SEBASTIAN

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Viernes frió, las calles desiertas y pensamientos confusos. El reloj ya marcaba las cuatro de la tarde y Sebastian manejaba con rumbo fijo.

Los gemelos aun no perdonaban por completo a su padre, después de aquella espantosa noche, en donde grito y lastimo a su hijo, para después correr a la mujer que se estaba volviendo parte de sus vidas.

Solo en la camioneta, junto con un ramo de 200 rosas blancas en el asiento trasero, Sebastian llego a su destino, el gran cementerio de la ciudad. Aparco en la estrada de éste y junto con el gran ramo, camino durante un par de minutos hasta llegar a la tumba destinada, dejo el ramo junto a la lápida para después colocarse en cuclillas frente a ésta.

Seis años- Una solitaria lagrima recorrió su mejilla –Los niños no saben que estoy aquí, ellos aún no lo saben- paso su mano por el nombre tallado en la lápida -Ya no son unos bebés- sonrió y limpio otra lagrima de su rostro –Siempre andan de aquí para allá, Scarlet es una parlanchina y Michael ama la natación- Sus ojos y nariz estaban rojos –Ellos- Tocio para aclarar su garganta –Ellos están enojados, yo los hice enojar. Conocí a alguien –Paso la mano por su cabello y miro a otro lado lejos de la lápida –Ella es hermosa y los niños la aman. Pero.... Fui un estúpido, le grite y la corrí de mi casa. Desde hace seis años no me sentía tan bien con alguien, desde hace seis años que no sonreía y a ella le gustaba mi sonrisa, pero lo estropee, fui un idiota –Se arrodillo, lamió sus labios y contuvo algunas lagrimas –Ellos están enojados porque, ella se fue de nuestras vidas, todo por mi culpa, la amo y la aleje de mí. Los niños no quieren comer, no me hablan y tuve que contratar una niñera –Sonrió y unas cuantas lágrimas lograron escapar –Lo siento- Cerro los ojos y comenzó a llorar –perdón, perdón por no ser un buen padre-  

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