El chico suspiró por sexta vez, la noche al parecer se le estaba tornando larga y lo único que había hecho era estar con la mirada perdida entre las llamas crepitantes de la fogata en un silencio absoluto. Sin que Mecia supiera realmente que estaba pensando, se daba una idea de lo que podría estar pasando por su cabeza. No había pasado por alto lo desesperado que había sonado cuando había mencionado a su padre.
Le daba pena. Y era extraño para ella sentir siquiera algo de lástima por alguien.
-Debes comer algo -el chico subió su mirada lentamente a ella y luego la dirigió a la vara que sostenía su mano.
-¿Qué es?
-Serpiente -su nariz se arrugó e instintivamente retrocedió -¿Qué esperabas? ¿Cordero? ¿Cerdo? Estamos en el desierto, dudo que puedas encontrar algo como eso aquí. Ahora come, te llevaré con tu padre a la mañana temprano.
-¿Lo harás?
-Lo haré y será lo último que haga por ti. -finalmente agarró la vara de su mano y se llevó la serpiente asada a la boca. No recordaba haberla visto siquiera buscar el animal o ponerla al fuego. Pero había estado más ocupado en pensar en su miseria que lo que sucedía a su alrededor.
Mientras saboreaba la alimaña se dedicó a estudiar a la mujer. Podía asegurar que no pasaba más de los veinte años, poseía una hermosura mezclada con una dureza un tanto exótica, que a su vez provocaba que no pudieras decirle «no» con tanta facilidad. No era de su comunidad, tampoco de Judea o Jerusalén. Sus rasgos, debía admitir, eran incluso delicados detrás de toda esa frialdad.
Una rara joya, sola y misteriosa que lo encontró en el momento más crítico de su vida. Su aire confiado y sabiondo le dio entender que estaba seguro a su lado. Si alguien de su comunidad lo hubiera escuchado lo habrían apedreado, sin embargo, eso era lo que ella infundía en él.
Seguridad.
Me temo que, para ambos, ese momento ocultos entre las piedras, rodeando la fogata y comiendo las serpientes asadas, serían sin duda los últimos instantes de paz que tendrían. Nada les aseguraba realmente que el día que se avecinaba fuera mejor, pero hasta entonces, no había nada, tampoco, que los preparara para lo que se venía.
El destino no siempre jugaba limpio.
•~•~•
Cuando el brillo del amanecer aún no tocaba la Tierra, Mecia había decidido que era el momento justo para marchar rumbo al hogar del muchacho. El carro, como le había asegurado, estaba en perfectas condiciones al igual que sus hermosos caballos blancos.
Dado a su inutilidad, el chico le explicó rápidamente como usar el transporte, los lugares por dónde debía pasar y por cuáles no. El viaje que había emprendido el joven Hod, había sido más largo de lo que Mecia se hubiera esperado. Pero luego de unas largas horas de viaje, ya con el sol encima de sus cabezas, lograron divisar las carpas de tela y cuero de las que tanto el chico había hablado.
-¡Hod está aquí!
-¡Que alguien llame al jefe!
-¡Hod, ha vuelto! -desde niños a ancianos recibieron al jinete. Parecían contentos, aunque sobre todo, aliviados de verlo, luego de lo que pudo haber sido, un día caótico sin él. Mecia por otra parte fue observada con suma cautela y sólo algunos se atrevieron a estrecharle sus manos a modo de agradecimiento.
-¡Silencio! -la gente bajó la cabeza y se fueron dispersando con lentitud hacia un costado, la autoridad con que el grito los envolvió fue suficiente para callar a la multitud. Mecia y Hod giraron hacia atrás para encontrarse con quién ella suponía era el supuesto líder y padre del muchacho. Un hombre alto, con una prominente barriga y una larga barba negra llena de adornos extraños y ridículos. La túnica que lo cubría, sin embargo era de un material fino y delicado como sus sandalias de cuero trabajado. Denotaba a simple vista que su vida era menos deplorable que la de su gente.
-Padre.
-¿Cómo osas volver en estas condiciones? Mírate, sólo se ve el muchacho cobarde de quienes todos hablan.
-Lo siento, padre.
-¿Lo sientes? ¡Robaste mis caballos, mi carro y me hiciste perder una gran cantidad de oro! ¿Y dices que lo sientes? Debería darte la espalda -todos al parecer quedaron helados por aquello. Ella no podía entender con tanta profundidad lo que significaba, pero dado a sus rostros de circunstancia, no parecía ser algo bonito -, pero le prometí a tu madre que jamás dudaría de ti, que tendría paciencia y que te regalaría siempre una segunda oportunidad. Tienes surte sin duda que haya amado a tu madre como a ninguna otra mujer, de no haberlo hecho ¡ya serías alimento para los perros! Y ahora ve a que te revisen eso -Hod asintió y con la cabeza gacha, en son de derrota, caminó en dirección a la carpa más grande. -Al menos alguien cuidó de él en su desgracia. -Mecia intuyó que ahora era su turno. Los ojos desafiantes del líder no parecían ser de aquellos que se tragaran una mentira fácilmente.
-Sólo tuvo suerte de que estuviera en el momento y sitio correcto.
-Romana, supongo.
-¿Y cómo podría saber eso? -éste soltó una risa grave y se cruzó de brazos como si todo le pareciera más que obvio.
-Ojos azules y piel blanca. Dicen que ni los rayos del sol más fuertes o un desierto abrazador puede quemarla. Además tu porte de guerrera me dice que por tus venas fluye sangre romana.
-Dudo mucho que pueda llegar a ser una guerrera.
-Eso no quiere decir que no quieras serlo.
Su idea era marcharse una vez Hod se reencontrara con su familia, pero y aunque lo había intentado, las súplicas del chico lograron doblegarla. Era una tradición al parecer, organizar un banquete en honor a quién había protegido a un miembro de la familia sin pedir nada a cambio. Aunque estaba segura que el haber mencionado la palabra «comida», fue suficiente para quedarse; y es que el único bocado que había tenido en días, había sido esa maldita serpiente.
Nada, en ese instante, le parecía más atractivo que un pedazo de carne.
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M E C I A
Historical FictionNo escucha las ovaciones de la gente, ni los látigos y obscenidades de sus oponentes, ni los gritos del César para que los acabara a todos. Sólo el rítmico golpeteo de su corazón en su pecho, el roce de las ruedas de su carro derrapar en la arena y...