Esta era la segunda semana que pasaba en aquella gran casa, bueno, si es que se le podía llamar así. Era como una especie de mansión enorme a las afueras de la ciudad. Siempre pensé que los orfanatos eran los típicos que daban miedo nada más verlos como en las películas nos mostraban, pero eso simplemente era la visión ficticia. Aquel en el que estaba yo no daba tanta mala espina.
Lo que sí que era como me esperaba eran las normas que debía que cumplir diariamente. Por las mañanas se impartían clases de asistencia obligatoria, y por las tardes, a parte de hacer los deberes, te dejaban algo de tiempo libre para hacer lo que quisieras. Los horarios de las comidas también eran demasiados estrictos, así que si no querías morir de hambre, debías de estar justo a la hora estimada en la puerta del gran comedor.
Otra cosa que se respetaba mucho era el tiempo de sueño. A las nueve de la noche, ya todo el mundo debía de estar en sus habitaciones, con la luz apagada y metidos dentro de la cama preparados para dormir. Eso era lo único que a mí, como la niña responsable que siempre fui, me costaba cumplir. Nunca conseguía dormir lo suficiente como para mantenerme espabilada durante el día siguiente, pero por mucho que intentaba conciliar el sueño a la hora que me indicaban, sabía que sin Harry, aquello era una batalla perdida.
Con un simple movimiento conseguí voltearme y quedar boca arriba sobre la cama mirando al oscuro techo. Calculaba más o menos unas dos horas ahí tumbada sin ningún tipo de indicio de que fuera a cerrar mis ojos pronto.
Giré mi cabeza para fijarme en el pequeño bulto que sobresalía de las sábanas de la cama de al lado y, agudizando mi oído, pude distinguir unos sollozos que luchaban por pasar desapercibidos. María, una niña de unos once años, intentaba consolar a su hermana pequeña de cinco que llevaba toda la noche llorando sin parar.
– Susi, duérmete – susurraba la mayor –, vas a despertar a esta chica, y tú no quieres eso, ¿verdad que no?
Sin saber si la niña había respondido, me levanté de mi cama y me acerqué hasta la de ellas. Cogí un extremo de la sábana y tiré de ella dejando sus cabecitas al descubierto.
– Oh, ¿te hemos despertado? – preguntó María apenada arrellanándose en su sitio, parecía que a la espera de una mala contestación o algún tipo de acción peligrosa por mi parte – Lo siento mucho de verdad, es que mi hermana…
– Tranquila, no te preocupes – traté de sonreírle y mostrarme amable –. No estaba dormida.
La pequeña alzó su mirada hacia mí y me observó con ojos tristes. Mi corazón se encogió ante esa imagen, por lo que no pude evitar el impulso de arrodillarme y abrazarlas a las dos. María, que hasta ahora no la había visto llorar, se aferró fuerte a mí comenzando a mojar mi cuello con sus lágrimas.
Me levanté del suelo y me senté en la cama junto a ellas.
– ¿Estáis mejor? – les acaricié a las dos sus rostros húmedos.
La más pequeña negó, arrimándose de nuevo a mi cintura y escondiendo su cara, pero María asintió evitando mi mirada.
– ¿Por qué estáis aquí? – le pregunté a ella sin poder contener mi curiosidad.
– A nuestros padres les quitaron nuestra custodia – respondió ella alzándose de hombros apenada –, no nos quieren.
– No digas eso, María – le regañó Susana asomando la cabeza entre mis brazos –. Sí que nos quieren.
Alcé la vista y vi que María me miraba negando. Ella, al ser la mayor, debía ser más consciente de los momentos presenciados en su casa, por lo que supe que no mentía.
Esperamos a que Susana, gracias a mis mimos y atenciones, se durmiera. La acomodé en la cama con cuidado e invité a María a que me contara toda su historia en mi cama.
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Vuelo 1227
FanfictionEn un abrir y cerrar de ojos todo cambió. Sus vidas, sus familias... ya nada volvería a ser igual que antes.