Las asperezas entre padre e hijo desaparecieron una vez la fogata se encendió para el gran banquete. Mecia, como invitada de honor, estaba junto a la familia del muchacho, la cual terminó siendo muy agradable; la desconfianza que había sentido en un principio, se disipó con el caer del sol.
Sentía una extraña paz que nunca había experimentado, o al menos su vida no se lo había permitido, y aunque eso la inquietó por un instante, con lo sabios aprendió a no preocuparse por lo que pudiera suceder con los días. Creían en «un paso a la vez»... Porque el presente, era el más valioso.
La vida daba muchos giros, positivos y negativos, extraños y entrañables, hermosos y horribles. Mecia suponía que era una ley prácticamente inevitable, que el destino tenía claramente preparado para cada ser de la Tierra. Unos con caminos trágicos, para algunos difíciles y para otros sencillamente simples.
Pero habían momentos, momentos tan pequeños como esos, en la que reunidos para una simple comida, eran memorables. Y no existía, ella no lo había visto de otra forma, algo tan bello como aquello.
—Mi hijo, —ella quitó la mirada de las llamas de la fogata y la posó sobre el hombre —dice que tienes talento con los caballos.
—El poder calmarlos no supone un gran talento.
—Depende desde qué punto de vista lo mires —el líder del campamento nómada la miraba con unos sinceros ojos marrones. A pesar del lado duro que tenía, en ellos Mecia pudo encontrar algo de bondad y sobre todo gran sabiduría —. Los jinetes no sólo deben saber guiar el carro o sostener las riendas. Deben conectarse con quienes lo impulsan; ser uno solo con sus caballos, un equipo que sea capaz de superar los obstáculos que se les presenten están destinados a una gran victoria. Y no todos logran entenderse con las criaturas.
—Entiendo, sin embargo no ha llegado a decirme el fin de esta conversación.
—Hay una carrera mañana, di mucho de mi oro para lograr entrar y no puedo dejar que se queden con él, no sin antes haberlo intentado. Él, —apuntó a su hijo con su dedo adornado de extravagantes anillos — cree que puedes con esto.
—Él no me conoce.
—No es necesario conocer a alguien que a simple vista deja entrever su valor. No has llegado aquí en vano, Mecia; no deseo conocer tu historia y tú no deseas saber la mía, pero te aseguro que sea la razón por la que estés aquí, debe ser el rumbo correcto.
—¿Cómo podría saberlo?
—Jamás dudes de la sabiduría de un anciano que ha visto y vivido más de lo que debería. Acepta tu destino y harás historia.
Esas fueron las últimas palabras que compartió con el gran jefe. Sabía que no habría nada más que decir, y que de alguna manera el viejo se había salido con la suya. Pues la noticia de que sería su jinete, logró saberse entre todos prácticamente como una plaga. No había aceptado pero tampoco había descartado la posibilidad, Mecia estaba segura que desconocía esa parte de su reciente y nuevo comportamiento y él de había aprovechado de ello.
Aceptar su destino y hacer historia nunca fue de sus principales objetivos, sin embargo, de pequeña había prometido que de alguna manera, de alguna maldita forma su nombre jamás sería olvidado. Aunque no estaba aún totalmente convencida de que las cosas fluyeran por ese camino.
—¡Acérquense, vamos! —el banquete estaba en pleno, las mujeres se habían esmerado con la decoración y los hombres con asar la carne de varios corderos. Sin embargo, aquel acontecimiento no era el más importante.
Hod jamás sería el jinete de la familia, no sería tan fuerte como su hermano fallecido, ni tan listo como su padre en los negocios. Pero Mecia, Mecia supo que la fuerza bruta y ser un embustero en la vida, no era ni por asomo un talento. Porque eso era lo que él tenía, talento y la pequeña comunidad lo sabía.
Mientras se seboreaba la comida y se disfrutaba del buen vino, Hod contó su reciente aventura, desde su rebelión contra su padre hasta aquel momento en que sus ojos, se toparon con una misteriosa muchacha de mirada ruda en medio de un desierto abrazador.
Buscó la forma de guardar todo lo que estaba sucediendo esa noche, el cielo estrellado, la hospitalidad, las risas, los gritos de asombro y las expresiones de terror de los relatos de Hod. La sonrisa del Gran Jefe deleitándose de lo que escuchaba.
No quería acostumbrarse a ello, no quería sentirse a gusto. Pues la última vez que lo había hecho, todo había acabado en las peores de las escenas. Deseaba de todo corazón poder decir que esta vez nada saldría mal, que todo estaría bien y que todo sería diferente. Sin embargo, terminaba por retroceder, siempre, a tales sueños e ilusiones. No por miedo a perder su vida, sino por temor de que aquel vestigio de felicidad se esfumara y se llevara además, otro pedazo de su alma...
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M E C I A
Historical FictionNo escucha las ovaciones de la gente, ni los látigos y obscenidades de sus oponentes, ni los gritos del César para que los acabara a todos. Sólo el rítmico golpeteo de su corazón en su pecho, el roce de las ruedas de su carro derrapar en la arena y...