Capitulo 1

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  Cuando era adolescente no me imaginé que mi vida sería así, eso pordescontado.

 Mi madre, que es una crack, me metió en la cabeza desde niña que tenía queser independiente y hacer lo que yo quisiera. "Estudia lo que quieras, aprende avalerte por ti misma y nunca mires atrás, Belén", me decía.

  Mis abuelos, a los que no llegué a conocer hasta que eran muy viejitos, fueronsiempre muy estrictos con ella. En estos casos, lo más normal es que la chavala salgapor donde menos te lo esperas, así que siguiendo esa lógica mi madre apareció a losdieciocho con un bombo de padre desconocido y la echaron de casa.   

  Del bombo, por si no te lo imaginabas, salí yo. Y así, durante la mayor partede mi vida seguí el consejo de mi madre para vivir igual que ella había vivido: libre,independiente... y pobre como una rata.   

  Aceleramos la película, nos saltamos unas cuantas escenas y aparezco en unatumbona blanca junto a una piscina más grande que la casa en la que me crie. Llevopuestas gafas de sol de Dolce & Gabana, un bikini exclusivo de Carolina Herrera y, apesar de que no han sonado todavía las doce del mediodía, me estoy tomando elmedio gin-tonic que me ha preparado el servicio. 

Pese al ligero regusto amargo que me deja en la boca, cada sorbo me sabe atriunfo. Un triunfo que no he alcanzado gracias a mi trabajo (a ver cómo se hace unarica siendo psicóloga cuando el empleo mejor pagado que he tenido ha sido en elMercadona), pero que no por ello es menos meritorio. 

Sí, he pegado un braguetazo.Sí, soy una esposa trofeo.Y no, no me arrepiento de ello. Ni lo más mínimo 

Mi madre no está demasiado orgullosa de mí. Supongo que habría preferidoque siguiera escaldándome las manos de lavaplatos en un restaurante, o las rodillascomo fregona en una empresa de limpieza que hacía malabarismos con mi contratopara pagarme lo menos posible y tener la capacidad de echarme sin que pudiese deciresta boca es mía.Si habéis escuchado lo primero que he dicho, sabréis por qué. Mi madre creeque una mujer no debería buscar un esposo (o esposa, que es muy moderna) que lamantenga. A pesar de todo, mi infancia y adolescencia fueron estupendas, y ella sedejó los cuernos para que yo fuese a la universidad. "¿Por qué has tenido que optarpor el camino fácil, Belén?", me dijo desolada cuando le expliqué el arreglo. 

Pues porque estaba hasta el moño, por eso. Hasta el moño de esforzarme y queno diera frutos, de pelearme con el mundo para encontrar el pequeño espacio en elque se me permitiera ser feliz. Hasta el moño de seguir convenciones sociales, buscarel amor, creer en el mérito del trabajo, ser una mujer diez y actuar siempre como si lasiguiente generación de chicas jóvenes fuese a tenerme a mí como ejemplo.Porque la vida está para vivirla, y si encuentras un atajo... Bueno, pues habráque ver a dónde conduce, ¿no? Con todo, mi madre debería estar orgullosa de unacosa. Aunque el arreglo haya sido más bien decimonónico, he llegado hasta aquí de lamanera más racional, práctica y moderna posible. 

Estoy bebiendo un trago del gin-tonic cuando veo aparecer a VanessaSchumacher al otro lado de la piscina. Los hielos tintinean cuando los dejo a lasombra de la tumbona. Viene con un vestido de noche largo y con los zapatos detacón en la mano. Al menos se ha dado una ducha y el pelo largo y rubio le goteasobre los hombros. Parece como si no se esperase encontrarme aquí. 

Tímida, levanta la mirada y sonríe. Hace un gesto de saludo con la mano librey yo la imito. No hemos hablado mucho, pero me cae bien, así que le indico que seacerque. Si se acaba de despertar, seguro que tiene hambre. 

Vanessa cruza el espacio que nos separa franqueando la piscina. Deja loszapatos en el suelo antes de sentarse en la tumbona que le señalo. Está algo inquieta,pero siempre he sido cordial con ella, así que no tarda en obedecer y relajarse. 

—¿Quieres desayunar algo? –pregunto mientras se sienta en la tumbona conun crujido. 

—Vale –dice con un leve acento alemán. Tiene unos ojos grises muy bonitosque hacen que su rostro resplandezca. Es joven; debe de rondar los veintipocos y le hasabido sacar todo el jugo a su tipazo germánico. La he visto posando en portadas derevistas de moda y corazón desde antes de que yo misma apareciera. De cerca,sorprende su aparente candidez. Cualquiera diría que es una mujer casada y curtida eneste mundo de apariencias. 

Le pido a una de las mujeres del servicio que le traiga el desayuno a Vanessa.Aparece con una bandeja de platos variados mientras Vanessa y yo hablamos deltiempo, de la playa y de la fiesta en la que estuvo anoche. Cuando le da el primermordisco a una tostada con mantequilla light y mermelada de naranja amarga, aparecemi marido por la misma puerta de la que ha salido ella. 

¿Veis? Os había dicho que, pese a lo anticuado del planteamiento, lo habíamosllevado a cabo con estilo y practicidad.Javier ronda los treinta y cinco y lleva un año retirado, pero conserva la buenaforma de un futbolista. Alto y fibroso, con la piel bronceada por las horas deentrenamiento al aire libre, tiene unos pectorales bien formados y una tableta dechocolate con sus ocho onzas y todo. 

Aunque tiene el pecho y el abdomen cubiertos por una ligera mata de vello,parece suave al tacto y no se extiende, como en otros hombres, por los hombros y laespalda. En este caso, mi maridito se ha encargado de decorárselos con tatuajestribales y nombres de gente que le importa. Ninguno es el mío. Y digo que su vellodebe de ser suave porque nunca se lo he tocado. A decir verdad, nuestro contacto seha limitado a ponernos las alianzas, a darnos algún que otro casto beso y a tomarnosde la mano frente a las cámaras. 

El resto se lo dejo a Vanessa y a las decenas de chicas que se debe de tirar aquíy allá. Nuestro acuerdo no precisaba ningún contacto más íntimo que ese, después detodo.Así descrito suena de lo más atractivo, ¿verdad? Un macho alfa en todo suesplendor, de los que te ponen mirando a Cuenca antes de que se te pase por la cabezaque no te ha dado ni los buenos días. Eso es porque todavía no os he dicho cómohabla.Pero esperad, que se nos acerca. Trae una sonrisa de suficiencia en los labiosbajo la barba de varios días. Ni se ha puesto pantalones, el tío, pero supongo que niVanessa, ni el servicio, ni yo nos vamos a escandalizar por verle en calzoncillos 

Se aproxima a Vanessa, gruñe un saludo, le roba una tostada y le pega unmordisco. Y después de mirarnos a las dos, que hasta hace un segundo estábamoscharlando tan ricamente, dice con la boca llena: 

—Qué bien que seáis amigas, qué bien. El próximo día te llamo y nos hacemosun trío, ¿eh, Belén? 

Le falta una sobada de paquete para ganar el premio a machote bocazas delaño, pero parece que está demasiado ocupado echando mano del desayuno de Vanessacomo para regalarnos un gesto tan español. 

Vanessa sonríe con nerviosismo, como si no supiera qué decir. Yo le doy untrago al gin-tonic para ahorrarme una lindeza. No es que el comentario me escandalice(después de todo, he tenido mi ración de desenfreno sexual y los tríos no medisgustan precisamente), pero siempre me ha parecido curioso que haya hombres quecrean que esa es la mejor manera de proponer uno. 

Como conozco a Javier, sé que está bastante seguro de que el universo gira entorno a su pene y que tanto Vanessa como yo tenemos que usar toda nuestra voluntadpara evitar arrojarnos sobre su cuerpo semidesnudo y adorar su miembro como elmotivo y fin de nuestra existencia.A veces no puedo evitar dejarle caer que no es así, pero no quiero ridiculizarledelante de su amante. Ya lo hace él solito. 

—Qué cosas dices, Javier –responde ella, y le da un manotazo cuando trata decogerle el vaso de zumo—. ¡Vale ya, que es mi desayuno! 

—¿Por qué no pides tú algo de comer? –pregunto mirándole por encima de lasgafas de sol 

—Porque en la cocina no hay de lo que yo quiero –dice Javier.                   

""La mujer Trofeo""  - Laura LagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora