Capítulo VI

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Dos calles más allá del pub irlandés, Natalie gritó. Simplemente gritó de rabia, de irritación y de injusticia. Jonathan la había dejado tirada en una calle grotesca porqué…. Porqué sí.

Ella sólo deseó su MP3 en ese momento, queriendo refugiarse en la música que otros contra las injusticias. Cuando ella estaba en su casa y no dormía, se ponía los auriculares y todo parecía más llevadero.

Lo mejor de amar a la música y no necesitar dormir, eran los escapes de casa para ir a un bar musical del centro, el 12 bar Club. Parecía que nadie se enteraba –o que a nadie le importaba.– que había una menor en el bar y que pedía siempre un gin-tonic.

Llevaba explorando Londres por la noche desde hacía un par de años a lo sumo, y se le antojaba divertido y emocionante, ya que sus padres no la dejarían ni locos. Pero cómo volvía relativamente pronto, en ese momento que nadie estaba despierto, nadie se daba cuenta de que faltaba una par o tres de horas.

Siempre que salía por la noche, no hablaba con nadie. Era un momento para ella y su insomnio, un cara a cara. Un día que paseaba por el barrio del Soho entró por casualidad aquél local que resultó ser un bar musical y a partir de ahí, cada vez que tenía unas pocas libras, se las gastaba en lo poco que costaba la entrada.

Una vez dentro, sólo pedía un gin-tonic y se sentaba a ver los grupos que tocaban. Normalmente le hacían olvidarse de ese tic-tac en su cabeza, pero cuando volvía a la calle, volvía a su mente.

Normalmente, se maquillaba bastante los ojos de negro para parecer más mayor, y siempre iba con ropa más bien oscura para no llamar la atención. Eso sí, cuando volvía a casa se metía de cabeza en la bañera para quitarse la olor a alcohol, tabaco y ciudad que había en el local y los cuales se le pegaban a la ropa y al pelo.

Un día, Scott la pilló cuando volvía a escondidas, pero prometió no decir nada si la próxima vez le llevaba a él también, así que dos noches después de la pillada por parte de Scott, los dos fueron al club. Por desgracia, la noche no acabó precisamente bien porqué Scott pensó que Natalie le retaba a beber cuando ella pidió su bebida, así que Scott se emborrachó como un mal bicho y no podía casi mantenerse en pie. Tan mal estaba que tuvieron que volver en taxi y eso lo costó a Natalie lo que le hubieran costado dos entradas para otras dos noches. En fin.

Mientras Natalie pensaba, se dio cuenta de que ya estaba enfilando la calle del hotel. Y en el jardincillo, en un punto estratégico para no poder ser visto desde ninguna de las ventanas, estaba Jonathan. Efectivamente, no quería que los demás se enteraran de lo cabrón que había sido con Natalie.

Cuando él la vio, tiró la colilla del segundo cigarro que se estaba fumando al suelo.

–Qué lento caminas.– dijo Jonathan con algo semejante a una sonrisa.

–Qué bipolar que eres.– dijo ella, que se plantó delante de la puerta y llamó.

–Venga, ahora de buen humor que…

–Mejor cállate, imbécil.– le espetó. Se apartó con un soplo un mechón de pelo que le caía sobre el ojo.

–¡Venga ya! ¿Qué he hecho yo?– dijo él.

Natalie, que no le había mirado una sola vez, se giró y clavó sus ojos en los suyos. Intentó no darle importancia al sentimiento primario de la atracción que le profesaban los ojos negros del chico, y empezó a contar:

–¿En serio? La primera vez que me viste decidiste que me ibas a odiar hasta el fin de los tiempos o algo así, me has dejado tirada en una calle del 1882, siempre eres súper borde conmigo… ¿Que qué me has hecho? Pues no lo sé, dímelo tú.

The Time Road: Los Caminos del TiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora