1. Una fortuna

73 9 6
                                    


Alex Woods en multimedia.

Todo comenzó el día de mi graduación. Ese mismo día recibí una gran cantidad de dinero que me había dejado en herencia mi tía abuela paterna Roberta, la cual había muerto una semana antes. No la conocía, pues mi padre murió siendo yo muy pequeña y mi madre y yo tenemos cero relación con mi familia paterna. Ninguna de las dos teníamos la mínima idea de por qué yo había recibido la totalidad de su herencia.

El abogado pidió expresamente que estuviera yo sola en la segunda parte de la lectura del testamento, pues en la primera, la tía solo había dejado una carta despidiéndose de sus familiares con frases reflexivas sobre la vida y la muerte. Se marcharon a regañadientes y lo cierto es que agradecí que lo hicieran. Me incomodaba tener a esas personas que se supone que son de mi familia pero con las que nunca jamás he tenido contacto alguno cerca.

—Señorita Woods— recuerdo haberle escuchado al abogado en cuanto nos dejaron a solas—, su familiar Roberta Woods poseía una gran capital, ¿sabía eso?

Negué con la cabeza, nerviosa. Quería terminar de una vez e irme a casa como si nada hubiera pasado. Ni sabía por qué estaba allí. No todavía. El abogado, un hombre muy elegante aunque ligero de cabellera, al que creo que oí que le llamaran Ed, me miraba con ternura. Yo aparentaba demasiado joven con la ropa que llevaba, mucho más de lo que realmente era y él me veía como una pequeña niña perdida.

—Todo es tuyo— susurró acercándose a mí, con la vana intención de dispersar mi nerviosismo.

Mi única respuesta en los primeros minutos fue abrir los ojos como platos e intentar articular un enorme '¡¿Qué?!' o '¿Cómo dice?' pero las palabras no lograban salir de mi boca.

—Dos casas en la playa, un apartamento en la ciudad— dijo extendiéndome unos papeles—, su casa de campo, ...

Dejé de escuchar las posesiones (casas, colecciones, joyas, etc) de Roberta en cuanto vi en uno de los documentos que tenía ante mis ojos la cifra que alcanzaba la fortuna de mi tía abuela.

—¿Qué rayos...?— interrumpí al señor... ¿Ed?.

—¿Qué ocurre?

—¿Cómo que todo esto es mío?— pregunté incrédula.

—La señora Roberta Elizabeth Woods te deja todo su legado, señorita Woods. Toda su fortuna es tuya: una gran cantidad de dinero en la cuenta bancaria, las propiedades mobiliarias: casas, pisos, esas cosas... Y los negocios...

—No lo quiero— dije alzando la voz más de lo que pretendía.

—No tienes por qué aceptarlo... O aceptarlo todo— me sonrió y me pasó otro papel.

Era una carta.

—¿Es para mí?

El abogado asintió y me dejó un rato sola para que leyera el contenido de la carta de Roberta con tranquilidad.

"Alexa,

Si estás leyendo esta carta es porque mi fantasma te está hablando. Es broma... Es porque Edward te la ha dado. Y si has conocido a Edward eso significa que mi vida ha llegado a su fin.

Probablemente no sepas quién soy, más que una familiar de tu difunto padre, y eso no importa mientras yo sepa quién eres tú. Es por eso que te he dejado todo a ti, yo sé que sabrás cuidarlo y usarlo muy bien.

Solo te pido que aceptes mi dinero, con la condición de que lo uses para divertirte... Eres muy joven y las preocupaciones vendrán después. Disfruta de la vida mientras puedas."

La carta me hizo reflexionar y, aunque seguía confusa, terminé por aceptar el dinero de su cuenta bancaria, dejando las casas y el resto de propiedades para sus verdaderos familiares, que me dedicaban miradas asesinas al pasar como si lo único que les importase de la difunta señora fuera su herencia.

Sentí unas tremendas ganas de enseñarles mi lengua o mostrarles mi precioso dedo corazón pero no lo creí oportuno, así que me limité a sonreírles inocentemente.

"Con la condición de que lo uses para divertirte".

Era mi último verano antes de ir a la universidad, ¿qué podía ser mejor que usar ese dinero para disfrutar de mi verano al máximo?

Mi madre y yo llegamos a un acuerdo: podría seguir el tour de mi cantante favorito, Chad Smith, usando el dinero de mi tía abuela siempre y cuando mi vecino Sam me acompañara.

Sam era unos años mayor que yo, tenía 26, aunque podíamos aparentar perfectamente la misma edad cuando estábamos juntos. Sus ojos eran azules, su pelo era color café, a veces parecía rubio pero si se lo decías se enfadaba. Era más alto que yo, cuerpo atlético y el típico chico que vuelve loco a las chicas más fáciles, pero eso a mí no me importaba porque para mí era como un hermano, pues nos conocíamos de prácticamente toda la vida.

—Está bien, lo hago porque te quiero, pero me debes una muy grande— puntualizó cuando logré convencerlo de que viniese conmigo.

—Vamos, viajarás de gorra todo el verano, ¿no es ése tu sueño?— levanté las cejas sonriendo socarronamente.

—Sí, pero no aguantar los conciertos de ese Chad Smith... No es mi estilo.

—Es maravilloso— lo asesiné con la mirada—. ¡Apúrate a preparar las maletas!

Realmente estaba emocionada y aunque él no lo quisiera reconocer, Samuel también estaba encantado de venir.

El último veranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora