‹ Cooper ›

10 0 0
                                    

Recuerdo cómo era llegar a casa los últimos dos meses: ni bien entraba a mi habitación, del lado de adentro y sentado frente la puerta de madera, se encontraban dos orejas largas y atentas, acompañadas de una pequeña nariz que se movía incesante de arriba a abajo, esperándome.
Al entrar al cuarto, sus dos patas traseras iban dando pequeños saltitos hasta mi ubicación, donde él sabía que recibiría cariños.


Si llegaba mi hogar después de un mal día, sabía que un pequeño y fiel compañero de tonos grisáceos me estaría esperando, y que me devolvería el amor que le daba día a día.


Eso me alegraba bastante, el sentir cómo colocaba suavemente su pequeño hocico debajo de mi mano, pidiéndome una caricia, cómo se subía a mis piernas cuando estaba sentada, cómo me lamía la mejilla cuando me recostaba en el suelo para jugar con él, y no puedo olvidar cuando se acomodaba entre mis pies para dormir ni cuando enloquecía y se convertía en un rayo yendo de aquí para allá a las 3 am sin motivo alguno...


Su pelaje con distintos tonos en escala de grises, sus ojitos claros y sus pequeños besitos en mi mano cuando lo acariciaba eran el conjunto de cualidades para crear la mascota ideal.

Y era mi mascota.


Pero ahora... es completamente distinto.

Llego a casa, y no hay nadie sentado frente a la puerta esperando.


No hay nadie saltando hacia mí, esperando recibir una caricia.


No hay alguien corriendo de lado a lado a altas horas de la madrugada, o mordiendo las cosas que se me caían al suelo, ni nada.

Ahora sólo hay silencio.

Hay tranquilidad.

Calma...


Si me quedo inmóvil, puedo oír los sonidos de la calle, los grillos cantando, mi suave respirar, pero ya no puedo oírlo mordisquear sus juguetes, o su comida, ni oír por las noches sus suaves pasos al caminar.


Esos sonidos me tranquilizaban, porque me hacían saber que él andaba rondando, que no estaba sola en mi fría y oscura habitación.

Pero hace unos días que lo único que hay, es un silencio punzante y terrorífico.


Ya no lo escucho correr, ya no lo siento en mis pies, ya no lo veo jugar, ya no lo oigo comer, olvidé la sensación de su suave pelaje, simplemente todo eso desapareció...


Y sé que no va a regresar.

« Pensamientos »Donde viven las historias. Descúbrelo ahora