c u a t r o

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Jos.

El sonido de personas con maletas en la mano, el ruido de altavoces anunciando el vuelo, su despegue y llegada, las personas gritando por reencontrarse, aturdían mis oídos.

Hacía tiempo no recordaba este tipo de ambiente, pero era necesario estar aquí, en el aeropuerto. Mi hermana; Fernanda, llegaría de su vuelo, desde Inglaterra. Ella había prometido llevarme algún día, aunque yo me negara y le dijera que no me gustaba viajar.

Había estado sentado, máximo unas 4 horas, mientras mi pie izquierdo se movía nerviosamente. La última vez que había visto a mi hermana, fue cuando la despedimos en el aeropuerto, tenia 18 años en aquel entonces y yo tenía 14. Ahora que tengo 17, me he preguntado si ha cambiado. Tres años se han pasado volando.

"Pasajeros provenientes del vuelo de Inglaterra-México, favor de salir por la puerta 15"

Me levanté de mi asiento, y busque con la mirada la puerta 15. Varias personas comenzaban a salir por esa puerta, la emoción la tenía a flor de piel. Mi corazón latía rápido, hasta que la vi. Ahora poseía un cabello castaño y lo tenía más largo.

Sonreí inconscientemente mientras me acercaba para saludarla.

— Fer — susurré al tenerla frente a mi.

Ambos nos dimos un abrazo rápido, y ella río.

— Josesito, te extrañe mucho — respondió mientras sacudia mi cabello. — Sigues igual de feo—  solté una pequeña risa por su comentario.

Tome su equipaje, salimos de aeropuerto muy sonrientes platicando de como le había ido. La ayudé a subirlo a unos de los taxis que siempre esperaban clientes afuera. Le indique la dirección de mi casa al taxista, subimos al auto y esperamos a llegar.

En el camino, ella iba haciendo comentarios sobre las nuevas calles, diciendo "Antes eso era así, y eso no estaba, no recuerdo ver eso...", etc.




















Alonso.

— ¡Baja la voz mujer! ¡No sé donde pusiste el dichoso celular, deberías ocuparte de los mocosos en vez de estar en un maldito aparato electrónico!— los gritos en casa iban aumentando.

— ¡Y tú deberías trabajar! Pero mira, tengo a un inútil en esta casa, sumado a los mocosos que me tocaron como hijos.

Odiaba estar así en casa. Mis hermanos y yo estábamos en el sótano, nuestro único refugio. Mis padres jamás entraban aquí, y agradezco internamente eso. Este lugar es el único a salvo de sus gritos y peleas de todos los días. Y aparte, es cómodo. Hay comida enlatada, más que nada fruta y cremas, hay unas mantas y almohadas (para esas noches en que todo se pone feo), una televisión y al fondo un pequeño baño.

Aquí estábamos seguros, aquí nos gustaba pasar los días. He estado pensando en bajar otras cosas, como mi piano, mi cuaderno de dibujo. Diego quiere bajar su guitarra y su laptop. Y Braulio,  su cuaderno de dibujo y sus crayolas.

Poco a poco, los gritos dejaron de oírse, y sólo se escuchó la puerta principal abierta y segundos después, cerrada de un gran golpe.

"Parece que se han ido a quien sabe donde..." pensé.

Subí las escaleras, y sigilosamente, inspeccionar con la mirada la casa, y en efecto, no había nadie. Suspire y baje a avisar que ya todo estaba bien.

— ¿Cuándo será el día en que podamos estar tranquilos en nuestra propia casa? — murmuraba Diego mientras subía las escaleras.

Sólo me encogí de hombros.

— Algún día — respondí no tan convencido.

Esa era la misma respuesta a la misma pregunta de todos los días. Cada uno de nosotros, entró a su habitación, cerrando la puerta por si alguno de nuestros padres regresaba. Aunque lo dudo, tal vez regresen hasta el día siguiente.

Colores Pastel ↷ Jalonso VillanelaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora