Una estrella en tiempos de guerra

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Jose miraba a su alrededor, veía una imagen devastadora de cuerpos mutilados, de aceras llenas de sangre, era un joven soldado, de estatura media y cuerpo no demasiado musculoso, en las manos llevaba un fusil, uno que no quería disparar, la guerra le había alejado de todo lo que amaba en aquella ciudad de España, de su familia, de sus amigos y de su novia. No podía evitar echar de menos su vida, una alejada del dolor y la desolación y sobre todo apartada de las balas, sin más ruido que el despertador para avisarle de que un nuevo día llegaba. Ahora el ver amanecer era un regalo, cada día podía ser el último en ese infierno, el fuego se alzaba, aquello no era normal, no podía serlo. El chico avanzaba más por una calle devastada y a su lado iban otros dos compañeros de la unidad, tenían como misión barrer el perímetro y asegurarse de que no había actividad hostil en la zona, el día estaba llegando a su fin y pronto estarían en sus literas durmiendo, no sin antes darse una buena ducha para quitarse del cuerpo todo el polvo que levantaban esas calles. De repente de una casa salió un niño, no tendría más de ocho años, puede que nueve, cara de estar asustado, abrigado por una chaqueta sucia de plumas cerrada y unos pantalones vaqueros desgastados, con una mochila de colegio a la espalda, toda la vida por delante, no era un hostil, no podía serlo. Agustín, uno de los compañeros de Jose se acercó al niño dejando su fusil en un costado, abrió los brazos para cogerle, seguramente sus padres habrían muerto. Cuando el soldado levanto al niño en brazos se hizo el silencio, un segundo después la mochila del niño exploto llevándose la vida del infante y también la de Agustín. Jose y el otro soldado cayeron hacia atrás para evitar la onda expansiva de la explosión. Al levantarse se acercaron a lo que quedaba de los dos cuerpos sin vida, del niño poco había ya, tan solo extremidades desencajadas y mucha sangre, de su amigo no quedaba cabeza, tan solo un bulto negruzco y sangrante con un ojo rodando por el suelo, más abajo sus intestinos esparcidos sobre un charco de sangre. Era un niño, solo un niño inocente que de golpe había segado la vida de un luchador, joder, como podía existir ese tipo de maldad en el mundo, Jose no podía explicárselo. Los dos soldados cogieron el cuerpo de su compañero como pudieron y lo llevaron al jeep, dejándolo en la parte de atrás y tapándolo con una manta, después montaron ellos delante y arrancaron el motor, estaban consternados por lo ocurrido, no eran capaces de articular palabra. Pusieron rumbo a la base enseguida, lo más rápido que pudieron para alejarse de aquel condenado lugar. El camino fue silencioso y en sus cabezas aun le daban vueltas a todo.

Al llegar a la base Jose fue corriendo al teléfono satélite, debía hacer una llamada, lo necesitaba. Marco el número y pulso la tecla de llamar, al cabo de unos segundos al otro lado de la línea podía escuchar la voz de su novia, la voz de Marta, mientras cogía una foto de la chica, que era morena, no muy alta y de figura normal, un rostro precioso, como de un ángel.

- Hola Marta cariño, te echo de menos, más de lo que podría imaginar, esto es un infierno y ya no sé qué hacer para sobrevivir sin ti – dijo el joven llorando.

- Tranquilo pequeño, piensa en ti y piensa en mí, piensa en todo lo que hemos creado juntos, lo que hemos superado, nada va a separarnos ¿recuerdas? Yo estaré aquí cuando vuelvas y sé que volverás – respondió la chica con un tono amable.

- Cada paso veo a la muerte, cada día pierdo un amigo en este lugar, no hay nada puro aquí, nada para mí y tan solo sigo por ti, si aún no me he rendido es porque cuando estoy a punto de hacerlo escucho tu voz en mi cabeza, tu dulce acento diciendo que debo continuar, que debo luchar. Cada noche sueño con tener tus brazos rodeándome, con acostarme en tu pecho, con alejarme del sonido de las balas y acercarme al de tu respiración, oh Marta, necesito tanto de ti.

- Cierra los ojos Jose, ahora mismo ciérralos y concéntrate en mi voz ¿puedes verlo?, estamos tu y yo tumbados en la playa, las olas del mar suenan en calma al fondo, tú me recitas una poesía y me pones ese colgante de plata al cuello, me prometes que será eterno, que nuestro amor jamás morirá, que lo que sentimos es lo más puro que has sentido, que he sentido, nos besamos, nos agarramos de la mano y todo está en calma bajo la tenue estrella de la tarde, todo es paz, todo es amor ¿puedes sentirlo?

- Lo siento, te siento a ti pequeña, siempre nos quedara esa playa, allí donde las balas no llegan, donde jamás hay dolor, donde solo estamos juntos, solos tu y yo, alejados de todo mal, de la pesadez de la guerra, del mundo que intenta separarnos, en esa playa nadie puede impedir que nuestras manos se entrelacen y nuestros cuerpos se junten, nadie puede impedir que te diga lo que siento, que me hagas sentir lo que sientes tú, eres lo más puro que tengo.

- Tu eres lo más puro que tengo yo amor mío, cuando todas las luces se apaguen y creas que no puedes continuar tan solo recuerda mis palabras, mucho mucho, siempre nos quedaran – termino la chica.

Conversaron un rato más y se despidieron.

Jose se marchó a duchar y después a su litera, se tumbó arropándose por las mantas, recordando todo lo que había pasado ese día, dolido por la muerte de su compañero y también por la de aquel niño inocente que el enemigo había usado como paquete bomba, demasiada crueldad. Escuchaba la voz de Marta en la cabeza y eso le daba fuerzas, pero aun así pensaba como podía estar aquí en un país extraño y hostil. Le daba vueltas a todo buscando una respuesta que tal vez ni si quiera existiera. ¿De verdad peleaban contra los malos o ellos mismos eran los malos?, no podía dejar de sentir que estaban peleando una guerra que no les tocaba luchar, que si estaban muriendo día a día era para defender el ego de unos políticos demasiado orgullosos, demasiado corruptos como para sentarse a debatir y llegar a un acuerdo pacífico en vez de tomar la solución fácil de enviar a la tumba a soldados inocentes. No podía evitar maldecir el alma del presidente del gobierno de su nación que por cabezonería o por intereses ocultos les enviaba a morir en vez de ponerse el mismo frente a las balas. En un sistema corrompido los inocentes son los que pagan el precio con su sangre, en este sistema Jose tenía claro que personas de clase media como él o aun peor de clase baja iban a sufrir por las desfachateces de esos inútiles con traje que decidían invadir un país extranjero por puro orgullo, para demostrar fuerza y alzarse ante el mundo como aquel que la tiene más grande.

Tras pensar todo eso Jose se quedó profundamente dormido y empezó a soñar, en sus sueños todo el ruido de la guerra se calmaba y se convertía en silencio, todo el humo y la sombra de la guerra se frenaba y se convertía en luz, la luz de la estrella de la tarde que brillaba sobre una playa, esa en la que se encontraba el tumbado en la arena y a su lado estaba Marta. El chico se levantó de costado y la miro a los ojos acariciando con sus dedos las mejillas de la chica hasta llegar al colgante de plata que colgaba en su cuello, después beso sus labios. La joven le dio un fuerte abrazo.

- Mucho mucho – dijo la chica susurrando al oído de Jose.

FIN    

Caer y levantar (Poesías y relatos)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora