Capitulo 6

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Aunque me haya dejado dolorida, mi pobre neurona todavía no puede retomar

el control. Soy psicóloga: sé de lo que hablo. Mi pobre cerebro está nadando en un

cóctel de hormonas que me impulsan a:

a) Sentir cierto apego hacia Javier.

b) No experimentar remordimientos acerca de lo que ha pasado ahora mismo

(aunque es probable que mañana los tenga, en plan resaca sexoafectiva).

c) Querer repetir la hazaña lo antes posible.

Así que... sí, me he dado una ducha, le he pedido que haga lo propio y le he

citado en mi habitación. Y sí, he rebuscado en mi cajón de los juguetes para poder

llevar a cabo una venganza como Dios manda. Se va a enterar.

Javier llama a la puerta y abre. Está en bata. Es la una de la mañana, pero yo

me siento muy despierta, quizá por el hecho de no haber ingerido tanto alcohol a esta

hora como suelo.

La mirada de Javier me desnuda tan pronto se posa sobre mí. Yo también me

he puesto la bata. Es rápido; cubre la distancia que nos separa en dos zancadas y me

toma de la cintura para besarme. Pero yo me hago a un lado y le pongo los dedos en

los labios con una sonrisa.

—Espera, bonito. Estamos en mi habitación y aquí mando yo.

Su expresión se torna interesada, intrigada. Por suerte, mantiene la boca

cerrada. Tengo algo de calor repentino, y no es el tipo de calor bueno. Es más bien

algo de nervios por haber empezado algo que no sé si podré terminar tan bien como

lo ha hecho él.

Sin embargo, cuando le cojo de las manos se deja hacer. Le quito la bata

lentamente y dejo que caiga al suelo. Su cuerpo se revela de nuevo. No es la primera

vez que le veo desnudo. Joder, probablemente le haya visto desnudo más a menudo

que a Pedro, porque uno de sus pasatiempos favoritos es pasearse por la casa en

pelotas. Pero, con todo, es la primera vez que puedo deleitarme en su figura y tocarle

con libertad.

Le paso los dedos por el cuello y los hombros, que son recios y firmes. Bajo

por sus pectorales y los delineo con las yemas de los dedos. Su cuerpo está fresco por

la ducha y huele a su gel de baño. Tiene el vientre firme y plano. Podría partir nueces

en él, probablemente. Él me sostiene la mirada. Yo paso las uñas por su costado y le

noto retorcerse. Es una caricia indolora, pero que despierta unas sensaciones crueles

para el que no puede defenderse.

—Qué mala te has vuelto –me dice.

—Todavía no sabes cuánto.

Le conduzco hasta la cama y le indico que se tumbe en ella. Saco unas esposas

de debajo de la almohada y él se ríe, pero yo le devuelvo una mirada muy seria. Javier

pone las manos sobre su cabeza, cerca de las barras del cabecero, y me permite que

""La mujer Trofeo""  - Laura LagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora