Ausencia

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«Regina»

La mujer se dio la vuelta, encogida en el sofá de la casa. De repente, retrocedió asustada.

«Te has transformado en el fantasma de ti misma, querida. Pero mírate, derrotada y apenada» canturreó musicalmente el hombre.

«Marcharte, Gold» escupió aquellas palabras con hastió

«¿Estás segura de que quieres que me vaya? Porque tengo algo que podría interesarte...» dijo Rumpel, con una astuta sonrisa en su rostro

«Ya no me interesa nada...» murmuró Regina, mostrándose débil como nunca lo había hecho ante el Señor Oscuro.

Entonces él frunció el ceño, sinceramente disgustado por el estado de ánimo de aquella mujer que, para bien o-sobre todo-para mal, siempre había considerado como una hija. Se sentó a su lado y, con un chasquido de dedos, hizo aparecer entre sus manos una mantita muy familiar, de lana blanca y con una pequeña manzana roja bordada en ella.

«¿De...dónde la has cogido?» preguntó ella, arrancándosela de las manos y llevándosela al pecho, cerrando los ojos.

«Me la ha dado tu hija» respondió, apretando los labios «Como bien sabes, ella tiene mi daga y puede controlarme. Ha abierto un minúsculo portal entre nuestros mundos y ha logrado entregarme eso, quería la tuvieras tú»

«Mi pequeña Dim...» susurró Regina, echando algunas lágrimas sobre aquel objeto que ella misma había bordado para su hija cuarenta y cinco años antes.

«Hay algo en la mantita. Y creo que deberías leerlo a solas» le informó Gold, para después levantarse y salir por la puerta principal; pero, antes de hacerlo, se dio la vuelta de nuevo y dijo «Daría la vida por volverte a ver otra vez. Y no me ha ordenado ella que te lo diga...»

Regina asintió, consciente de que era verdad, aunque todavía dudaba de si Dim no la odiaba por todos esos años que había tenido que pasar en completa soledad.

Cogió aquel pequeño pergamino, que estaba enrollado con una elegante y ligera cinta de seda rosa. Por ese detalle tan superficial, captó la semejanza consigo misma, y sonrió. Después, sin embargo, esa sonrisa desapareció: había sido solo un pequeño rayo de sol que precedía a la tempestad.

Querida madre;

Sé que probablemente lo último que ahora querríais es hablar conmigo...por como os he tratado a vos y a la persona que está a su lado: sin ningún respeto, sin ninguna dignidad, ni honor. Por no hablar de lo que le he hecho a Henry, lo que ha sido realmente infantil y estúpido, pero si lo he hecho es porque lo envidio. Lo envidio porque él ha estado entre sus brazos, ha sido acunado y amado por vos, mientras que de mí no recordabais ni siquiera el haberme tenido. Y después él durante parte de su vida no logró amaros, a pesar de que vos hicisteis de todo por estar con él.

Es verdad, madre, estaba enfadada. Estuve cegada por el odio todos estos años, y quería tomar venganza. Incluso he pensado matar a vuestros seres queridos, y de esto, me avergüenzo mucho. Pero ahora sé que no hay motivo para hacerle daño a Emma o a Henry, porque sé que ellos os aprecían y os aman, pero sobre todo, están a su lado como yo nunca podré estar.

Lo que realmente quería deciros es que lo siento mucho, y que espero que este objeto que nos une pueda bastar para aquellos momento en que, quizás, también vos me echéis de menos como me pasa a mí cada día, cada minuto de mi vida. A mí no me era suficiente, así que he decido dároslo; puede serviros más que a mí.

Que mi recuerdo quede impreso en vuestra mente, pero no como uno de los que atormentan el sueño y que provocan tristes lágrimas, sino como uno de aquellos que llenan de esperanza el corazón.

Operación familiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora