Dones que se Manifiestan

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2017

La playa estaba desolada, como lo estaría un lunes cualquiera, solo se podía ver a unos jóvenes besándose apasionadamente en la suave arena.

Un chico caucásico, de cabellos rubio claro y revueltos, clavó su tabla de surf en la arena. Sonrió de medio lado, mientras metía sus brazos en su traje de neopreno azul marino y verde. Dirigió su mirada al suave mar que se extendía ante él, echó su mano izquierda detrás de su espalda, subiendo el cierre de su traje. Dedicó una despreciativa mirada a la pareja, tomó su tabla amarilla y corrió hacia el agua.

El olor a sal y coco lo invadió. La fría brisa golpeó su rostro refrescando el ardor del sol sobre su piel.

Sintió la calidez del agua mientras se sumergía en ella, se echó sobre su tabla y remó con sus brazos unos metros mar adentro.

El mar estaba en calma, por lo que se sentó en su tabla. Las pequeñas olas comenzaron a mecerlo; tenía la vista puesta en el horizonte. El mar, azul rey, con su suave espuma, combinaba a la perfección con el azul blancuzco del cielo, donde el sol radiante iluminaba el espacio y hacía refulgir las nubes.

-Mar en calma, calor perfecto y unos idiotas perdiendo el tiempo -pensó, mientras volvía su mirada atrás, al horizonte, redirigiendo su tabla-. Tranquilo, Aidan, que tu momento llegará. Será tu ola y la montarás como un profesional.

Tal como si fuera profeta, el mar comenzó a recogerse, se acostó de nuevo en su tabla, lanzándose al encuentro de la que sería su ola. Movió sus brazos con rapidez y la vio. Las aguas comenzaban a elevarse, la concavidad de la ola fue creciendo.

Volteó hacia la orilla, colocándose de espaldas a la ola. Esperó con paciencia por unos segundos, se impulsó en su tabla, con sus dos pies firmemente apoyados en ella, inclinó las rodillas, montando la ola.

Deslizó su tabla, internándola en el tubo que la ola formó, saliendo victorioso de la misma, luego zigzagueó un par de veces, perdiendo su suerte.

Una segunda ola surgió de la nada. No la vio venir, tampoco tuvo tiempo de reaccionar. No podía explicar cómo se había formado, pues no había percibido que el mar se retirara para formar una nueva ola, ni siquiera era una playa con resaca.

En cuanto giró su tabla, el agua lo golpeó, perdiendo el equilibrio; la caída fue cuestión de segundos, pero a él le pareció una eternidad.

-Voy a morir -pensó.

Era un hecho. Su vida había terminado. Nada iba a impedir que su cabeza golpeara la tabla. Quizá se fracturaría el cuello.

Rogó para que la pareja de amantes que había debajo atrás, siguieran en la playa, que por un breve momento se hubieran percatado de su presencia y su desaparición en el mar, de lo contrario se ahogaría.

Se lamentó por llamarlos «idiotas». Se recriminó por pensar tonterías y no buscar la forma de librarse de su situación cuando recordó que su tobillo seguía atado a la tabla, y no pensó más.

Cerrando sus ojos, se entregó a su destino, su cuerpo se hizo liviano, incorpóreo, podía sentir la brisa cruzar cálidamente a través de él.

Pronto se vio cubierto de un amarillo intenso, su piel comenzó a penetrar una materia porosa, deslizándose bruscamente hacia el mar, luego la suavidad del líquido traspasó su cuerpo, lo que le hizo abrir sus verdes ojos.

Moviendo sus extremidades con violencia se dio cuenta que estaba dentro del mar, reteniendo el poco oxígeno que quedaba en sus pulmones, vislumbró sobre él su tabla amarilla, la cual se deslizaba mar adentro.

La Maldición de ArdereDonde viven las historias. Descúbrelo ahora