Capítulo VI

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Existen dolores tan grandes que son capases de sumir al cuerpo en una clase de piloto automático, en dónde el  cuerpo responde por si sólo para no dejar que su adormecida mente acabe por matarlo.  Tal es el caso del dolor en el alma.

Éste fue el él mismo estado en el que la pequeña Nina se sumió, luego del entierro de su familia, el dolor la hizo perder la noción de los días y las horas. Para ella todos los días eran iguales, despertar, comer el desayuno, que ya estaba ahí antes de que si quiera abrirá los ojos, revisar las pertenencias de su padre, sentarse en la ventana a ver el bosque, almorzar con Alexander y platicar con él de cosas como el clima o el sabor de la comida, tomar una ducha, cenar y  finalmente, esperar a que Alex viniera a darle su beso de buenas noches para poder llorar hasta el cansancio.

Así transcurrió su semanas, hasta que de nuevo era domingo por la mañana, el día anterior Alex le había dicho que tendría que empezar clases al día siguiente y que le llevaría lo que hiba a necesitar, así que después de desayunar se sentó en el escritorio a esperar, luego de dos horas finalmente se cansó y molesta pateó la silla sobre la que estaba sentada, esta en respuesta provocó un ruido extraño, curiosa se acercó a la silla y comenzó palparla para descubrír de donde vino el sonido, siguió buscando hasta que llegó a la tapa del asiento y se dio cuenta que entre los surcos  había unas diminutas bisagras, metió sus dedos en los surcos y con algo de dificultad levantó la tapa.

Era un especie de escondite secreto que contenía únicamente dos libros con cubiertas de piel y una capa de polvo que impedía ver sus títulos.

Estaba por tomarlos cuándo tocaron la puerta, asustada cerró la tapa y se dirigió a la puerta con una sonrisa pensando que por fin su amigo Alex venía a verla.

Pero al abrir la puerta era otra persona totalmente diferente. En su lugar había una niña de cabello rubio que casi llegaba a ser blanco y grandes ojos azules que la miraban con curiosidad.

-Hola. ¿Tu eres Nina? -preguntó la rubia.

-Si...¿Tú quien eres? -respondió desconfiada sin soltar la puerta.

La rubia ignoro su pregunta y entro al cuarto empujado la puerta para que Nina la dejará pasar. Una vez adentro, una molesta Nina cerró la puerta y encaró a la intrusa.

-¡Hey!. ¿Qué haces?

-Tania Lebedev.

-¿Ah?

-Ese es mi nombre.

-Si pero...

-El señor Koslov me envío a traerte tu uniforme, tu horario,  que es el mismo que el mío- aplaudió feliz - y sus más grandes disculpas por no poder venir hoy.

-Koslov...¡Ah, Alexander!

-...Si.

-Entonces no vendrá...-se entristeció Nina.

-Oye, pero me puedo quedar yo- sugirió la pequeña rubia.

-¿Si?.

-¡Claro que si!.  Vamos a ser compañeras y también podemos ser amigas...sabes tengo desde los 6 años en el internado y no tengo amigos.

-Yo ya no tengo a nadie, sólo a Alex- sollozo.

-Pues ahora también me tienes a mi y mañana que sea lunes voy a enseñarte todo el internado- gritó emocionada.

Había pasado una semana ya y ni cuenta se había dado, ni siquiera había ido a visitarlos desde el funeral. La culpa de nuevo la envolvió y se reflejo en su rostro.

-Oye... no estés triste- la abrazó-¿Es porque no has ido a ver a tu familia al cementerio?

Nina no dijo nada,  solo se separó y la miró sorprendida.

-Es que mi cuarto es el  de enfrente y nunca te escuché vi salir.

-Si...es que los extraño mucho.

-Pues yo te llevo.

Ambas salieron corriendo muy  sonrientes hacia el cementerio, una vez ahí. La rubia se quedó unos pasos atrás mientras Nina cortaba Margaritas frescas para colocarlas sobre la tumba, decir unas plegarias e informarles a su familia que a partir de ese momento comenzaría con su promesa de venganza, ambas niñas se dirigieron hacia sus habitaciones.

-Gracias por llevarme Tania, eres buena amiga,  no entiendo como es que no tiene amigos.

-De nada amiga- sonrió - yo tampoco se porque no tengo amigos si soy genial y hermosa.

Amabas rieron con el último comentario.

-Y además graciosa y humilde.

-Bueno...creo que si se porque no tengo amigos, soy realmente mala en las clases especiales.

-¿Las que?

-Ya lo verás. Hasta mañana Nina.

-Hasta mañana Tania.

Luego de despedirse Nina corrió hacia el escondite de los libros, los sacó y se sentó en la cama para verlos.  Le sopló el polvo al de pasta roja revelando el título: El lenguaje de las flores. Hizo lo mismo con el otro pero no  tenía nada en la portada, abrió la primera página y descubrió escrito el nombre de su padre.  Abrió el primero buscando también  el nombre de su padre en el, pero en su lugar encontró el de su madre.

Emocionada apretó los libros contra su pecho y se durmió tranquilamente en la cama.

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