Dos.

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Los nudillos de Jongin se gastaron de tanto haber chocado contra la pared de su cuarto, con golpes que no iban con toda la fuerza.

Se había lastimado la mano por esto mismo y en consecuencia, dejó de golpear el concreto antes de hacerse en verdad daño. Caminó y se echó, enterrando el rostro en su almohada y hundiéndolo con más presión hasta sentir que no podía respirar y, se quedó así hasta que obviamente, por naturaleza, su cuerpo le exigió oxígeno y tuvo que separarse del cojín. La señora Kim escuchaba los leves ruidos que le avisaban que su hijo aún no estaba dormido y su esposo ignoraba el disimulado alboroto mientras veía la televisión. Eran aproximadamente las nueve de la noche, justo la hora donde empezaba su programa favorito, lo único que con suerte podía disfrutar luego de trabajar todo el día. Él no tenía tiempo para ir y hablar con su hijo sobre lo que sucedió esa tarde. Ya lo entendería el muchacho cuando creciera y suponía que en efecto, diría que él siempre tuvo la razón. 

"Los muchachos son así". Razonó el hombre sin ninguna mala intención.

Jongin continuaba echado en su cama, por más rabia que llevara encima, esta no lo iba a ayudar a ponerse de acuerdo con sus representantes y tuvo que razonar ante ese hecho. Acarició la cobija que se extendía bajo su cuerpo, era azul y recordaba cuando su madre la compró para él. Azul porque era el color de los niños, de los hombres. Un color masculino. 

Frunció el ceño y volvió a respirar. Iba a tener que contar a hasta diez a ese paso. Siempre había sido alguien que reaccionaba muy fácil y aunque solía ser tranquilo y obediente, tampoco estaba en sus planes vivir haciendo nada más lo que quisiera su padre. Porque quería bailar, realmente quería bailar justo en esos instantes. Su cuarto era pequeño y es que en realidad su casa contaba con dos habitaciones. El de sus padres era más amplio y tenía su baño propio, sin embargo, el suyo tenía una ventana más grande y la vista era tan bonita que nunca se le pasó por la mente quejarse de este. 

Jongin era un muchacho agradecido, mas no conforme. Si solo tuviera a alguien para practicar, ya estaría ensayando al adagio. Y como no podía hacer nada al respecto, solo se levantó, con los nudillos raspados al igual que sus pies y acomodó su mesa de estudio tal y como si esta fuera una de las barras de la academia. Llevaba su pijama puesta, unos shorts negros junto a una camiseta blanca con tela de algodón, así que no tendría dificultad alguna en hacer estiramientos y a eso mismo se puso. 

Battement estaría bien para empezar, pensando en ello luego de calentar, estiró su pierna aún sosteniéndose de la otra. Una y otra vez, una y otra vez aunque doliera, practicó todos los tipos que recordaba y se las ingenió para movilizarse en el poco espacio que le brindaba su habitación. El esbelto cuerpo del joven parecía ser de hierro por la resistencia y a la vez, en contraste, de goma, por la flexibilidad que poseía. Él lo sabía y se alegraba por ello.

Sonrió para sí mismo, porque cuando se trataba de algo que quería, lo conseguía porque sí. 

Ya iba pensando en arreglárselas para conseguir un espejo. 

*****

—¿Es cierto que estabas practicando ballet? —unos ojos grandes se abrieron, observando a Jongin.

—Sí. —respondió al chico que venía caminando detrás de él durante el receso.

Do Kyungsoo tenía doce años al igual que la mayoría de su clase. Era el segundo con mejores notas, ubicado justo detrás de él. No era demasiado hablador ni social, así que le extrañó al moreno cuando se acercó a hablarle. Era bajito y de labios muy grandes, no obstante Jongin nunca supo si serían más grandes que los suyos.  El patio del colegio era, al contrario de la habitación del moreno, bastante amplio y hasta era decorado por un sencillo jardín alrededor de la cancha principal donde veían deporte, por el otro lado estaban unas gradas. Ahí estaban ambos chicos cuando el mayor sacó el tema de la danza.

CRUSH ✧ kaihunDonde viven las historias. Descúbrelo ahora