Canto XVI

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Oscuridad de infierno y de noche priva de todo planeta, bajo pobre cielo, cuanto ser puede de nubes atenebrada,

no cubrió mi rostro de tan espeso velo, como aquel humo que allí nos cubría, ni nunca hubo más áspero pelo,

que el ojo abierto sufrir podría; por éso mi escolta sabida y confiable se me acercó y el hombro me ofrecía.

Como ciego que va detrás de su guía por no perderse y no dar tropiezo en cosa que le moleste, o quizá lo hiera,

así me andaba yo bajo el aire amargo y negro, escuchando a mi conductor que me decía: Cuídate que de mi lado no te muevas.

Sentía voces, y cada una parecía orar, por paz y misericordia, al Ángel de Dios que los pecados lleva.

Sólo "Agnus Dei" eran sus exordios; todas las palabras era de un solo modo pues entre ellas había cabal concordia.

¿Son espíritus éstos, maestro, que oigo? dije yo. Y él a mi: Bien has comprendido, y de la iracundia el nudo van resolviendo.

¿Quién eres tú que nuestro humo hiendes, y de nosotros hablas como si por calendas aún midieras el tiempo?

Así se oyó una voz decir; por lo que mi maestro dijo: Responde, y pregunta si por aquí se va arriba.

Y yo: ¡Oh criatura que te purgas por volverte bella ante quien te hizo, maravillas oirás, si me acompañas.

Yo te seguiré cuanto me es lícito, respondió, y si el humo ver no nos deja el oído nos mantendrá juntos supliendo.

Entonces empecé: Con aquel rostro que la muerte disuelve voy arriba, y llegué aquí por las infernas penas,

y si Dios en su gracia tal me puso que quiere que su corte vea de forma totalmente fuera del corriente uso,

no me ocultes quién antes de morir fuiste, mas dime, y dime si voy bien hacia el paso; y tus palabras nos servirán escolta.

Lombardo fui, y fui llamado Marco; del mundo supe, y aquel valor amé del cual hoy todos han arriado el arco.

Para subir ve derechamente, respondió, y agregó: te ruego que por mí ruegas cuando estés arriba.

Y yo a él: Por mi fe a ti me ligo que haré lo que me pides; pero me muero por un dilema, si no me lo explico.

Primero era simple, y ahora se ha duplicado por tu sentencia, pues es cierto, lo que aquí y en otro lugar, ahora vinculo.

El mundo está pues bien desierto de toda virtud, como tu me suenas, y de malicia grávido y cubierto;

mas te ruego me señales la razón de modo que la vea y la explique a otros; pues hay quien en el cielo otros aquí abajo la ponen.

Un fuerte suspiro, que al dolor ciñó en un ¡ay! soltó primero; y comenzó: Hermano, el mundo es ciego, y bien se ve que de él vienes.

Vosotros que vivís toda razón fundáis sólo en el cielo, como si todo se moviera por necesidad.

Si así fuera, en vosotros se destruiría el libre albedrío, y nos sería justicia por bien alegría, y por mal ganar luto.

El cielo vuestros movimientos inicia; no digo todos, mas, aunque así fuera, luz os es dada para bien y para malicia;

y el libre querer que, si a la fatiga de las primeras batallas con el cielo resiste, después vence todo, si bien se afirma.

Ante mayor fuerza y mayor natura, libres yacéis; y a ella la crea en vosotros la mente, de la que el cielo no cura.

Sin embargo, si el presente mundo se desvía, en vos la razón está, de vos se la reclama, y de ello te seré verdadero espía.

Sale de manos de aquel que la acaricia antes que sea, como hace una mocilla que riendo y llorando parlotea,

el alma simplísima que nada sabe, salvo que, llevada por el alegre hacedor, de su voluntad se dirige a lo que le agrada.

Primero de un pequeño bien gusta el sabor; allí se engaña, y tras él corre, si guía o freno no tuerce su amor.

Por éso tiene que haber leyes de freno; necesario que haya rey, que discierna de la vera ciudad la torre al menos.

Las leyes existen, mas ¿quién cura de ellas? Ninguno, y aunque el pastor que guía, rumiar puede, con todo no tiene la pezuña hendida;

porque la gente, que contempla a su guía hender sólo hacia aquel bien del que ella es glotona, de ése se pace, y más allá no ambiciona.

Bien puedes ver que la mala conducta es la razón que a hecho al mundo reo, y no que en vos la natura esté corrupta.

Solía Roma, que el buen mundo hizo, dos soles tener, que uno y otro camino hacían ver, el del mundo y el de Dios.

El uno al otro ha extinguido; y unida la espada al cayado, y ambos estando juntos, por la violencia es forzoso que mal vaya;

porque juntos, uno al otro no se temen: si no me crees, atiende a la espiga que toda hierba se conoce por la semilla.

En el país que el Adigio y el Po riegan solía valor y cortesía hallarse, antes que Federico diera pelea;

hoy por allí seguro puede pasar cualquiera que evitara, por vergüenza, de hablar con buenos, o de prisa darse.

Verdad que hay allí aún tres ancianos en quienes la vieja edad riñe a la nueva, y sienten que Dios tarda a mejor vida llevarlos;

Conrado da Palazzo y el buen Gerardo y Guido de Castel, que mejor se nombra, como los franceses, el simple Lombardo.

Como hoy nunca la Iglesia de Roma, confundiendo ambas regencias, cae en el fango, se afea ella misma y a la otra.

¡Oh Marco mío!, dije yo, bien argumentas; y ahora entiendo porqué del reparto los hijos de Leví fueron exentos.

Mas ¿cuál Gerardo es aquel que por sabio dices que aún queda de la extinguida gente, para reproche del salvaje siglo?

O tus palabras me engañan o me tientas, me repuso, porqué, hablando tosco, parece que del buen Gerardo nada sepas.

Por otro nombre no lo conozco, salvo que lo tomara de su hija Gaya. Dios os acompañe, más no voy con vosotros.

Mira el albor, que por entre el humo destella, ya va blanqueando, y me conviene partir (el Ángel está allí) antes de que aparezca.

Entonces retrocedió, y más oírme no quiso.

La Divina Comedia: El Purgatorio(COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora