Hora del almuerzo

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Es tarde por la mañana, a pocos minutos para que el reloj de pared del salón marcara, con sus estruendosas campanadas, el mediodía. En el medio de la pared norte de la estancia, una pequeña pizarra con marco de madera, atiborrada de números y letras, fórmulas y cálculos y dibujos y gráficos yace colgada firmemente mediante un clavo. Cerrando el marcador negro, me giro a mi amigo y escruto sus ojos, divisando un destello de confusión. Sonreí un poco.

—¿Me has entendido? —Le pregunto animoso.

—¡Más que al profe! —Exclama de felicidad— Muchas gracias, Ale, me has salvado...

—Para eso estamos —le brindo una sonrisa y él me extiende su mano, la cual estrecho con fuerza.

—Ahora permíteme usar el baño... hace cuatro ejercicios que estoy aguantando —asiento y le indico la dirección del baño. Sale de la estancia con estruendosos pasos: mi casa es tan enorme y tan poco amoblada que el eco resuena en cada resquicio de la construcción. Sin duda es una cámara de los susurros.

El estómago me ruge ferozmente y, en un vuelco que me provoca dolor, llevo mi mano a mi abdomen: el hambre me carcome. Me siento en el banquillo bajo la pizarra y, cruzando las piernas, tomo un espeso volumen de la mesilla, «Geometría Analítica», de Charles H. Lehmann. Abro el libro en la página 191 y comienzo la lectura del siguiente tema para el examen, no sin el sufrimiento del hambre aquejándome.

Escucho los pasos estruendosos de mi padre, ya no provocados por el eco de la casa, pues sus pisadas siempre han sido exageradamente ruidosas, acercándose a la estancia. Cruza el umbral de la puerta y, sin apartar la mirada de las palabras de Lehmann, le reclamo:

—A buena hora has llegado. Estoy muriendo del hambre.

—Yo igual, hijo. Dime, ¿dónde has dejado la comida? —Inquiere y continúa—: No puedo prepararla si no sé dónde está.

Aparto la mirada del libro y, con fastidio, le respondo:

—Hace cinco minutos que fue al baño.

Cuentos de vida, muerte y sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora