Buenas Intenciones

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El clima matutino no mejoró. Itzel metió sus manos en los bolsillos de su suéter. Llevaba el cabello recogido en un chongo, dando la impresión de que se acababa de levantar, mas nadie en su sano juicio le preguntaría al respecto.

En la entrada se consiguió con Ibrahim. Este estaba más serio que de costumbre, lo que le llamó la atención, sin embargo no dijo palabra alguna. Eran las seis y cuarto. Toda la Hermandad había sido citada al salón de música por la autonombrada "abeja reina".

Dominick le sonrió al verlos llegar. Estaba sentado en el banco de la batería, con las baquetas en la mano. Iba con una franela blanca, de cuello panadero y franjas horizontales de colores cálidos.

—Al parecer a este no le da frío —murmuró a Ibrahim, medio sonriendo.

Tomaron rumbos diferentes dentro del salón.

Aidan apareció tras ellos. Tenía unas asombrosas ojeras. Itzel no puedo contenerse, comparándole con un mapache. La verdad era que despertarse a las cuatro de la mañana para asistir a una reunión improvisada no le hacía mucha gracia, así que el malhumor que se le notaba en la cara no se le pasaría en todo el día. Se sentó de un brinco en el escritorio, encorvado, introduciendo aún más sus manos en la chaqueta roja, a través de ella se podía ver el pendiente que le había regalado Ibrahim. Los rubios mechones de su frente cayeron sobre sus ojos.

—Debiste pasártela genial anoche —comentó Itzel—. Eres un hermoso osito panda.

—¡Je! Muy graciosa —contestó levantando un poco la vista.

Finalmente, Saskia e Irina aparecieron. La última llevaba una falda y medias pantis, lo que hizo reír a Itzel, aquel no era un estilo propio del trópico, parecía una triste imitación de una actriz de Hollywood.

—Cuidado y cae una nevada —murmuró.

Extrañamente sus comentarios irónicos hicieron reír a Dominick.

—¡Me encanta esa Itzel! —le dijo señalándola con una de las baquetas. 

Itzel le sonrió.

—Bien, creo que ayer todos fuimos atacados —comenzó Irina—. Y si no hubiera sido por mis poderes, quizás muchos no estaríamos aquí.

—¡Pssss! —siseó Ibrahim, dándole la espalda y enfocándose en la lluvia a través de la ventana.

—A ver, su mercé. —Se inclinó Itzel—. No puedo creer que ese libro me esté enseñando a hablar glamorosamente —le comentó a Dominick, para luego redirigirse al pueblo—. ¿Qué es lo que se le ofrece? ¿Acaso quiere que le descuarticemos a una virgen para que sus ansías de poder se vean recompensadas?

—En ese caso tendríamos que matarte —le respondió Irina.

Aquel comentario hizo que Aidan se irguiera mirando con desprecio a Irina.

—¡Ya no te hagas! Todos sabemos que tus intenciones son otras —le respondió tan secamente que Dominick sintió como todo su cuerpo se ponía alerta ante un eminente ataque.

—Tienes razón, Aidan —le confesó Irina—. Creo que todos estos años persiguiéndome han dado resultado, y al parecer has llegado a conocerme... aunque sea un poco. ¡Eres un buen acosador!

—¡Mira, chama! —le contestó Dominick levantándose de la batería—. Es martes, y eso de levantarme a las cuatro para venir a hablar tonterías, por lo menos a mí, no me hace gracia, así que vomita ya lo que tienes que decir. Si no, yo doy por concluida esta reunión —dijo haciendo ademán de marcharse pero Irina lo detuvo.

—No es bueno para Maia que anden con ella —les informó—. Ella no es santo de mi devoción, y todos ustedes lo saben, pero tampoco creo que sea justo que la expongan.

La Maldición de ArdereDonde viven las historias. Descúbrelo ahora