Lysandro, parte 2.

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La semana se acabó, el día sábado me la pasé acostado. El domingo fue probablemente el mejor día: dormí plácidamente. El lunes, las cosas comenzaron a mejorar. 

Desperté cinco minutos antes de que el despertador comenzara a sonar, lo apagué y cerré los ojos. Había dormido tan bien que no entendía como podía ser eso posible, hacía poco que sufría insomnio y ahora me sentía tan renovado que simplemente no le encontraba una explicación lógica.

Me quedé en mi cama unos momentos más hasta que decidí levantarme, no quería llegar tarde al instituto. 

¿Lysandro? - Fue lo primero que escuché tras entrar a la cocina. - Oh, despertaste. Creí que seguías durmiendo, estaba por ir a despertarte. Buenos días. 

Buenos días. - Repliqué y lo siguiente que hice, fue prepararme un té.

Luego de ese corto diálogo, lo que quedó fue silencio. No solíamos hablar demasiado, pero siempre era así, y más durante las mañanas. 

Después de desayunar, me despedí de Leigh y comencé mi rumbo al instituto. En el camino me vi sumido en mis pensamientos, en los cuales predominaba una idea central: ¿Dónde podía estar mi libreta? Realmente aborrecía cuando esto me pasaba, pero no podía luchar contra ello. Era parte de mi naturaleza. Incluso puedo asegurar que intenté tantas cosas para no perder mi libreta, pero sin embargo, nada resultó como me hubiera gustado. 

Suspiré hondamente y me dediqué a avanzar un poco más rápido, pues según mi reloj, si no apuraba el paso probablemente llegaría tarde. 

¿Por qué tan apurado? - Exclamó alguien por detrás de mí, a juzgar por su hablar burlón, deduje que era Castiel.

No me apetece llegar tarde. - Le respondí, dándome vuelta para encontrármelo de frente. 

¿Y eso por qué? - Inquirió. - ¿Acaso esperas ver a alguien? 

¿Alguien? ¿Quien podría ser? - Me crucé de brazos, y esperé su respuesta. 

Ayer noté como veías a la nueva. Creo que es la primera vez que te veo reaccionar ante alguien, con esto puedo desmentirle a los demás de que no eres algo así como un robot victoriano.  - Me contestó Castiel, con una medio sonrisa en los labios. 

Apreté los labios, pues no supe que responder y solo me dediqué a mirarlo atónito.

¿Te refieres a Anna? - Fue lo único que se me ocurrió, pero antes de que mi amigo pudiera responderme, un tercero habló. 

¿Te refieres a mí? - Manifestó la muchacha, que apareció justo detrás de Castiel. - Wow, ¿Tan famosa me volví que hasta ustedes dos hablan de mí? - Dijo, alegre. Parecía que no había escuchado lo demás, y ante su actitud espontánea e infantil no me quedó más que sonreir levemente. 

¿De dónde salió este pitufo? - Exclamó Castiel, más que sorprendido. 

¿Pitufo? - Rió. - Hacía tiempo que no me llamaban así. ¿Cómo te puedo decir a tí? Mmmm. - Se llevó la mano hacia la barbilla, mostrando una expresión pensativa, luego sonrió. - ¿Y si te llamo troglodita?

Encima de pitufo, es un pitufo confianzudo. Qué tontería. - Sonrió, y me miró. - Que raro eres. - Y lo último, me lo dirigió a mí.

Eeeh, pero si ustedes hablaban de mí. - Se quejó, cruzándose de brazos. 

Siguieron discutiendo al menos cinco minutos más, ver a Castiel entrar en confianza tan rápido con alguien me llamaba la atención, pero lo que más me llamaba la atención, era ella. Tenía esa sonrisa que me deslumbraba, y no entendía porqué. Apenas la conocía y sin embargo, sentía que era una persona de lo más interesante. Pero no podía dejarme llevar, eso sería demasiado impulsivo. Y yo, no era alguien impulsivo.

Disculpen que los interrumpa pero, por más interesante que se haya vuelto esta... conversación, no me gustaría llegar tarde... o mejor dicho, más tarde. ¿Podemos irnos ya? - Resolví luego de ver la hora nuevamente.

Oh disculpa, tienes razón. - Coincidió ella. - Será mejor apresurarnos. 

Entonces, adelántense. Yo entraré más tarde. - Y sacó la caja de cigarros de su bolsilo. - Prefiero esto, antes que escuchar a esa condenada vieja que nos da química. 

Bien. - Suspiré. - Pero por favor no te saltes más clases, Nathaniel te está persiguiendo más que nunca. 

¿Y? Ese delegaducho no me asusta, no es nada más que un pobre diablo. - Bufó. - Mejor váyanse. 

No discutí, no renegué, y solo lo dejé ir porque sabía que Castiel siempre se salía con la suya. Y cuando no era así, siempre estaba dispuesto a ayudarlo para que así fuera, porque también sabía que él haría lo mismo por mí. 

Siendo así, comenzamos a caminar rumbo al salón. Anna estaba callada, pero a juzgar por la manera en la que me miraba de reojo, supuse que algo sucedía. 

Continuará...

Relatos cortos de Amour Sucré.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora