Expiación

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Asombrada, Maia metió una mano apoyándola en el pecho de Dominick. No sabía si gritarle, abofetearlo o conversar con él. Estaba confundida, aquello no estaba en sus planes. Dominick bajó su rostro, intentando reconocer la sensación que el beso le había dejado. Pensó que su cuerpo estallaría de emoción, y sin embargo no fue más que un extraño beso.

—¿Qué...? ¿Qué fue todo esto? —le preguntó, pero no obtuvo respuesta—. ¡Dominick! —le reclamó.

—Lo siento, Maia, es solo que...

No dijo más, y no importaba. Maia redirigió sus piernas al frente, hacia la calle. Sintió rabia, estaba molesta porque tuvo que verlo venir, mas podía comprender a Dominick, tenía que hacerlo: Él era su amigo.

—Lo siento —le rogó—. Soy un estúpido.

—No —le atajó—. No nos martirizáremos con esto —contestó secamente—. Creo que era algo que se supone debía pasar. —Colocó su mano en el aire, invitándole a que la tomara. Él accedió—. Espero que te hayas dado cuenta de lo que sientes.

—A veces pienso —confesó sonriendo— que para ser ciega te das cuenta de muchas más cosas.

—¡Cielos! —se quejó—. ¡Fue como si besara a Gonzalo! —Dominick soltó una carcajada—. Aunque eres bueno, Nick.

—¡Ja, ja, ja! Me imagino que ese fue un cumplido luego de lo de Gonzalo. —Rio—. Sí, fue muy extraño —mintió.

—¿Más extraño que besar a Irina?

—El punto es que a Irina no la respeto, mucho menos la aprecio. Por eso me da igual.

—Bien, no opinaré al respecto. ¿Vendrás a casa?

—¿La invitación sigue en pie?

—Siempre y cuando no me vuelvas a besar.

—Si me das un abrazo, te lo prometo.

Maia sonrió, abrazándolo. En cuanto puso su mano sobre el omóplato de su amigo, sintió el Sello de Aurum golpear con fuerza su palma. El rostro de Maia se desencajó. ¡Aquello no podía ser cierto! ¡Dominick no podía ser uno de los Primogénitos! Mucho menos ser el líder del Clan que había ejecutado al suyo.

Él era lo más cercano a un hermano, siempre había sido su protector. ¿Qué era todo eso? Su corazón comenzó a latir tan aceleradamente, que no pudo evitar descomponerse. 

Dominick sintió como su amiga se contraía entre sus brazos, había sentido un leve hormigueo en su Sello, que atribuyó a la emoción del momento, pero no le hizo caso. 

Maia era ciega, y aún pudiendo ver, jamás se daría cuenta de su Sello, así que hizo caso omiso, hasta que ella comenzó a ponerse mal.

—¿Te sientes bien?

—Sí —mintió, separándose de él, para llevarse las manos a la cabeza—. Creo que han sido muchas emociones por hoy.

—Maia. —Respiró profundo—. Quizá no es el momento más apropiado, pero —se interrumpió—, ¿cuál es el motivo por el que no puedes ver?

El auto de Leticia se estacionó frente a ellos. Gonzalo salió del automóvil con los brazos abiertos.

—Algún día lo sabrás —le dijo levantándose para correr hacia el carro.

—¡Prima! —le gritó Gonzalo, haciendo que ella se detuviera.

Gonzalo no solo la abrazo, sino que la cargó, mientras Dominick los miraba. En ese instante tuvo la sensación de que, después de todo, no conocía muy bien a su amiga.

La Maldición de ArdereDonde viven las historias. Descúbrelo ahora