, yo había destruido muchas familias, y eso no era algo fácil de perdonar.

—¿Asustada ángel? —preguntó una mujer de tez morena con una cicatriz en el cuello.

Solté una risa nasal y le di una mordida a la quesadilla que me había pedido antes de responderle.

—Cazo demonios, no tengo tiempo para asustarme. ¿Tú eres?

—Braeden. Me dijeron que precisabas de alguien que te llevara hasta La Iglesia.

—Así es. —La mujer suspiró e hizo una seña con la cabeza, indicando que era hora de irnos—. Oh, claro.

Solté un par de dólares mundanos sobre la mesa, agarré lo que restaba de mi cena y perseguí a seguir a la tal Braeden hacia donde fuera que quisiera llevarme. En el camino, mientras masticaba mi quesadilla, observé a la mujer, tratando de descifrarla.

Era más alta que yo —aunque cualquiera era más alto que yo—, tenía su cabello marrón oscuro medianamente largo. Vestía ropas ajustadas que resaltaban su figura tonificada y, viéndola desde atrás, podía vislumbrar la silueta de un arma mundana escondida en la cintura de su pantalón. Por su propio bien esperaba que, mínimo, tuviera balas de plata, o no llegaría muy lejos.

Caminamos varias cuadras por aquel barrio hasta que llegamos a nuestro destino. Para mí absoluta desgracia y agonía, no éramos las únicas que visitaríamos la Iglesia. Pues allí, de pie fuera de la vieja casona que pertenecía a los Calavera, nos esperaba la manada de loquitos. Y se los veía impacientes de más.

—Yo tampoco estoy feliz de verlos —les dije sentándome en una de las motocicletas y soltándome el cabello dorado para que no molestara a la hora de ponerme el casco—. Pero todos tenemos el mismo objetivo así que, ¡ánimo chicos!

Todos se miraron exasperados sin saber qué responder, e incluso el más alto de todos (quien suponía era el alfa de la manada) se apartó del grupo para hablar con la líder de las Calaveras. Por su parte, la pelirroja de antes hizo su mayor esfuerzo para que el momento no fuera tan incómodo y procedió a sacarme conversación.

—Me alegra ver que estás en una pieza.

—Oh si, hay muy pocas cosas que un iratze no arregla. —Me levanté la chaqueta para dejar al descubierto una parte de mi abdomen, donde antes había estado la herida y ahora no había más que una tenue cicatriz blanca que continuaba desapareciendo—. ¿Ves? Como nueva.

SHADOWHUNTER ━ teen wolfDonde viven las historias. Descúbrelo ahora