Cuando era niño, no me importaba nada, vivía mis días siempre con una sonrisa, despreocupado por los problemas de la vida, ajeno al dolor que había a mi alrededor.
Sucedió cuando tenía ocho años, dos días antes de navidad. En donde vivía se acostumbraba a quemar pirotecnia en fechas festivas, a mis padres no les importaba lo que algunas personas pensaban acerca de ella y solían llevarme a comprar cebollitas, pequeñas bolitas de colores que al encenderlas desprendían miles de chispitas por todas partes, inofensivas inclusive para mi perro que disfrutaba ladrarles eufórico y dar vueltas alrededor de ellas. En aquél entonces, mi mejor amigo y yo estábamos sentado en la acera que daba para la calle, encendiendo cebollitas con su hermano mayor quien tronaba un tipo de pirotecnia más fuerte que la de nosotros, a esos triangulitos que explotaban sin ninguna magia, mi perro les tenía miedo. Pero a ellos les divertía estar arrojando a la calle todo tipo de pirotecnia que explotara y dejara un ruido ensordecedor, aun así, a Dave y a mí poco nos importaba, bastaba con cubrir nuestros oídos.
—¡Iremos por ponche, ¿quieren?! —preguntó el hermano mayor de Dave, asentimos y seguimos quemando nuestras pequeñas lucecitas.
—Hey, Alix, mi hermano compró un cohete.
—¿Y se va al espacio? —pregunté curioso, Dave asintió enseguida y creí que su cabeza saldría rodando.
—¿Quieres ver?
—¡Sí!
—Espera, iré a traerlo.
Era algo raro, los había visto en todos los puestos de pirotecnia, pero nunca me habían comprado uno, me acerqué a Dave que lo inspeccionaba con curiosidad y cuando logró ver de dónde se encendía sonrió y yo me uní a su emoción.
—No le digas a mi hermano —se rio—. Me va a pegar.
—Entonces le corremos —dije riéndome.
—¡Cierto, cierto, corremos muy lejos, hasta Alaska!
—¡Pingüinos! —alcé las manos.
—¡Osos polares! —él también lo hizo y volvimos a reírnos.
Él encendió el cohete y me acerqué para mirarlo, intentaba ponerlo en el suelo, pero el pequeño artefacto color rojo no se sostenía en pie.
—No se puede —dijo y me acerqué todavía más.
—¿No te vas a ir al espacio y no lo sueltas? —pregunté.
—¡Ah!
Lo soltó a la par que el cohete salía desprendido de sus manos emitiendo un sonido como el de un chiflido. Cerré mis ojos al ver que iba directo hacia mí y Dave gritó, seguido lo hice yo al sentir un terrible dolor en mi rostro, en mis ojos, me ardían y cuando los abrí miré miles de constelaciones.
—¡ME DUELE! —grité, cubriéndome mis ojos, llorando sin saberlo, pues las lágrimas no se distinguían entre un segundo fluido, mis gritos atrajeron la atención de todos.
Pronto escuché los gritos de mi madre, el dolor se hizo insoportable.
Tanto que a los pocos segundos me desmayé.
Cuando desperté me encontraba en un lugar desconocido, no podía ver nada, todo estaba oscuro.
—Cielo... cielo, no tengas miedo, aquí estoy.
—¿Mami?
—Sí mi vida, aquí estoy, tienes una venda en tus ojitos porque estos están lastimados y no les debe entrar polvo —su voz se quebró—, pero aquí estoy.
—Mami me duele la cabeza y tengo sed...
—Es normal cielo, ¿te duele algo más?
—No...
—Bueno, estarás muy aburrido porque no podrás hacer nada, pero aquí estaremos, tu papi está en el trabajo, pero ya vendrá más tarde, ¿te parece bien?
—¿En dónde estoy?
—En un hospital, un cohete te explotó en sus ojitos y debido a eso te trajimos para que te curaran.
—¿Por eso no puedo ver?
Sostenía mi mano, en cuanto pronuncié aquella pregunta la apretó e inútilmente bajé la mirada, podía escuchar su llanto ahogado, podía sentir su dolor.
—Mami no llores, perdóname, no volveré a jugar con cohetes, por eso no llores...
—No es por eso cielo —me abrazó—, hay veces en las que los adultos comprendemos cosas que ustedes los niños no, y son tan dolorosas que lo único que podemos hacer es llorar, como si fuéramos niños pequeños.
—¿Te duele algo mami?
—Sí cielo, me duele algo, ¿a ti te duele algo?
—No me gusta que llores... —sollocé—, no llores mami...
—Si tú me lo pides entonces no puedo negarme... ¿no tienes sueño?
—No...
Mi tiempo en el hospital fue corto, mi madre estaba a mi lado todo el tiempo y mis amigos del colegio habían venido a visitarme, todos estaban preocupados por mí, aunque de Dave no había tenido noticias, él había venido una vez y luego ya no había vuelto a saber nada. Mi madre me contaba que él estaba ocupado, pero aun así me sentía mal porque él era mi mejor amigo y no estaba a mi lado. Al poco tiempo, tres días antes de ir a casa, retiraron las vendas de mis ojos, recuerdo que había estado el doctor, mis padres y hermana mayor.
Cuando abrí mis ojos lo único que vi fue un manto oscuro, era un niño y no sabía que aquel sentimiento alojado en mi pecho era ni más ni menos que miedo y desesperación al darme cuenta de que no podía ver nada.
—Cielo... ¿puedes verme? —mi madre preguntó, sujetando mis manos, el pequeño viento que acarició mi piel me indicó que se había arrodillado a mi altura, su voz una vez más se escuchaba quebrada.
Negué en respuesta, porque las palabras no salían de mi boca, se encontraban atoradas en mi garganta y lo único que pude emitir fue un llanto ahogado que delató mi miedo, mi madre me abrazó y comenzó a llorar, seguido sentí el abrazo de mi padre y hermana, los tres me abrazaban. Las dos mujeres lloraban y mi padre susurraba con voz forzada que era un niño fuerte. El doctor me dijo que debido a que mis ojos habían sufrido muchos daños, las cicatrices que tenía en ellos me impedían ver. Fue lo más lógico que pudo explicarle a un niño de ocho años que había perdido la vista debido a un cohete.
Realmente lo único que había entendido yo, era que ya no podría jugar con Dave.
Asdfghjklñ <3
Hi, hi, traigo de nuevo esta bonita historia <3 No se cambió nada de nada, por lo que no hay peligro, son libres de no leerla ya que realmente solo se está publicando así tal cual estaba escrita ^^ Gracias por el apoyo.
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Los ojos de un ángel
Short Story"¿Cómo es?" "Es como un ángel" "¿En verdad?" "Sí, tienes a un ángel a tu lado"