La segunda promesa

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Emma y Regina habían aterrizado en el mismo lugar por el cual habían entrado en el sombrero mágico. Emma cogió este último, dándole vueltas entre las manos, y después colocó un brazo alrededor de los hombros de Regina, atrayéndola hacia ella, mientras comenzaban a caminar hacia la casa de sus padres.

«Lo siento tanto, Regina. Querría...solo querría poder hacer algo, y podía, habría podido si me lo hubieses permitido» dijo con énfasis; pero no obtuvo respuesta alguna de los labios cerrados de la mujer que, en ese momento, intentaba reconocer.

Su rostro estaba pálido, sus labios parecían secos y sin vida, sus ojos estaban apagados y melancólicos. Y después estaban sus manos, que se estaban torturando, apretándose y rozándose la una contra la otra en un gesto nervioso. Regina estaba explotando.

«Amor...» la llamó la rubia, intentado que volviera en sí; también esta vez sin resultado, porque Regina parecía ni siquiera escucharla, perdida en quién sabe qué pensamiento, seguramente dirigido a la hija que había encontrado y perdido nuevamente en tan poco tiempo «Sé que estás en shock. Y sé que crees que la has perdido para siempre, pero estoy segura que no es así. Podemos volver a encontrarla, Regina»

Aún envueltas en el silencio de Regina y en los monólogos de Emma, llegaron ante el apartamento de los Charming en unos minutos que parecieron interminables. La Sheriff tocó. Pasaron pocos segundos y les abrió Henry, que abrió su sonrisa ampliamente al verlas allí, de nuevo con él, sanas y salvas. El abrazo que vino a continuación fue tan largo como necesario, porque los tres necesitaban volver a verse, necesitaban estar juntos como se suponía que lo debía estar una familia.

«¿Estáis bien? Dim ya no ha escrito nada más y estábamos muy preocupados» exclamó Charming, caminando hacia ellas y estrechando a ambas con sus grandes brazos paternales.

Al final llegó Mary Margaret que, con lágrimas en los ojos, apretó primero a la hija y después a la nuera con afecto irrefutable. No dijo nada, solo le dedicó a su madrastra una mirada llena de comprensión y de afecto, que pensaba que en aquel momento tan terrible para ella la necesitaba. Y Snow sabía qué significa tener que dejar a una hija...

«Mamá» dijo Henry, mirándola también, solo que con una mirada diferente, cierto, con preocupación, pero también con algo inexplicable: rabia.

De todas maneras, Regina no se hizo preguntas sobre el comportamiento del hijo, porque en ese instante no era capaz de razonar lucidamente. Corrió rápidamente hacia el baño, cerró la puerta, y vomitó, esperando que, además de los jugos gástricos, también la mierda de su vida pudiese salir de ella. Esperanza vana, lo sabía.

Una mano reconfortante se posó en su hombro, y no tuvo necesidad de girarse para saber que era de Emma, porque su gesto de amor era inconfundible. Se limpió la boca en un gesto descuidado y se quitó de encima la mano de la amada, caminando hacia el lavabo para limpiarse, como si con agua pudiese también lavar sus propios pecados y sus dolores.

«Amor...» le dijo por segunda vez Emma, abrazándola desde atrás y dándole un beso en la sien.

Cuando Regina comprobó que la puerta estaba cerrada correctamente, se desahogó en un llanto desesperado, pero para nada liberador, sobre el hombro de Emma, que la apretó sin querer dejarla ir.

«Haré de todo para traértela»

«No hagas promesas que no puedes mantener, Swan. Estuviste a punto de romper una» respondió Regina, de improviso fría.

Se separó de ella y salió, llena de resentimiento hacia el mundo entero, incluso hacia la mujer que amaba.

«Has mantenido tu promesa, Regina. Nos has devuelto a nuestra hija»

Operación familiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora