Lysandro, parte 3.

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A partir de este momento, puedo decir que comenzó la cuenta regresiva...

Oye, Lysandro. - Me habló, yo la miré. 

¿Qué sucede? - Inquirí.

Tengo algo que quizás te pueda interesar. - Y se detuvo, para sacar algo de su mochila.

¿Qué cosa? - Pregunté, algo confundido. No se me ocurría que podía tener. 

Pero todo se volvió claro cuando sacó mi libreta de su mochila, sentí que todo volvía a encajar en su lugar. 

¡Mi libreta! - Dije, complacido. - Muchísimas gracias, te puedo asegurar que me has salvado. 

Me alegro. - Y sonrió. - La encontré en el bazar, luego de que nos despedimos. Quería dártela antes pero no sabía donde vivías.

Oh, eso es muy amable de tu parte. - Y no pude evitar sonreír. 

No es nada, me gusta ayudar a la gente. - Sonrió a la par, y luego señaló nuestro salón. - Será mejor entrar de una vez, ¿No crees?

Claro. - Le respondí, y entramos. 

Pasamos en silencio, pero puedo asegurar que la mirada fija de la señora Delanay sobre nosotros me hizo sentir algo incómodo. 

¿Se puede saber por qué llegan tan tarde? - Exclamó, interrumpiendo la clase. 

¡Mi culpa! - Dijo ella, yo la miré sorprendido. - Sucede que me caí y me golpeé el brazo, Lysandro me vio en el suelo y me preguntó si estaba bien, me acompañó a la enfermería pero no había nadie, por lo que esperamos un rato pero-

Entiendo. ¿Crees que puedas escribir? De lo contrario, será mejor llamar a tus padres. - Le respondió, aunque más bien la interrumpió.

Mientras ambas hablaban, yo observaba la situación impasible, sin embargo podía escuchar como el resto de la clase murmuraba, y no podía evitar sentirme exasperado. Más que nada porque sabía que Peggy comenzaría con su exhaustiva búsqueda de información que se resumiría en el acoso constante hacia nosotros, preguntas absurdas, y sobre todo, insistencias escandalosas. 

Suspiré hondamente y me dirigí a mi asiento habitual, que naturalmente estaba desocupado. 

Cuando Anna terminó de dialogar con la señora Delanay, comenzó a observar a su alrededor, hasta que depositó su mirada en mí. Señaló el asiento libre, y aunque sabía que quería sentarse conmigo, lamentablemente debí negarme. Realmente quería sentarme con ella pero... por otro lado quería evitar los comentarios innecesario de Castiel luego. Antes había cometido el error de ceder su asiento y el simple hecho de recordar sus acusaciones me generaba un agudo dolor de cabeza. Si hay algo que Castiel puede hacer, es un buen escándalo. 

La clase siguió normalmente, y cuando terminó ni siquiera lo dudé y me dirigí a la azotea, donde sabía que mi escandaloso amigo estaría. Y no me equivocaba.

A partir de ese punto, el día transcurrió normalmente hasta que llegó la hora de volver a casa, ahí volví a reencontrarme con Anna. 

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Aparentemente, ambos debíamos volver en la misma dirección, y eso me agradó. Siendo así, el tiempo comenzó a pasar, los meses avanzaban y el invierno al que tanto le temía, comenzó a quedarse atrás para darle inicio a la primavera más intensa de mi vida. 

9

La inspiración había vuelto, pero a medida que pasaba el tiempo, poco a poco lo que antes eran frívolos textos, ahora estaban llenos de sentimientos dirigidos a ella. Cada día me iluminaba con su sonrisa, me deleitaba con sus alocadas anécdotas, me sugería sinfines de poetas que al final, solo me recordaban a ella. ¿Quien lo diría? Ambos compartíamos el amor por la poesía... sin embargo, no todo era tan bello como me hubiese gustado. Había algo que me molestaba, me dolía, me llenaba de celos: Rafael.

No pretendía hacer nada. En silencio avanzábamos, ella me hablaba y yo la escuchaba, era martes recuerdo. 

Habíamos salido más temprano del instituto, un profesor había faltado. Puedo asegurar que nada fuera de lo normal sucedía, había distancia entre nosotros, ninguno de los dos sugería nada que alguien pudiera catalogar como "sospechoso", pero entonces nos encontramos con él.

Lo vi llegar, su mirada no se despegaba de la mía. Lucía enfadado, pero como yo no tenía motivos por los cuales responder ante su enojo, me quedé quieto, esperando sus declaraciones. 

¿Qué haces con este? - Le preguntó a ella, ignorándome por completo. 

Es Lysandro... volvemos por el mismo camino a casa y... - Se acercó a ella, y tomó su brazo de forma casi violenta. 

¡No recuerdo cuando te dejé salir con otros chicos! - Manifestó, yo me quedé pasmado. 

Me haces daño. - Fue lo que respondió ella, tratando de deshacer el agarre.

No hizo falta decir nada, para que decidiera intervenir. Realmente me indignaban este tipo de situaciones.

No es propio de mi intervenir en conversaciones ajenas pero, definitivamente no dejaré que recurras a la violencia. - Y sin forzarlo demasiado, tomé a Rafael del brazo y lo separé de Anna. 

¿Qué mierda te pasa? - Gritó, y segundos después me empujó, no reaccioné. - No te metas, fenómeno, esto no te incumbe.

Por supuesto que me incumbe, no voy a tolerar que lastimen a una amiga. - Y cuando quise ponerme entre los dos, ella me lo impidió. 

Basta... no sigan... - Susurró, al borde de las lágrimas, yo me paralicé. Mi pecho dolía. ¿Por qué pasaban estas cosas? - Vamos Raf, mejor vamos a casa. 

Mejor, tenemos muchas cosas de las que hablar. - Y por como lo había dicho, comencé a preocuparme. 

La miré con preocupación, incluso estuve dispuesto a intervenir nuevamente... pero cuando la miré directamente a los ojos, noté la desesperación en ellos, el desamparo, la angustia. "Por favor, no" susurró mirándome, y por más que sentía que debía protegerla, no pretendía empeorar las cosas, ¿quien sabe cómo reaccionaría su novio si yo hacía algo más? Definitivamente, no quería perjudicarla. 

Y los dejé ir. Ella caminaba cabizbaja y él, antes de comenzar a caminar me miró con una gran sonrisa y luego se alejó, para alcanzarla. 

Yo, quise gritar. 

Al día siguiente, Anna apareció en el instituto tan radiante como siempre, pero al contrario de ella, yo me sentía tan decaído como somnoliento. No había podido descansar bien, no después de esa escena. 

Castiel volvió a interrogarme, yo lo evadí lo más que puede, por suerte Anna me salvó con una mentira, y aunque no me gustaba, me sentía agradecido. ¿Por qué siempre me salvaba? ¿Cómo lo lograba?

Dicen que uno cuando se enamora, tiende a exagerar... pero no mentía, ella me salvaba constantemente. Me salvaba del aburrimiento, de mi falta de inspiración, de la tristeza, de mis tropiezos, de mis olvidos. Se había vuelto en tan solo unos meses, de las personas más preciadas que había tenido en mi vida entera. La atesoraba demasiado. 

Relatos cortos de Amour Sucré.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora