Capitulo 3

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Estoy leyendo en mi dormitorio mientras se me secan las uñas de los pies.

Podría haberle pedido a una estilista que me hiciera la pedicura, pero hacerlo yo

misma me proporciona cierto placer. Al menos sé que esta situación de mantenida no

me está dejando inútil. La decadencia y el hedonismo tienen su gracia, pero siempre

me he enorgullecido de mi capacidad de valerme por mí misma... de algún modo.

Este me vale. Bien por mí.

Llaman a la puerta y la entreabren. Es Pedro. Dejo el libro a un lado y me

pregunto si Javier estará en la casa. Me palpita la entrepierna sin poder evitarlo. Llevo

follando con el chófer cinco días y no me canso. Si no hacemos mucho ruido y cierro

la puerta con pestillo, igual podemos echar un polvo rápido sin que nadie se dé

cuenta. Y si se dan cuenta, peor para ellos; bien que hacen oídos sordos con Javier.

Pedro cierra la puerta tras de sí cuando yo llego a su alcance. Pero está

incómodo y tenso, se le nota. Tiene miedo en los ojos y una gota de sudor le recorre la

sien.

—Él lo sabe –me dice con voz temblorosa.

No sé muy bien cómo tomarme la noticia. No tiene señales en la cara y su traje

se asienta en sus hombros sin marcas de agarrones ni zarandeos. Javier no ha venido a

mi cuarto para tirar la puerta abajo como un Neanderthal cualquiera, y me pregunto si

de alguna manera ha podido asimilar que los dos tenemos el mismo derecho a usar el

acuerdo como mejor veamos. ¿Será este el fin de sus miradas de pelmazo?

Vaya, ¿por qué eso me hace sentir algo decepcionada?

—¿Se lo has dicho tú?

—No, no. Ha encontrado...

—¿Qué?

—...tus bragas en el asiento de atrás.

—Ah.

—Me ha preguntado si éramos amantes.

—¿Y qué le has contestado?

—Que teníamos... eh... cierta relación carnal.

—¿Y qué ha dicho al respecto?

—Pues no ha dicho mucho. Se ha puesto a pensar.

—¿A pensar? Le va a doler la cabeza.

—Creía que me iba a despedir, pero no lo ha hecho. Aún, quiero decir.

Mierda. Si le despide, yo tendré la culpa, en cierto modo. Esto cuenta un poco

como acoso sexual en el trabajo, ¿no? Y el pobre Pedro, aunque se lo esté pasando de

lujo, no ha empezado nada. Sí, no me miréis tan mal. Voy a echarle una mano.

—Por eso no te preocupes, que si se le ocurre decirte una palabra más alta que

otra se las va a ver conmigo.

Eso parece tranquilizarle. La tensión se diluye cuando le beso. Y le echo otra

mano.

Pero esta vez literalmente.

Al día siguiente, cuando coincidimos en el desayuno, Javier me mira fijo, pero

no dice nada. Parece hasta curioso. Yo me tomo mi tostada como si tal cosa. Si él no

va a hablar, yo tampoco.

Hoy se ha puesto una camisa con cuello de pico que le sienta fenomenal. La

curva de los hombros está perfectamente delineada, y cuando le miro me imagino

clavándole los dientes ahí, bien fuerte. Pero cuando él busca mi mirada, hago como

que no me interesa.

Pedro y yo seguimos viéndonos la siguiente semana. Ya no tengo tanto tiempo

para quedar con Martina, pero la mantengo al corriente de mi affaire por WhatsApp.

Una tarde, ocurre un hecho extraño: cuando entro en el salón, me encuentro a Javier

leyendo.

No está leyendo el Marca, no, sino una novela sin fotos ni dibujos. Cuando

paso por su lado, descubro que es una de las novelas que me traje de casa y que

adornan mi estantería. No se trata de la misma edición; este es un libro nuevo, sin

marcas en el lomo ni las esquinas arrugadas. Se lo ha comprado, el tío.

Como dicen por ahí: ¿Casualidad? No lo creo.

Ya estamos en plena primavera y hace un calor de la leche. Para celebrarlo,

Pedro me lleva a la costa otra vez y follamos bajo de las estrellas. Es la primera vez

que me desnudo del todo con él, porque hasta ahora siempre nos ha dado el calentón

y no hemos podido aguantar a quitarnos toda la ropa.

Hoy, sin embargo, Pedro ha tendido una manta en el suelo y ha sacado una

botella de champán de la neverita del coche. Yo me he desnudado y me he tumbado

en ella cuan larga soy. Le he quitado la botella, que pretendía escanciar en dos copas,

y me he echado un chorro en el pecho. Las gotas me acarician a medida que

descienden por mi esternón y mi ombligo. Soy generosa cuando lo dejo caer en mi

pubis. Las burbujas me cosquillean.

—Hoy, nada de vasos, guapo –le digo con una sonrisa.

Él es muy obediente y me pasa la lengua por el cuello y los pechos,

capturando cada gota de champán. Hace calor, pero yo me estremezco. Quiero tocarle;

noto su glande húmedo contra mi muslo.

Pero me obligo a esperar. Pedro tiene alma de profesional y no se deja nada en

su caminito húmedo. Sorbe en mi ombligo y se detiene para abrirme los muslos. Me

mira a los ojos, pero yo le empujo la cabeza para que hunda la lengua en el coño

burbujeante.

Deja escapar un suspiro y yo también. Levanto la cadera y él se da un festín.

Es tan bueno que me olvido de todo y me corro dos veces casi seguidas. Cuando

emerge de vuelta, tiene la barbilla empapada y una sonrisa de tonto en los labios, pero

de alguna manera saco fuerzas de donde no sabía que las tenía.

""La mujer Trofeo""  - Laura LagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora