Aunque me haya dejado dolorida, mi pobre neurona todavía no puede retomar
el control. Soy psicóloga: sé de lo que hablo. Mi pobre cerebro está nadando en un
cóctel de hormonas que me impulsan a:
a) Sentir cierto apego hacia Javier.
b) No experimentar remordimientos acerca de lo que ha pasado ahora mismo
(aunque es probable que mañana los tenga, en plan resaca sexoafectiva).
c) Querer repetir la hazaña lo antes posible.
Así que... sí, me he dado una ducha, le he pedido que haga lo propio y le he
citado en mi habitación. Y sí, he rebuscado en mi cajón de los juguetes para poder
llevar a cabo una venganza como Dios manda. Se va a enterar.
Javier llama a la puerta y abre. Está en bata. Es la una de la mañana, pero yo
me siento muy despierta, quizá por el hecho de no haber ingerido tanto alcohol a esta
hora como suelo.
La mirada de Javier me desnuda tan pronto se posa sobre mí. Yo también me
he puesto la bata. Es rápido; cubre la distancia que nos separa en dos zancadas y me
toma de la cintura para besarme. Pero yo me hago a un lado y le pongo los dedos en
los labios con una sonrisa.
—Espera, bonito. Estamos en mi habitación y aquí mando yo.
Su expresión se torna interesada, intrigada. Por suerte, mantiene la boca
cerrada. Tengo algo de calor repentino, y no es el tipo de calor bueno. Es más bien
algo de nervios por haber empezado algo que no sé si podré terminar tan bien como
lo ha hecho él.
Sin embargo, cuando le cojo de las manos se deja hacer. Le quito la bata
lentamente y dejo que caiga al suelo. Su cuerpo se revela de nuevo. No es la primera
vez que le veo desnudo. Joder, probablemente le haya visto desnudo más a menudo
que a Pedro, porque uno de sus pasatiempos favoritos es pasearse por la casa en
pelotas. Pero, con todo, es la primera vez que puedo deleitarme en su figura y tocarle
con libertad.
Le paso los dedos por el cuello y los hombros, que son recios y firmes. Bajo
por sus pectorales y los delineo con las yemas de los dedos. Su cuerpo está fresco por
la ducha y huele a su gel de baño. Tiene el vientre firme y plano. Podría partir nueces
en él, probablemente. Él me sostiene la mirada. Yo paso las uñas por su costado y le
noto retorcerse. Es una caricia indolora, pero que despierta unas sensaciones crueles
para el que no puede defenderse.
—Qué mala te has vuelto –me dice.
—Todavía no sabes cuánto.
Le conduzco hasta la cama y le indico que se tumbe en ella. Saco unas esposas
de debajo de la almohada y él se ríe, pero yo le devuelvo una mirada muy seria. Javier
pone las manos sobre su cabeza, cerca de las barras del cabecero, y me permite que
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""La mujer Trofeo"" - Laura Lago
RomanceÉl compró una esposa. Ella compró una vida de lujos. Él desea poseerla a toda costa. Ella no puede verlo ni en pintura... literalmente. Javier Vázquez es un millonario arrogante, como todos los futbolistas retirados que no saben qué hacer con su din...