37: Final.

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Sábado, 8 de enero de 2011.

Acabo de encontrar este diario entre muchos otros libros de cuando era pequeña. La verdad es que no sé por qué he decidido empezar a escribir en él de nuevo, pero ahora mismo estoy llorando. Lloro por Zev y por lo que le ocurrió. Porque Amy era una zorra que abusaba de él, que lo chantajeaba con la enfermedad que su padre tenía, porque yo era una niña inocente de nueve años que no tenía idea de lo que pasaba.

Me alegro de que su madre encontrase mi diario. Me alegro de que Zev huyera de aquí, pero todavía me sigo preguntando dónde está. Me pregunto si seguirá sonriendo con tristeza o si algo habrá cambiado. Quizá sea feliz allí donde está, quizá lo haya superado de alguna manera.

Le he preguntado a mi madre antes de empezar a escribir si sabía su teléfono o su dirección, pero no tiene ni idea. Me ha abrazado cuando he empezado a llorar y me ha asegurado que Zev debe de estar mucho mejor allí dónde esté. Yo sé que está en lo cierto. Me obligo a pensar que está en lo cierto.

También me ha explicado mejor lo que ocurría hace años. El padre de Zev tenía cáncer, de hecho murió durante las vacaciones de navidad, aquel cuatro de enero en el que le vi corriendo con su madre, y la abuela —que lo sabía todo—, no me dejó acercarme.

Pues bien, sabiendo eso, la profesora Amy lo chantajeaba. Si Zev no hacía lo que ella le pedía, —actos sexuales e inhumanos teniendo en cuenta que Zev ni siquiera tenía diez años— su padre sufriría más. Aprovechó el momento en el que murió para decirle que aquello era su culpa, que si continuaba preocupando a personas por su comportamiento extraño y comenzaban a sospechar sobre ella, su madre también moriría.

Según me ha dicho mamá, cuando Zev por fin declaró después de que su madre tanto insistiera, habló sobre mí. Sobre la niña de pelo rubio que pasaba el tiempo con él y que tan normal hacía a su día a día aparentar. Dijo —por lo que se ve salió en muchos noticiarios—, que gracias a mí había aguantado todo aquello. Que aunque lo más horrible que jamás le había ocurrido existía tan solo en el colegio, lo más bonito también estaba allí.

Ahora lloro. Porque entonces no fue nada bueno. Quizá sin mí, sin algo bueno a su lado, habría hablado con su madre mucho antes. Habría decidido huir de la ciudad de cualquier modo posible.

Quizá algún día nos reencontremos y pueda entonces pedirle perdón por no haberme dado cuenta de lo que estaba sucediendo, y por haberlo atado a aquel lugar.

Con cariño,

Amber.

El niño que me gusta tiene una sonrisa triste.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora