3,2,1, ¡Pelea!

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Prólogo

Respiré entrecortada-mente en el pecho de mi madre el cual subía y bajaba con violencia. No sabía que sucedía, escuchaba gritos de desesperación y dolor, quejas y llantos. El grito de mi padre llamando a mi madre fue lo último que oí antes de que el cuerpo de mi madre se desplomara completamente sobre el mío..., sin vida. Observe sus ojos, mirando el vacío, ahora sin aquel precioso brillo tan común en aquellos grandes ojos marrones.

-¿Mami?-llame. Pero el cuerpo continuo inerte sobre mi. Mi respiración se volvió agitada. -¿Mamita? ¡Responde por favor!-comencé a llorar sobré su pecho. Sin sentir el latido de su corazón, un corazón tan puro. Arrugué su camisa en mi pequeño puño.-¡Mami! ¡Vuelve! ¡Debíamos ir al parque hoy!, ¿recuerdas?

Y nada de nuevo. Sabía lo que sucedía, tenía ocho años y era una niña muy vivaz, simplemente no quería. No podía dejarla ir.

Una lágrima rodó por mi mejilla, no la volvería a ver nunca más. Sólo podría hablar con ella en las noches como solía hacerlo con mi abuela. Aunque ella nunca contestara.

Pero ¿Qué haría yo? Era una niña de ocho años. Sola y con su madre muerta en sus brazos.

-¡Cariño! ¿Dónde estas ___?-la voz de mi padre llamo. No supe en que momento todo se había vuelto silencio.- Oh..., mi Señor ¡No! ¡Lorraine, no!

Sentí que el peso sobre mi disminuía y vi a mi padre llorar con mi madre sobre sus rodillas. Se paró y la coloco suavemente en el sillón, mientras depositaba besos en su frente y tomaba sus frágiles manos, ahora sin vida.

-¡Devuélvemela, Señor! Llévame a mi.-chillo. No sabía que hacer, estaba helada. Sólo estaba parada allí con mi vestido rosa y mis zapatos blancos manchados de sangre. Mi padre me observo llorar.- Ven aquí, princesa.

A paso lento, casi vacilante me acerque a el mientras el tomaba mi mano y me envolvía en sus brazos. Llore. Llore sobre su suave suéter, mientras el acariciaba mis cabellos y susurraba un suave: "sh"

-Ya cariño, no llores más.-dijo mientras corría un cabello de mi frente. Pude ver el dolor en sus ojos.

En toda mi corta vida hasta aquel día, no había visto debilidad en el mirar de mi padre. Siempre había sido un hombre rudo, amoroso pero fuerte.

Esas cosas lo hacían débil, algo que no entraba como virtud. Entonces supe que no debía de serlo. Que el amor nos hace débiles y nos lleva a la ruina, a perder la fuerza y las ganas de vivir cuando el ser querido se pierde.

Amar hacia al ser vulnerable. Y yo no debía de serlo, debía ser una niña fuerte por mi padre de ahora en más, el me necesitaba.

Con mis pequeñas manos de infante, tome su dolorido rostro y lo hice observarme:

-Seremos fuertes, los seré por ti.-dije en un suave susurro.

El amor hacia débil y yo no iba a serlo. Jamas.

El odio invadió mi mente en ese momento, me sentí sola y desvanecida en un mundo cruel y sin salida.

Lloré, lloré por mi madre ahora muerta.

Pero mi mente de infante, reunió todas las piezas y desde ese momento juré: por el alma de mi madre, quien me la habían arrebatado en un segundo. Que fuera quien haya sido, las pagaría.

Vengaría la muerte de mi madre, no importaba nada más en aquel momento. Nada más que el dolor de mi padre y la muerte de mi madre,

Desde ese día, juré, con el corazón más vacío y sin sentimientos. Matar, aún así, a quien haya matado mi madre.

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¡Espero que el prólogo les agrade!

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Delfi x.

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