El demonio de hielo

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Oliver se cubrió las orejas, el grito era espantoso.

—¿Qué está pasando? —volteó hacia Nieve pero ya corría en dirección a la puerta de salida. Luchando contra el tempestuoso viento que entraba por el desnudo ventanal, fue detrás de ella.

La Torre volvió a cimbrar en cuanto entraron al cubo que funcionaba como elevador.

—Está aquí. Lo puedo sentir. —El rostro de la niña se ensombreció.

—¿Quién está aquí? —Quiso saber pero no le respondió.

El cubo se abrió. Estaban en la planta baja y ambos corrieron hacia la puerta que los conduciría al exterior.

Y ahí estaba Yálidon. Tenía forma humana ya que ahora sólo era un fragmento de aquel temible demonio de hielo que trescientos años atrás había destruido Tundrala. Su piel era blanca como la nieve pero por todo el cuerpo le recorrían ríos color carmesí; al centro de su pecho, tenía una quemadura tan grande que le cubría el cuello, era la parte en la que el demonio había sido fragmentado tiempo atrás, con la magia de los niños.

Cristi y Crispi lideraban a los demás niños. Intentaban crear una especie de barrera con los peces de éter para que Yálidon, que caminaba hacia la puerta de la Torre Nubila, no pasara. Pero no estaba funcionando, con una sonrisa de autosuficiencia, Yálidon tomaba entre sus manos a los peces que le lanzaban, los convertía en una especie de humo color negro y luego los engullía como un delicioso manjar que lo vigorizaba cada vez más.

—¡Deténganse! —Les ordenó Nieve—. ¡Lo están fortaleciendo!

Los niños bajaron las manos y los peces de éter volvieron a las esferas de la Torre. Todo permaneció en silencio. Sólo eran audibles el siseo del viento polar y el andar de las botas de Yálidon sobre la escarcha de hielo.

El fragmento del demonio se detuvo frente a Nieve. La niña se plantó valientemente y sin parpadear.

—¿Qué es lo que quieres? ¿Acaso deseas morir?

Yálidon sonrió burlonamente y se agachó para quedar a la altura de la niña. Sus pupilas verticales circundadas de un azul parecido al hielo perpetuo, penetraron sus marrones ojos.

—Escorias de Polaris, ya no pueden hacerme nada. Su magia está agotada y nunca más la tendrán de vuelta, han perdido contra el Grande de hielo.

Con un manotazo la apartó de su camino. Nieve voló varios metros hacia atrás y Oliver corrió a auxiliarla. Yálidon caminó un poco más y al plantarse frente a la puerta de la Torre Nubila, puso su mano sobre ella. La Torre que en realidad era un enorme pino comenzó a marchitarse.

Los niños de hielo se abrazaron unos a otros, tratando de ser fuertes, pero les fue imposible continuar fingiendo valentía cuando notaron que los peces de éter que yacían pendidos en las esferas, comenzaban a cambiar de color poco a poco hasta convertirse en deformes bolas negras.

Yálidon dejó escapar una sobrecogedora carcajada y volteó su rostro hacia ellos.

—La Torre Nubila ahora es mía al igual que Tundrala, porque ustedes hoy dejarán de existir.

El pánico que sintieron los niños al escuchar aquellas palabras les hizo despedir del centro de su cuerpo un vaho oscuro. Eran peces tenebris. La energía que despedían las personas cuando el miedo y la desolación les envolvían. Los peces volaron hacia Yálidon y una enorme hoz apareció en el centro de su pecho. El arma con la que causaba estragos había aparecido de nuevo porque se fortalecía al absorber toda esa energía negativa.

Los niños de hieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora