"Insensible" capítulo 4.

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4.

Valeria me obligó a comprar mucha más comida de la que pudiese acomodar en las alacenas de la pequeña cocina de mi modesto departamento.

Al salir del supermercado, empujando aquel carro repleto de provisiones suficientes para sobrevivir al pasaje de cinco huracanes, y no simplemente de la tormenta que por lo visto, se avecinaba (en un par de horas el cielo se tiñó de negro sin que siguiera me diese cuenta) medité sobre el trabajo que implicaría acomodar todo aquello. Por eso, y porque en realidad quería disfrutar de la calidez de aire antes de que la tormenta volviese a enfriarlo, acepté la propuesta de mi amiga de ir tomar un café a algún sitio bonito y tranquilo en el que pudiésemos distendernos un rato y ser simplemente nosotras: unas mejores amigas que tienen que ponerse al tanto de toda una semana de eventos sin relatar. Bien, yo en realidad no tenía mucho para contar, mi única noticia era la propuesta de Meden y no estaba dispuesta a volver a sacar el tema porque alteraba a Valeria. Ella también obvio mencionarlo. Para evitar que volviese a la carga con aquello o con cualquier otra tema que me involucrase y que le causase preocupación, le permití pedir dos gigantescas y desproporcionadas porciones de torta, una de mouse de chocolate y la otra rellena con lo que debía ser medio quilo de dulce de leche y empalagosos (y al mismo tiempo: en extremo tentadores) competes de merengue dorado en las puntas.

Picoteando con mi tenedor, un poquito de una torta, un poco de otra, la escuché atentamente mientras me contaba cosas de su trabajo. Valeria sin duda tenía una vida emocionante, o mejor dicho, ella vivía su vida con una emoción que a mí me resultaba algo extraña; sin duda ella poseía todo el optimismo que yo no tenía; no digo que yo sea una persona pesimista, pero a ella ningún mal humor le duraba demasiado y siempre rebosaba de energía y de ganas de hacer cosas, de estar con gente, de salir y disfrutar de la vida. Mi modo de disfrutar de la vida era algo más tranquilo y reservado: quedarme en casa con un buen libro en las manos, quizá cocinar algo rico y escuchar un poco de música; después de pasar toda la semana mi sueño idílico de descanso se basaba en escribir unas cuantas horas y leer otras tantas.

Valeria ya tenía planes para esta noche e insistió hasta el cansancio en que la acompañase (lo mío sin dudas no eran las fiestas de lanzamientos de colecciones de ropa ni nada de eso); todavía no sé cómo es que me libré de eso. Por supuesto, de nada sirvió que le dijese que no tenía nada que ponerme, es más, creo que lo empeoró, mi amiga soltó una amenaza que me hizo temblar las rodillas: si no apareces en mi showroom en el lapso de una semana, para probarte ropa y llevarte todo lo que te guste, te arrastraré hasta allí por las pestañas.

Probarme ropa no es lo mío, en efecto, sin dudas, salir de compras no es mi deporte favorito. Además, como cada vez salgo menos, en realidad no necesito nada especial, con tener al alcance dela mano un par de zapatillas, unos jeans limpios y una remera ya estaba hecha.

Por fin me dejó en la puerta de mi departamento al caer el sol.

- Mañana vamos a almorzar a casa de los padres de Lautaro, pero a la tarde, si quieres podemos hacer algo juntas- dijo probablemente sintiéndose culpable por dejarme sola el resto del fin de semana.

Meneé la cabeza, negando tranquilamente.  - Disfruta del domingo y no te preocupes por mí, voy a estar bien; tengo planeado escribir mucho y descansar otro tanto.

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