Caminando hacia el Sol

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La lluvia había bajado de intensidad, sin embargo los cielos seguían asediados por nubes grises, desde tonos suaves como la ceniza hasta el plomo. Dafne tomó su sombrilla, saliendo antes que Aidan para no darle refugio hasta la parada. Andrés, su padre, la detuvo. Ella lo miró con muy mala cara: nada de lo que dijera la convencería de compartir su paraguas con él.

Aidan bajó vistiendo un pantalón de mezclilla negro, sudadera manga larga gris, con una camisa verde oliva por encima, la cual llevaba sin abotonar. Se colocó el abrigo de capucha, aprovechando que esa era una de las pocas oportunidades en que la temperatura descendía en la costa.

—¿Ve? —le dijo Dafne a su padre, mirándolo por encima de su nariz—. Lleva tanto trapo encima que no necesita cubrirse más.

—Yo los llevaré hoy —le respondió, mientras Aidan le sonreía triunfalmente a su hermana—. Oye, Daf —dijo bajando la voz, en tono muy amable—, ¿podrás ser capaz de perdonar a tu hermano?

Lanzando un bufido, la chica dio la media vuelta, saliendo de la casa.

—Lo intenté. —Andrés le dijo a Aidan.

—¡Vamos, pá! Eso no será eterno.

Saskia se sentó a comer con su madre

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Saskia se sentó a comer con su madre. Soledad parecía muy concentrada en el plato que tenía ante sí. Esa escena se repetía todas las mañanas. 

Muchas veces, Saskia se distraía pensando en que sí su padre estuviera allí, todo sería diferente. Él sí tendría tiempo para ella. Inconscientemente, culpaba a Soledad por el abandono de su progenitor. Su madre era una mujer fuerte o por lo menos esa era la percepción que tenía de ella.

—¿Qué es la Hermandad? —le preguntó, mientras jugaba con unas fresas.

—¿Perdón? —contestó Soledad, casi atragantándose. Desde que Saskia tuvo uso de razón, ella se afanó por enseñarle todo sobre su Clan. Era su deber como madre, y no le importó descuidar su propio matrimonio por Astrum.

—¿En verdad crees que exista una Hermandad?

—La Hermandad existió hasta que los Dones desaparecieron —le explicó con un tono que denotaba cansancio—. Siempre lo has sabido.

—Sí, mamá, pero... en el caso de que los Dones vuelvan a aparecer, ¿debe existir otra vez la Hermandad?

—Es necesario, Saskia. Los Clanes deben estar unidos, ahora más que nunca. La maldición de Evengeline fue una señal, un signo que nos dijo a todos muy claramente «son débiles». No podemos estar separados.

—Entonces, ¿por qué los Clanes no se mantuvieron unidos? ¿Por qué se dispersaron?

—Tenían miedo. Cuando las personas tienen miedo de algo huyen, se esconden. Quizá también había vergüenza en todo eso. Nunca le dieron la oportunidad a ninguno de los dos de explicar nada, solo se dejaron llevar por la información que Agatha les suministró.

La Maldición de ArdereDonde viven las historias. Descúbrelo ahora