Capítulo 19: Adam

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NOTA DE LA AUTORA: Woo! Este capítulo lo acabé relativamente rápido, ¿no? :) Espero que les guste! Sé que tiene dos páginas menos del estándar que suelo utilizar, pero era necesario terminarlo como termina. Cuando lo acaben de leer, estarán, como siempre, súper intrigados, y además, déjenme decirles algo: En Alfa y Omega nada es lo que parece.

xoxo, Pofy05

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19

Adam

Αδαμ

"Tres pueden guardar un secreto si dos de ellos están muertos."

Benjamin Franklin, Poor Richard's Almanack

Despertar se sintió igual que como se sentiría volver de la muerte a la vida.

  Parecía un sueño. Todo le daba vueltas y apenas era capaz de enfocar su alrededor rocoso, interrumpido por un par de rostros distorsionados que la observaban fijamente. Sentía como si una fuerza luchara contra ella para volver a sumergirla en las sombras, pero su voluntad era más fuerte, incitándola a volver a abrir los ojos. Los párpados le pesaban como si estuvieran hechos de plomo, intentando abrirse para luego cerrarse de nuevo.

  Una voz conocida repetía su nombre continuamente, y Adele lo escuchaba como si fuera transmitido por una radio vieja.

  —¡Adele!

  Allí estaba de nuevo, adornado por un eco que al parecer solo retumbaba en su cabeza.

  —¡Adele!

  Esta vez fue procedido por unas palmaditas en el rostro, como aquellas que le había dado Odern la noche del incendio.

  —Adele, no me obligues a abofetearte.

  La muchacha quería pronunciar palabras, al menos una, para saber que no se encontraba muerta, que aquel no era su fin, mas cada vez que intentaba abrir la boca lo único que brotaba de ella era un sonido parecido a un gemido de un enfermo agonizante.

  Ni siquiera el golpe que la mujer que la llamaba le dio en la mejilla pareció hacerla reaccionar, pero sí que la ayudó. Adele tomó fuertemente una bocanada de aire, que llenó rápidamente sus pulmones. Sabía a humedad, polvo y sangre.

  Por un momento, le pareció ver un par de grandes ojos azules que la miraban con atención, y su corazón comenzó a palpitar con fuerza.

  —¿Olive? —Fue lo primero que logró proferir en medio de un mundo que daba vueltas como un remolino.

  —No, soy Sam —respondió la chica. Le hablaba lentamente, como si ella fuera una clase de enferma mental que no entendería bien sus palabras.

  Luego de unos instantes de mareo abrumador, los ojos de Addie por fin lograron acostumbrarse a la imponente luz que le apuñalaba los ojos. Sus pupilas se encogieron dolorosamente.

  Allí, frente a ella, estaba Sam, con semblante preocupado y los labios apretados. Tenía el rostro sucio con pinceladas de negro en su frente y mejillas, y sus ojos rasgados centelleaban de apremio. Addie desplazó su mirada hacia abajo, y se encontró con el pantalón roto de Sam. A través del rasguño de la prenda se podía distinguir el destello de una cicatriz plateada. Quiso preguntarle qué le había sucedido, pero sopesó la idea. Quizás no eran el momento ni el lugar adecuados.

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