Relato 516

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Agradecimiento especial para Alison Oropeza, quien me dio la idea.

Lentamente el sueño me abandona, llevándome paulatinamente a la consciencia. Me estiro con calma, ajustando cada hueso de mi cuerpo y bostezando profundamente en el proceso. ¿Cuánto he dormido? Siento que he pasado días sin despertar.

Mientras me hago consciente de mi entorno, un suave tacto gélido se manifiesta en mi espalda, aumentando su intensidad progresivamente. Como amante de lo congelado, disfruto la sensación unos segundos, intentando volver a sumirme en los brazos de Morfeo; pero algo está mal: no debería haber frío alguno. Palpo a mi alrededor y me percato de lo evidente: estoy tirado en el piso. Al levantarme, un fuerte dolor golpea mis sienes y el mundo a mi alrededor gira con brusquedad, causando que mi cuerpo no responda y se precipite de nuevo al suelo, pero logro apoyarme de mi comoda antes de caer, manteniéndome así unos minutos.

Al abrir los ojos observo al espejo, el cual refleja mi rostro. Me encuentro muy pálido y mis labios no están rosados como siempre: son blancos.

—Eso explica el mareo —hablo para mí mismo.

Mi voz es áspera, como la de quien no tiene fuerzas para algo. Y es que carezco fuerzas para cosa alguna: he dormido de más, sin comer ni beber en quién sabe cuánto tiempo. Debo tener las defensas exageradamente bajas.

Libero al mueble de mi peso, permaneciendo inmóvil unos segundos por si mi equilibrio vuelve a fallar. Cuando me aseguro de poder resistir sin soporte, me dirijo al interruptor de la luz con pasos lentos y cortos. Luego de cinco pasos, mi pie derecho impacta con un objeto sólido, escuchándose después el sonido de una botella que cae y gira por el piso. Al principio me asusto y mi cuerpo detiene toda acción física mientras mi mente analiza la información disponible. Siempre reacciono de la misma manera al asustarme y ésta es una de las veces en que lo agradezco; de haber brincado del susto en este estado habríame llevado un mal golpe. Al entender que era sólo eso, una botella, sigo hacia el interruptor.

La luz que se enciende me ciega momentáneamente. Entrecierro mis ojos por unos segundos mientras se aclara mi visión. Lentamente las siluetas de mi habitación se dibujan en el espacio ante mí: todo está desordenado. El colchón está fuera de la cama con las sábanas y almohadas dispersas entre el suelo y la estructura. Mi cómoda está llena de hojas arrugadas, con algo escrito en ellas, que van hasta la papelera y el suelo alrededor de ella. En el suelo hay algunos vasos de plástico con residuos de un líquido color cobre en ellos. Y a mis pies yace la botella, ya vacía, que causó mi susto anteriormente. La levanto para leer su etiqueta: whiskey.

—¿Qué demonios pasó aquí? —Pregunto al aire, tratando de evocar quién sabe qué recuerdos. Me invade un dolor de cabeza más fuerte que el anterior—. Por favor, que no me hayan vuelto las migrañas —me quejo.

Busco mi teléfono entre el apocalipsis que yace en mi pieza, encontrándolo enredado en las sábanas sobre la estructura de la cama. Intento encenderlo, pero me es imposible: la batería está muerta. Observo el cargador en el tomacorrientes al lado de la cama y tomo el cable para conectar el móvil. Un segundo mareo nubla mi vista.

—Primero comeré —digo cuando recupero el control de mi cuerpo—, y luego lo demás.

Dejo mi teléfono sobre la estructura y salgo de mi habitación. En el camino hacia la cocina intento recordar qué hice antes de hoy, pero mi mente es incapaz de traer esas memorias al presente. Sólo consigo más migrañas.

Finalmente desisto de mis vanas tentativas y me abandono a pensar sobre la desagradable sensación que el sueño tiende a dejarme en la boca. Siempre me ha gustado la higiene bucal y esa sensación en específico me resulta muy asquerosa, pero justo ahora prefiero comer a lavarme los dientes.

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⏰ Última actualización: Jul 31, 2017 ⏰

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