Agradecer era lo que Mecia desconocía por completo, al menos durante su muy magullada y corta vida dudaba haber escuchado antes un «gracias» por parte de alguien más. Pero lograba recordar apenas esa voz condescendiente de su madre, decirle que ser agradecido nunca estaba de más en el mundo.
Una mujer que pudo haber sido o no bella, poco a poco se borraba de su memoria y quizás esas voces que escuchaba sólo eran producto de su imaginación. Lo más probable es que se tratara lamentablemente de lo último.
No estaba del todo cuerda y no necesitaba que aquellos extraños hombres de toga blanca, se lo dijesen constantemente.
Sabía hasta que grado de locura había llegado. Y no era la suficiente si aún podía saber ciertas cosas de su pasado.
-Le llamamos matemáticas, un maravilloso conjunto de números de los cuales puedes hacer de ciertas cosas un mundo nuevo.
-Dudo que un dos y un tres cambien el mundo. No existen, no son reales y son producto de la imaginación de un hombre, preferiblemente más idiota de lo normal, que no tenía nada mejor que hacer que complicarles la existencia a más de uno.
-Que dura. Hoy no estás de humor ¿verdad?
-Aprecio su amabilidad -se colocó de pie y lo miró desde arriba -, pero siento que estoy perdiendo mi tiempo en esto. ¿Cuál es su objetivo?
-Me has preguntado lo mismo por cuatro años.
-Y lo seguiré haciendo hasta que se digne finalmente a responderme. Dudo que tenga toda la vida para guardarse sus razones, es anciano y morirá.
-Y no hay nada más real que eso -asintió de acuerdo. - Yo sólo intento hacer algo bueno contigo.
-Nadie puede hacer algo bueno conmigo. Mi destino es otro y no es precisamente el trecho de la sabiduría. -Mecia apartó su mirada de Corban y la clavó en el horizonte. Mil cosas nuevamente pasaron por su cabeza, cosas para decir y guardarse u olvidar si pudiese. -Pero gracias por intentarlo, es de apreciar su esfuerzo.
-¿Y a dónde irás? -A ninguno le tomó por sorpresa aquella pregunta. Era evidente que irse estaba implicado en aquel repentino descargo de sinceridad.
-Volveré a Roma, ese siempre fue el plan. Al menos partes de él aún se conservan en mi memoria. Necesito acabar con esa sombra que a hecho de mi vida un infierno. No espero que lo entienda ni que lo intente.
-¿Crees que es lo mejor para ti?
-Tal vez.
Esa tarde fue la última vez que habló con el anciano y se había metido en su tienda, como un silencioso rictus. Había guardado lo que podía en aquel pequeño bolso para su travesía. Lo más importante y lo que realmente necesitaría. Quizá, nada de ahí llegaría a Roma. El camino de Grecia a sus tierras sería sinuoso y peligroso. Aún más estando sola. Sin embargo, aquello no debía preocuparle. Siempre había logrado defenderse sin ningún tipo de problemas.
Para el amanecer, Mecia ya se encontraba de pie. El sol apenas tocaba las construcciones griegas de piedra blanca. Y era el momento justo para iniciar su viaje, con las calles en plena soledad.
El patio de Aeneas, el pálido, dejaría de ser su hogar en un par de minutos, y no había nada más gratificante que aquello. Sin reglas, más que las suyas propias. Al menos creía que podría tenerlas si es que lo deseaba. Pero dudaba que así fuese.
Aún cuando interiormente se negó, miró hacia atrás. Debía admitir que en esos cuatro años viviendo como una aprendiz más de aquellos sabios, les había tomado algo de cariño. Pero no había esperado encontrarse al menos con uno de ellos.
-Sabía que lo harías -Corban y Artemis estaban de pie sobre la entrada, el último sostenía las riendas de Flora, el camello, que resultó lamentablemente macho. Pero el nombre lo habían conservado para el pesar del animal. Aunque no creía que él lo supiera.
-No es necesario.
-De Grecia al puerto son muchos días a pie -comentó Artemis quitándole las palabras al viejo Corban. -Flora puede ser la mejor opción, además de que podrás venderlo para subirte a uno de esos barcos que tanto odias. -Mecia frunció el ceño, jamás dejaría de molestarle que él siempre tuviese la razón, la mayor parte de las veces, claro.
Caminó con cautela sobre sus pasos y se acercó a ambos, sin dejar de observarlos. Entendía porqué Corban estaba ahí, pero no el porqué de Artemis.
-No me extrañarás, ahora ¿cierto? -dijo antes de tomar las riendas de Flora.
-Soy muy feliz que finalmente te vayas al cuerno.
-Eso creí. -El muchacho no tardó en sonreír, pero aquella efímera demostración de simpatía desapareció inmediatamente como había aparecido. Mecia no le terminaba de caer bien y el sentimiento era mutuo.
-Que la sabiduría guíe tus pasos, querida.
[Un capítulo bastante cortito, pero aquí está el inicio de la travesía de Mecia. Si se habrán dado cuenta prácticamente los dos primeros capítulos se ve el paso del tiempo de nuestra protagonista, desde pequeña, hasta ahora siendo una joven, más bien un poco más adulta. Espero que les haya gustado y gracias por los comentarios y los votos recibidos en el anterior capítulo. De ahora en más comienza lo que realmente nos importa. ¡Las carreras de carros! 🙌 😂😂]
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M E C I A
Narrativa StoricaNo escucha las ovaciones de la gente, ni los látigos y obscenidades de sus oponentes, ni los gritos del César para que los acabara a todos. Sólo el rítmico golpeteo de su corazón en su pecho, el roce de las ruedas de su carro derrapar en la arena y...