Las Salvadoras

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«La última vez llegué a leer hasta aquí, pero parece que desde entonces se han escrito más páginas» dijo Regina, sentada en su cama con el libro sobre sus piernas.

Mientras tanto, Emma iba y venía en la habitación, con expresión preocupada, ya desde hacía unos minutos, y eso no hacía más que poner nerviosa a Regina, que ya estaba por su cuenta bastante de los nervios, ya que se habían dado cuenta de que un nuevo peligro estaba tocando a las puerta de su (aunque solo por un momento) feliz vida.

«¡Emma!» exclamó, cansada de aquel ir y venir.

La rubia se paró en medio de la habitación, con la mirada baja, y golpeó la bota contra el suelo. Regina sabía que la muchacha ya estaba pensando en lo peor, porque su pesimismo había contagiado a Emma. Y, por una vez, le tocaba a ella levantarle la moral.

«Amor» murmuró en tono más dulce

Emma se sobresaltó al oírse llamada de ese modo. Si primero estaba muy agitada, después de aquel apelativo podía prácticamente sentir su corazón ir al galope. Pero Regina no pareció darse cuenta y continuó hablando con la misma voz suave

«Sé que hemos tenido poco tiempo para recuperarnos y que es pronto para enfrentarnos a otro enemigo...Pero esta vez es diferente: ahora estamos juntas, somos una familia, y nada podrá cambiar eso»

Finalmente la sheriff sonrió, recobrando el optimismo y la esperanza, que en su familia no faltaban nunca. Aferró las caderas de la mujer entre sus manos y, sin preaviso, comenzó a besarle el cuello, sensualmente.

«E-Emma...» balbuceó Regina, cogida de improviso por aquel ataque de pasión, intentando detenerla antes de perder ella también el control. La Salvadora continuaba su recorrido hasta sus hombros, desnudos por el vestido que llevaba, mordisqueándolos y después besándolos tiernamente «Emma, de verdad...No me parece el momento»

Entonces Swan dejó de besarla, con una sonrisa espléndida y le acarició la mejilla, susurrándole al oído

«He sido una estúpida, testaruda y obstinada...pero ahora he entendido»

La Alcaldesa frunció el ceño, dejándose de todas maneras besar dulcemente los labios, manchando ligeramente los de Emma con su pintalabios.

«¿Qué has entendido, amor?» preguntó, sin ser consciente de haber utilizado otra vez ese apelativo-le estaba cogiendo el gusto.

«He entendido que me casaré contigo. Me casaría ahora mismo, Regina» continuó susurrando Emma «Y es porque te amo»

La morena se estremeció, sintiéndose realmente llena de alegría, como solo un "te quiero mucho" de su hijo podía hacerla. Pero aquello era del todo inesperado, y mucho más chocante. Al menos esta vez, el impacto era agradable, y se transformó rápidamente en felicidad, una felicidad que solo Emma y Henry podían darle.

«Eres el único amor de mi vida y solo ahora me doy cuenta; ahora estoy más que segura de estar enamorada de ti, Regina Mills. Me harías verdaderamente la persona más feliz del mundo si te dejases amar por una Salvadora más idiota que nunca; por una sheriff con una obsesión por las chaquetas de piel y...por ti; por la madre de tu hijo; por esta mujer que ama cada pequeño detalle tuyo y que no quiere otra cosa que pasar el resto de su vida contigo» concluyó Emma, apretando sus manos temblorosas y mirándola con los ojos luminosos de alguien que ama desde lo más profundo, con una mirada que dejaba transparentar un amor sin límites, el Amor Verdadero.

La rubia se encontró a una pequeña, pero fuerte mujer entre los brazos, las piernas enlazadas en su cintura y los brazos alrededor de su cuello. Dos risas alegres se elevaron juntas, mientras que Regina no lograba hacer otra cosa sino llorar y repetir frases como "Yo también te amo, te amo a morir" y estrecharla compulsivamente, a pesar de que el miedo a perderla había desaparecido, y por tanto también esa necesidad de tenerla aferrada a ella.

Operación familiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora