Relato 161

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La luna gritó en un alarido que resonaría en la historia. Los árboles, que entonces yacían expectantes ante la escena que se desarrollaba, giraron sus rostros, plasmando una mueca de horror en sus cortezas; sus hojas se bañaron en tonalidades carmesíes, exclamando asco ante el tacto de esa viscosa sustancia; sus raíces, desesperadas, intentaban emerger de la tierra que las apresaba y emprender la huida. Pero no se movieron. Inclusive los murciélagos de la cueva, que eran conocidos por el bosque como los más viles seres que rondaban en la foresta cuando la luna asumía el mandato del cielo, volaron despavoridos, perdiéndose en las alturas, fundiéndose con las sombras.

La monstruosa figura avanzaba sin disimulo, haciendo temblar las bases de la tierra con cada pisada, sin perdonar vida que bajo ella se atreviese a estar, tiñendo de desgracia todo a su paso, trayendo el horror consigo. Con sus garras arrancaba las almas de los cuerpos, en una agonía tortuosa, invocando tormentas de sangre y huesos; con sus colmillos masticaba los cadáveres putrefactos, saboreando la esencia de la muerte, degustando la podredumbre como quien prueba un postre.

Y los animales corrían, horrorizados, por sus vidas; y los árboles rezaban a los dioses por sus almas; y las flores lloraban por sus últimos momentos... pues el hombre había llegado a la foresta.

Cuentos de vida, muerte y sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora