Capítulo 4.

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Los días siguientes fueron particularmente rutinarios, iba a la academia a pasar casi toda la mañana y por la tarde me concentraba única y exclusivamente en mi familia. Babi y Sasha no vinieron a visitarme y tampoco se tomaron la molestia de tomar el teléfono y llamarme para ver cómo estaba. En algún punto consideré ir a su casa y preguntar qué pasaba con ellas, pero o mi mamá me ponía peros para salir o la conversación con Babi me detenía.

Estaba claro que ninguna deseaba hablar conmigo y respetaba aquello aunque me doliera.

El día de la apertura de la boutique de Madame François mi madre irrumpió mi horario de sueño dos horas antes de la acordada, no estaba desvelada y tampoco era del tipo de persona que le costase levantarse. Pero sin duda me había fastidiado que me obligase a salir a correr con ella aún con el cielo estando oscuro y el fresco de la mañana en su esplendor.

Con pantalones de yoga, camiseta deportiva y una sudadera tres tallas más grande, recorrimos nuestra calle hasta que el sol se asomó y nos regaló una preciosa postal en el cielo — fue lo único rescatable de levantarse tan temprano —; mamá estaba que chorreaba de sudor y yo apenas y soportaba el calor abrazador que parecía quererme hervir viva; el cabello se me pegaba en la frente y la nuca y, muy seguramente, estaba roja como un tomate y con una cara de sufrimiento eterno. Pese a que tenía muy buena condición física, correr no resultaba una tarea fácil para mí.

Nos detuvimos dos cuadras antes de llegar a casa, cuando un mitin de personas se interpuso en nuestro paso. Estaban en bolita, alrededor de lo que parecía ser el hecho más controversial que hubiese ocurrido en Highland Park alguna vez; había murmullos por todos lados y desde donde estaba alcancé a visualizar una patrulla estacionada en el lugar más cercano de tumulto.

Miré a mi madre, ella estaba igual o más confundida que yo, antes de acercarme al bullicio; muchos de los presentes eran vecinos de años, gente que conocía desde que era una niña y con la que había convivido o conocido en alguna parrillada en mi jardín o fiestas familiares a las que nos habían invitado.

Mamá me siguió el paso, percatándose del rostro petrificado de los presentes, así como de la cinta restrictiva que los policías estaban colocando mientras nos pedían que guardásemos la calma y mantuviéramos distancia.

—¿Qué está pasando? — preguntó en particular a nadie.

No contesté.

Me adentré aún más entre la gente, sumamente curiosa. Vi a un niño llorando, abrazando las piernas de su madre como si nunca quisiera dejarla ir; una anciana tenía un rosario entre las manos y parecía parlotear alguna especie de rezo en silencio y justo al lado de ella había una adolescente que no hacía más que tomar fotografías.

Intenté contener la calma cuando oí los "Dios la tenga en su gloria", "ella era muy buena vecina", "¿ustedes la conocían?"; pero mi paupérrimo intento falleció cuando pude colarme hasta enfrente y lo vi: un cadáver cubierto por una sábana blanca, en medio de la calle y con un baño de sangre a su alrededor.

Emily [LIBRO 1: SAGA E] || ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora