AU Rey de la Noche y Rey del Día: "Atardecer".

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Había una vez, en tiempos en los que sólo Dios podría relatar, dos grandes reinos.

Allí donde se divisaba el horizonte, donde el día se escapaba de la noche en lo que era la mayor división del mundo. Dos reinos tan distintos pero tan iguales que jamás habían tenido el valor de cruzarse, de fundirse en sólo uno por el temor de lo que eso quizás provocaría.

Ambos reinados, colmados de naturaleza divina que pintaba cada rincón, y de bestias admirables que sólo pertenecían a aquellas regiones como guardianes, tenían a sus líderes, ellos cuidaban de sus tierras con cariño, y procuraban que sus criaturas por nada en el universo cruzaran al otro lado, porque los búhos son dignos de la noche, y las liebres eternas amigas de la luz del día, y era así como debía ser por siempre.

Aquellos reyes eran el ejemplo de la sabiduría, de la piedad, y del amor, pues sabían perfectamente cómo cuidar de todos hasta en los momentos más duros, sabían cómo ser justos al tiempo de castigar, y sabían cómo con amor pintar el cielo en auroras y rayos de sol como obsequio a la vida.

Pero ese, sin embargo, era el único amor que conocían.

El Rey del día y el Rey de la noche eran llamados.

Ellos jamás se habían visto frente a frente, quizás habían podido divisar como mucho el final de sus largas capas sobre el césped o la tierra, pero el hablarse era algo con lo cual sólo debían soñar, no debían atreverse a nada más.

Siempre, al caminar por el borde de sus dominios, admiraban con curiosidad el otro lado con ojos brillantes, mirando hasta lo más lejos que pudieran como un último consuelo, porque hubo una vez en que el Rey de la noche quiso aventurarse, pero apenas su cuerpo rozó la división, sintió como si su piel se quemara a más de mil grados de temperatura, y cayó al suelo mirando al otro lado, anhelado en susurros y en llanto el día en que finalmente pudiera tocar la luz del sol como las rosas que aquél reino adornaban tan bellas.

Noche se había enamorado de Día, o al menos de lo que Día significaba para él. Desde el comienzo de todo, lo conoció, pero incluso desde ese momento en el que fueron creados estuvieron obligados a separarse.

¿Pero quién podría obligar a su corazón a no sentirse de esa forma? A no enamorarse de su belleza y de su amabilidad con la cual trataba hasta a la más pequeña mariposa, porque había pasado demasiado tiempo siendo encandilado por su encanto, por la manera en que su risa parecía fundirse con el canto de los canarios que le seguían con alegría, porque a diferencia de su reino, el de Día parecía ser parte de un maravilloso cuento de hadas.

Sin embargo, ¿cómo, el Rey de la luz y la vida podría siquiera pensar en alguien tan oscuro como él lo era? Si incluso la esencia de Día era tan diferente, vestido de esponjosas nubes rodeando su cuello, rayos de sol como corona, y aquella capa y túnica del hermoso color de su cielo despejado y el dorado de la luz, desvaneciéndose en brillos que dejaban rastros luminosos con cada paso.

Debes saber, Víctor.  [Victuri - One Shots de Yuri on Ice]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora