Desde muy niño supe que mi vida seria servir a Dios y a la iglesia, salí muy joven de mi hogar para ordenarme como sacerdote y predicar el evangelio. Dejé todo cuanto tenía, familia, amigos, casa, nada me importaba más que llevar la palabra de Cristo por todos los rincones del mundo.
Así lo hice durante muchos años, pero algo pasó en mi mente durante aquella dura y grave enfermedad que me tuvo cinco meses al borde de la muerte, postrado en una cama, con fuertes dolores y diarreas que no cesaban, con fiebres tan altas que deliraba como un demente, haciéndome creer que el mal quería apoderarse de mí.
Ningún médico supo que tenia y tal como vino desapareció.
Dos meses después de mí recuperación, a mediados del verano de 1890, decidí volver al viejo continente y refugiarme en un lugar de clausura.
Después de un mes de viaje por barco y a caballo, por fin, a principios del otoño llegue a una de las abadías más vieja de Europa. Todo mi afán era meditar e intentar que mi vocación espiritual y cristiana no se fueran a pique.
¿Por qué estas dudas? Me preguntaba una y otra vez.
¿Por qué se me desvanece la fe? Siento que el dueño de las tinieblas esta involucrado en esto, me quiere llevar, lo sé, siento que me observa en la oscuridad de mi pequeña y lúgubre habitación, quiere que renuncie a ti Señor, dame muestras de que estas, necesito una señal tuya, no tengo fuerzas ni mentales ni físicas para aguantar esta tortura, me esta ganando la batalla y tu no escuchas mis plegarias.
Pasan los días y el otoño va desapareciendo, dejando paso al frío y triste invierno. Que rápido pasa el tiempo, todo un otoño y sigo igual. Sé que de este invierno no va a pasar mi encuentro con el maligno. Me pondrá a prueba para arrastrarme hacia EL utilizando todas sus artimañas.
¿Qué voy hacer señor?.
La abadía era el lugar que elegí para enfrentarme a este agónico suplicio, no era un sitio grande sino mas bien pequeño, un lugar melancólico, solitario, donde residían doce frailes de edad avanzada que lo cuidaban, mejor dicho que lo mantenían en pie después de siglos. Doce frailes como doce eran los apóstoles de Jesús.
Había un minúsculo huerto y un corralito con seis gallinas y un gallo de los cuales sacaban el sustento para mantenerse medianamente alimentados. Pegado estaba el cementerio en el cual habían ido enterrando a los hermanos que habían muerto allí durante siglos, no más de treinta tumbas con más de cuatrocientos años entre el primer cuerpo y el último enterrado y una capilla donde pasaban la mayor parte del día rezando.
El edificio principal de la abadía constaba de trece habitaciones, enumeradas con números romanos, todas iguales, una cama, una mesita, un pequeño armario, un gran crucifijo colgado en la pared encima de la cabecera y una pequeña ventana con rejas, igual que una mazmorra.
La noche de Nochebuena desperté angustiado, sobresaltado, sé que el mal había estado dentro de mí, en mis sueños quizás, o quizás no eran sueños, no podía estar seguro, como cuando estuve enfermo, de lo que sí estaba seguro era que todavía podía escuchar perfectamente esas voces que me repetían una y otra vez.
¿Dónde esta tu Dios? ¿ Por que no ha parado lo que te he obligado hacer?
¡Basta!, ¡ Basta! Grité desde mi cama encogido en posición fetal.
¡Todo es mentira!
Pero las imágenes que veía en mi mente eran muy reales, paredes llenas de sangre y crucifijos clavados en cuerpos humanos.
Reuní las fuerzas suficientes para saltar de mi lecho y salir de allí, corriendo por el pasillo, todo me daba vueltas, me vi las manos ensangrentadas y las voces que me hablaban en mi interior cada vez eran más potentes, observé que todas las habitaciones de los frailes estaban abiertas, no pude detenerme y entré en la primera, allí estaba uno de ellos tendido con los brazos en cruz atados a la cama, amordazado y con el crucifijo de la cabecera clavado invertido entre los dos ojos y en las paredes la pregunta ¿Dónde esta tu Dios? escrita en sangre.
Me impregné el pecho de vómitos y lágrimas y corrí a las demás habitaciones encontrándome el mismo espectáculo macabro.
Había asesinado a los doce hermanos y tu Dios mío no lo impediste, dejaste que ÉL ganara, me abandonaste a mi suerte sabiendo que no podría vivir con esta carga y aquí me tienes ahora con una cuerda al cuello en mi celda, después de entregarme a las autoridades y ser juzgado a cadena perpetua por enajenación mental y sonambulismo.
A esa conclusión llegaron la iglesia, los jueces y médicos que me juzgaron y examinaron, dijeron que los asesiné mientras me encontraba en un estado de sueño, por eso no me aplicaron la pena de muerte. Después de tres meses encerrado hoy he conseguido robarle una cuerda a mi carcelero, la cuerda que me quitará la vida y me llevará con ÉL, mi verdadero Dios.
Quedará para siempre la historia del sacerdote asesino, que mató a doce frailes en la abadía más vieja de Europa y que con el paso del tiempo fue conocido en todos los pueblos aledaños al lugar de la masacre como el Padre Muerte.
¿Y tú sabes donde esta tu Dios?
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Asesinos y otros horrores
HorrorAsesino y otros horrores narra historias y relatos sangrientos y terrorificos de asesinos, posesiones y leyendas cada vez que sea posible subire nuevas historias.