Cap.11

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Narra _____:

Mis sollozos retumbaban por toda la habitación, y aunque Harry se esforzaba por hacerme sentir mejor, no lo conseguía. Él sabía que la noticia de su invalidez me afectaba mucho, al igual que a él, pero se empeñaba en mostrarse fuerte para no empeorar mi estado.

– _____, ya está – me besó en la sien –. Todo va a estar bien, ya verás.

– ¿Cómo que todo va  a estar bien? – apoyándome en su pecho logré separarme un poco de él – Te vas a quedar inválido, Harry.

– Eso no es seguro – dijo con serenidad –. Con la rehabilitación puedo mejorar.

– No, no lo harás – musité desanimada y volví a abrazarlo.

– Por favor _____, no te quiero ver así. Confía en mí, te prometo que pondré todas mis fuerzas en volver sentir las piernas, pero deja de llorar por favor.

Tan sólo me dio tiempo de asentir levemente contra su pecho antes de oír unos insistentes golpeos en la puerta.

– Adelante – dijo él.

Giré alarmada mi cabeza al escuchar revuelo y observé cómo Sirenia nerviosa abría la puerta y se acercaba a nosotros con rapidez.

– ¿Qué pasa? – pregunté.

– Tenemos que hablar _____.

La miré fijamente y supe que tenía algo importante para decirme, pero con Harry delante no era muy buena idea decírmelo. Me levanté perezosa de la camilla dejándolo a él desconcertado y lo abracé, despidiéndome.

– Vendré más tarde – le susurré muy cerca de su oído.

Me agarró de la mano cuando me quise ir, negándose a soltarme.

– No te vayas, por favor – me suplicó.

– L-lo siento Harry. No tardaré mucho.

Le dediqué una débil sonrisa y salí de la habitación triste por dejarlo de aquella forma. Una vez que Sirenia y yo estuvimos solas en el pasillo, me volví hacia ella y la miré expectante, esperando a que hablara.

– Dime, ¿qué ocurre?

– Han venido los de servicios sociales. Quieren conocerte.

– Pero me dijiste que me daban el alta en tres días.

– Sí, pero desde que te dije eso ya han pasado dos noches. Hoy ya pueden hacer contigo lo que quieran, un juez es el que tiene ahora tu tutela.

¡Dios mío! Eso era verdad.

Los últimos días con Harry se habían pasado tan rápidos que apenas me había dado tiempo a disfrutarlos. Yo no me podía ir de aquí, no podía dejar a Harry solo. Si se había puesto así por únicamente irme de su lado unos minutos, ¿qué haría si se enteraba de que no me podría ver nunca más?

Él no sería el único que lo pasaría mal, eso lo tenía muy claro. Yo también lo necesitaba conmigo, quería que me siguiera acunando en sus brazos cada día cuando me veía triste, que me siguiera chantajeando con comerme la comida para luego darme las chocolatinas, que no dejara de cantarme al oído las muchas canciones que yo había comenzado cuando él estaba en coma pero que nunca había sido capaz de terminar… eran tantas cosas las que quería seguir recordando por el resto de mi vida que, con pensar en que nunca más las iba a volver a vivir, me faltaba el aire y sentía que arrancaban parte de mi corazón.

– ¿Lista? – me preguntó Sirenia ya delante de la puerta de mi habitación.

– Supongo.

Abrí la puerta con una lentitud apoteósica, deseando que aquello no fuera tan malo como esperaba. Aparecieron frente a mí un hombre de unos treinta años, bastante atractivo debía admitir, medio sentado en el alfeizar de mi ventana, y una mujer, notablemente más mayor que él, de pie frente a la camilla de Gemma analizándola de arriba a abajo, quien yacía con los ojos abiertos tumbada sobre su cama.

Vuelo 1227Donde viven las historias. Descúbrelo ahora