Cuando entró a la estancia, Nieve ya se hallaba sentada sobre una silla de madera plateada. El Rey Hau-Hau lo saludó a lo lejos y le indicó que se sentara.
Oliver miró a Nieve y le sonrió. Pero algo en el tono de su piel lo inquietó. Los colores pastel de los peces de éter que la mantenían con vida se miraban apagados, como si se estuvieran consumiendo lentamente. Estaba por preguntarle si le pasaba algo pero la voz del Rey pingüilopi resonó en la habitación.
—Polaris sabía que este día llegaría, los niños de hielo tienen los días contados si Yálidon no es derrotado... peor aún, el planeta Tierra corre un grave peligro si el demonio de hielo desata la tercera guerra mundial con esa facilidad nata que tiene de envenenar los corazones humanos.
—Lo sé —dijo el niño con preocupación. Inconscientemente fijo su mirada en la mano de Nieve y sintió un hueco en el estómago al percatarse que era completamente cristalina y transparente. Imaginó que a los demás niños les sucedía lo mismo y la impotencia le invadió. —¡Pero no sé qué es lo que debo hacer! ¡Si tan sólo alguien me lo dijera!
El rey dio la vuelta a su escritorio y caminó hacia Oliver. Se sacó la corona y retiró una hermosa piedra azulada del centro de ella.
—Toma, es tuya. Polaris me la dejó para dársela al niño elegido y por lo que Nieve me ha contado, tú lo eres porque tienes el libro sagrado de Tundrala. —El Rey Hau-Hau señaló hacia su abrigo con una de sus alas. Oliver sacó el libro de cuentos. Después de que Nieve le dijera qué tan importante era, lo llevaba a todas partes. Con algo de desconfianza, lo dejó sobre la mesa.
—Pero... ¿Qué hago con esto? —quiso saber mirando con recelo la resplandeciente roca.
—Colócala sobre ese hueco de la portada —Oliver se percató, que en efecto, la portada tenía un agujero del tamaño de la roca que le había regalado. Siempre que lo veía, pensaba que se debía a lo viejo y desgastado del libro. Había pertenecido a su padre, a su abuelo y seguramente también a su bisabuelo y su ascendencia.
El niño colocó la roca y encajó a la perfección. El libro comenzó a girar vertiginosamente. Oliver y los demás se alejaron unos pasos, asustados, pero el libro se detuvo.
—Debes poner tu mano sobre él. Si en verdad eres el niño elegido, pronto lo sabremos. —El Rey Hau-Hau caminó detrás de Oliver, expectante y emocionado.
Oliver miró su pálida mano por unos segundos. Los moretones en su muñeca provocados por los medicamentos que le suministraban en el hospital ahora eran verdosos. El niño tragó una bocanada de aire y colocó su mano sobre el libro.
Un destello resplandeciente iluminó toda la habitación y se elevó como una columna por el techo del castillo. Oliver sintió como si una energía lo absorbiera, comprimiendo cada centímetro de su piel y huesos. Con la misma fuerza, fue lanzado sobre un piso frío y áspero.
El niño se incorporó pero no vio nada. Todo estaba sumido en una lúgubre oscuridad. Apoyándose de las paredes irregulares y angulosas caminó hacia una pequeña luz que se vislumbraba al final de un túnel.
—Oliver, ¿Estás aquí? —La voz de Nieve resonó en todas las paredes.
—Sí, aquí estoy —le respondió tratando de averiguar de dónde provenía su voz.
—¡Oh, por el Dios Pingüino! ¿En dónde estamos? —Oliver reconoció de inmediato la aguda y quejumbrosa voz del Rey Hau-Hau y soltó una carcajada—. ¡No es momento de reírse! —Le regañó— Mejor tratemos de investigar en qué lugar estamos.
Dando traspiés se dirigieron hacia la salida. Chocaron entre ellos, cayeron un par de veces y otras más se golpearon con filosas rocas. Cuando casi llegaba al límite de la ansiedad y desesperación, Oliver pudo percatarse del viento helado del exterior. Así que corrió hacia la salida.
—¡¡Cuidado!! —Grito Nieve que ya se hallaba fuera.
El niño patinó en el hielo directo hacia un oriundo precipicio. El Rey Hau-Hau apenas logró detenerlo con el cetro que llevaba y con esfuerzo le jaló hacia adentro.
—¿Qué es este lugar? —preguntó Oliver con un hilo de voz.
—Estamos en el Monte Mérope —respondió el Rey con un dejo de amargura. A lo lejos, apenas era visible Iglulia. Su enorme castillo, visto desde ahí, parecía sólo un juguete de cartón. —Al parecer la magia que desprendió el libro cuando lo tocaste, también nos trajo a nosotros.
—Lo siento, no era mi intención.
—Ya, ya. No pasa nada. —El Rey se sentó sobre la fría roca de hielo.
Nieve caminó hacia el risco. El viento traía entre sus notas heladas, los gritos de Yálidon. Los tres se estremecieron. Seguramente luchaba con salir de Tundrala ahora que se sabía que era un prisionero.
—No tardará mucho en encontrar la forma de escapar. —Nieve se tambaleó. Arrastrando los pies se dirigió hacia Hau-Hau y se sentó a su lado justo a tiempo de que cayera al suelo, porque en apenas un segundo, sus ojos se cerraron involuntariamente.
Oliver corrió hacia ella.
—Nieve, ¿te encuentras bien? —Pero no respondió. El color que la iluminaba se había esfumado. La niña lucía como una estatúa de hielo.
El Rey Hau-Hau se incorporó y posó el rostro en su frente. Así permaneció por un par de minutos, como tratando de escuchar lo que el espíritu de Nieve le pudiera decir, si es que los niños de hielo lo tenían.
—Nieve está muriendo... y me temo que los demás niños también se encuentran en ese mismo estado, en Iglulia.
Las lágrimas de Oliver escurrieron hasta dar en la nieve y se dio la vuelta para que no le viera.
—Mandaré un mensaje desde aquí a los escárchlas para que cuiden de ellos. —dijo el rey tratando de tranquilizarlo.
—¡¿Y yo, que puedo hacer para salvarlos?! —El niño pateó la nieve y golpeó con su puño la roca helada de la cueva que tenían delante.
—Tal vez si entras de nuevo a la cueva y encuentras el cuerpo congelado de Polaris, puedas descubrir la respuesta. El libro te trajo a este lugar por algo.
Oliver asintió.
—No te preocupes por Nieve, yo la cuidaré.
El niño entró de nuevo a la cueva oscura y corrió a ciegas. No le importó perderse, lo único que quería era encontrar a Polaris aunque en un lugar tan oscuro nunca sabría si lo haría.
Oliver se tropezó con una roca, voló por los aires y cayó sobre un charco congelado que al apretujarse con su cuerpo, se resquebrajó empapándolo todo de aguanieve. El niño permaneció ahí, con la mirada perdida y las pestañas cubiertas de hielo.
—Estrella Polar que trae la nieve en navidad...por favor...—Su voz se quebró, le dolía el cuerpo, le dolía el alma y también su corazón—...Por favor...deja que los niños de hielo vivan un poco más...
El niño cerró los ojos, implorando. Por primera vez en su vida no se preocupaba por él mismo. Los niños de hielo, Tundrala y sus padres, flotaban en su mente como recuerdos fugaces que iban y venían en una ráfaga de imágenes color sepia.
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Los niños de hielo
Short StoryA Oliver no le queda mucho tiempo de vida. Una noche mientras observa los primeros copos de nieve de diciembre, ve a una misteriosa niña desde la luna, guiando a un grupo de pingüinos y rodeada de luces multicolores. La vida de Oliver da un giro cua...