Pero resulta que no es mal conversador. No habla solo de fútbol y de coches,
como pensaba, aunque le pregunto por su pachanga de hoy. Me cuenta que ha jugado
con unos amigos y que se lo ha pasado bien. Que lo peor de jugar al fútbol
profesionalmente era la sensación de estar haciendo por obligación lo que para él era
un placer, y que al retirarse ha vuelto a descubrir su pasión.
Nos terminamos los gin-tonics. A mí me apetece otro, pero quiero que Javier
pueda ser capaz de devolvernos a casa de una pieza, así que propongo dar un paseo
por la playa. A esta hora, las olas chocan contra la orilla con un rugido bajo y
placentero, y el aire huele a salitre y a las barbacoas de los restaurantes del paseo
marítimo.
Él accede. Paga y me lleva a las escaleras que conducen a la playa, donde nos
descalzamos y empezamos a andar sobre la arena. Aún guarda algo del calor de la
mañana, y su caricia es agradable.
En algún momento nos cogemos de la mano. Nos acercamos al agua, que besa
nuestros pies, y vemos cómo la espuma se arremolina sobre la arena bajo la luz de la
luna.
Me siento tan bien que me quedo quieta y permito que la brisa me remueva el
pelo. Javier pone su mano en mi nuca y hunde los dedos en mi cabello. Sus dedos me
provocan un fuerte cosquilleo que se transmite a todo mi cuerpo. Me echo hacia atrás
y mi espalda se topa contra su pecho. Él rodea mi cintura con sus brazos. Parecemos
dos enamorados, pero yo sé por qué hago esto.
Noto su paquete contra mi culo. El bulto es agradablemente grande. Sus
brazos, que me rodean, son fuertes y firmes. Me restriego contra él. A nuestro
alrededor no hay nadie, sólo gaviotas dormidas, y el paseo marítimo queda bastante
lejos. Llevo sus manos a mi pecho. Él se deja hacer. Sus dedos se abren y rodean mis
pezones. Los tocan suavemente sobre la tela. Los noto endurecerse al instante. Mi
entrepierna se humedece, y la suya crece.
Sus dedos acarician mis labios. Yo los abro y lamo las yemas, y me los meto
en la boca como una niña buena. Oigo cómo jadea contra mi oído. Su cadera se clava
en la mía.
—¿Todavía quieres follarme? –pregunto en un murmullo.
Él asiente, serio. Está mirando cómo chupo su dedo mientras se refrota contra
mi culo.
Vale, esto va a ser complicado. Miro a mi alrededor. No es que haya muchos
sitios donde hacerlo en secreto, pero la noche es oscura y el paseo está lejos. Lo malo
es la gente que podría tener la misma idea que nosotros.
Dios, me muero por poder follar con él ahora mismo, sin importar quién lo
vea... Pero al mismo tiempo hay una neurona de sensatez que el alcohol todavía no
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""La mujer Trofeo"" - Laura Lago
RomanceÉl compró una esposa. Ella compró una vida de lujos. Él desea poseerla a toda costa. Ella no puede verlo ni en pintura... literalmente. Javier Vázquez es un millonario arrogante, como todos los futbolistas retirados que no saben qué hacer con su din...