Lysandro.

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Domingo. 

Subí la mirada y al ver por la ventana, noté que llovía ligeramente. 

Me levanté con cuidado de mi asiento y entonces me acerqué para ver más claramente a la calle. El invierno estaba llegando, y eso se notaba en el cielo... eran apenas las cinco y parecía que pronto anochecería. 

Apoyé mi mano en el cristal y suspiré. 

Los días se habían vuelto nefastos, las noches frías y el insomnio me había vuelto una persona un tanto miserable... pero lo peor no era eso. Para mí, lo peor era que difícilmente podía escribir, pues en las últimas semanas, la inspiración me había abandonado totalmente. 

Lunes. 

Anticipando al despertador, me levanté con desgano. Jamás había creído que los lunes fueran días malos. Digamos que, el empezar la semana para mí significaba tener encuentros con personas que quizás me brindarían claves para una buena escritura, pero... esta vez simplemente odié el hecho de que fuera lunes, era algo casi injusto. 

El día transcurrió rápido, no hubo demasiados cambios y la inspiración, seguía desaparecida.

Martes.

Saliendo del instituto, decidí que lo más viable iba a ser dar un paseo, pero conociéndome, me perdería en seguida. Al final, decidí que lo mejor sería volver a casa.

El día transcurrió sin percances. 

Miércoles. 

A primera hora, la directora se introdujo en nuestra clase y nos presentó a una nueva compañera. Su nombre, era tan sencillo y agraciado como lo eran sus sonrisas. Anna, de tez nívea y cabello castaño. Anna, la señorita de voz suave y tranquila. Anna, la persona que no tardó en convertirse en mi musa.

Ese día, se sentó justo frente a mí luego de presentarse. Crucé miradas con ella y eso fue suficiente para que mi cabeza se llenara de ideas, ¿cómo había sido eso posible? No lo sabía, pero me gustaba. 

Jueves. 

El insomnio comenzaba a surtir efecto en mí, el cansancio y la fatiga eran permanentes pero definitivamente no podía dejar que me vencieran, tenía que seguir. 

Los jueves, eran días de ensayo. 

Viernes.

Ya no estaba. Mi libreta se había extraviado nuevamente y eso me exasperaba. No estaba en casa, no estaba en el instituto, ¿cómo podría encontrarla en caso de que se hubiera perdido en la ciudad?

 Últimamente, sentía que nada salía bien.

Ese día me había topado con Anna sin embargo, chocamos en el bazar, literalmente.

Le pedí disculpas, traté de ser breve, pero antes de poder escabullirme, llegó su acompañante. 

- Oh, ¿quien es él? - Preguntó el jóven. 

- ¿Él? Es Lysandro. Es un compañero. 

Asentí. 

- Ah.

- Y él es mi novio, se llama Rafael. 

Volví a asentir, solo para después despedirme cordialmente y retirarme. Por alguna razón, ese encuentro me dejó un sabor amargo en la boca. 

Relatos cortos de Amour Sucré.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora