KESTREL

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Capítulo 1.
Historia de Kestrel:
La prueba de Kestrel.

Nadie ha reconstruido el Barrio Antiguo abandonado, donde el olor de la magia se aferra a los edificios destruidos. Los niños se retan mutuamente, a ver quién se atreve a tocar esos edificios que aún crepitan para notar la descarga. Esa descarga fue el primer recuerdo de Kestrel.

Por entonces no era Kestrel, pero el nombre que le pusieron sus padres es confidencial.

Kestrel sabía que hubo una guerra, a pesar de que aún no había nacido, y conocía a la Reina de las Tormentas, que vivía lejos, en Mont Lille. Sabía que no debía molestar a los guardias de la frontera, que la gente del lugar llamaba blancorrojos. Aprendió el idioma gutural y vibrante de Mont Lille junto con el dialecto de su familia. Todas las mañanas, en la escuela, rendía honores a la bandera de la reina. Todos los niños debían realizar las pruebas de aptitud de la reina; los maestros y los padres les enseñaban matemáticas, idiomas y geografía durante semanas antes del examen. Las familias cuyos hijos estaban entre los elegidos pagaban menos impuestos.

Al cumplir seis años, Kestrel hizo la primera ronda de exámenes: analogías, series numéricas, patrones de bloques simétricos y resolución de rompecabezas. Lo hizo bien. Le gustaba el olor de las virutas de madera cuando sacaba punta al lápiz y la elegante bata blanca de laboratorio con ribetes rojos de su examinadora. Le gustaban los patrones exactos que seguían los números, y hablaba lillianés con un acento adorable.

En la última prueba, la examinadora le dio una combinación de cajas blancas y negras, y debajo de una de ellas había un caramelo. Kestrel debía averiguar si estaba debajo de una caja blanca o negra. Al principio, había nueve cajas blancas y una negra. Eligió una blanca y se quedó el caramelo. En la siguiente ronda había siete cajas negras y tres blancas. Eligió el color negro y ganó otro caramelo. Tras varias rondas en las que había más cajas de un color que del otro, tenía las mejillas llenas de caramelos. Luego llegó la traición. Había seis cajas blancas, pero el caramelo estaba debajo de una de las cuatro negras.

Hasta entonces Kestrel nunca había dudado de sí misma.

La examinadora volvió a distribuir las cajas: cinco de cada.

"Elige", le dijo.

"No".

"¿No quieres el caramelo?"

"Sí".

"Entonces, elige".

"No".

"¿Por qué no?"

"Porque no sé dónde está".

"La prueba te obliga a elegir".

"No".

La examinadora se inclinó hacia delante para estar a la altura de la pequeña. Hablaba con voz amable. "Si te equivocas, no te castigaremos, y si aciertas, te llevas el caramelo. Debes elegir".

"No".

"La reina te obliga a elegir".

"No".

"De acuerdo". La examinadora se puso derecha y sacó una vara tan larga como su brazo. "Si no eliges, te azotaremos en la palma de la mano".

Kestrel mantuvo la mirada al frente mientras la azotaban en las palmas, recordando el sorprendente dolor de la descarga mágica que había recibido en el Barrio Antiguo, y cómo se convirtió en un leve cosquilleo al cabo de poco. La vara no dolía demasiado.

No lloró, y no tomó una elección.

Al día siguiente, dos blancorrojos fueron a su casa. Kestrel huyó por la puerta trasera y se encaramó a un nogal, armada con una honda y suficiente munición todavía verde para presentar batalla si su padre decidía castigarla por suspender la prueba de las cajas. En lugar de ello, sus padres la convencieron con besos y lágrimas para que bajara: la habían elegido para seguir con su educación en Mont Lille. Disponían de una hora para despedirse de ella.

Continuará...

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