El Aroma Del Cazador

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        Se habían olvidado del conflicto que los había hecho pelear y caminaban juntos por la estancia mientras Lábiro iba unos pasos más adelante mirando para todos lados; a unos noventa metros vieron la cabaña de la estancia en donde estaban todos los demás escondidos y mirando por las ventanas. No se veía ninguna sombra ni tampoco ningún destello blanco, todo parecía tranquilo, los siete jóvenes giraron un poco para dirigirse a la vivienda pero entonces Lábiro se volteó y les echó una gélida y potente mirada, ellos la entendieron y continuaron siguiéndolo hasta llegar a una ruta en donde estaba el pequeño ómnibus. Éste estaba vacío hasta que ellos entraron; Lábiro ingresó y se puso a manejar rumbo a Alborada. Todos iban en silencio, no se escuchaba más que el ruido del motor. Veinte minutos más tarde Álmiro se puso de pie y camino en dirección al conductor.

        −Disculpe pero ¿podría explicarnos qué eran esas cosas y por qué nos lleva a mi casa? − Le dijo con vos decidida.

        El sujeto apartó la vista del camino solo para mirarlo a los ojos con un poco de desconcierto.

        − ¿De verdad no sabes nada? Uno de tus padres debe tener ojos parecidos a los nuestros que cambian de color, ¿jamás te contaron nada?

        Los otros chicos se miraron, y lentamente se acercaron para sentarse más adelante y oír a Lábiro, excepto Ramiro que se quedó en el quinto asiento pues le dolía su pie.

        −Mis padres no tienen estos ojos, bueno... al menos no mis padres adoptivos. Y en cuanto a los que me abandonaron no me importa mucho su vida y tampoco encontrarlos.

        −Ah, entiendo. Pero no te preocupes es muy común que nuestros padres nos abandonen, por lo menos dentro de nuestra sociedad. Y en cuanto a "esas cosas" solo puedo decirte que eran demonios.

        − ¿En serio? − Pregunto asombrado Álmiro. − Pero el que me atacó no tenía cuernos ni cabeza de cabra. − Agregó recordando a la criatura.

        −No todos ellos son como la biblia suele pintarlos o como la sociedad los cree. − Le aclara Lábiro. − Y todos venían por ti. Pero no les diré nada más, hablaremos cuando estemos seguros en la casa del lago.

        − ¿Cómo sabes en dónde vivo?

        −Te he estado vigilando. Ahora vuelve a tu asiento.

        −Claro, cuando me golpeaste con este colectivo yo estaba corriendo a mi casa. − Recordó Álmiro. − Así supiste a donde vivía.

        −Así es, por suerte te crucé antes porque si no me hubiese pasado todo el día yendo a cada una de las casas de tus compañeros. Ahora hazme el favor de volver a tu asiento.

        El chico se sentó dos asientos más atrás del conductor justo delante de los demás ignorando la sorprendida mirada de su amigo Darío.

        −Tus ojos están tan grises que parecen plateados. − Dijo éste y todos lo miraron.

        − ¡Claro! − Exclamó Ramiro. − de seguro vos estás poseído y por eso atraes esas cosas. Te buscan a vos no a nosotros.

        −Callate idiota, esto me pasó siempre, mis ojos cambian de gris a verde o a azules, salvo algunas noches que...

        − ¡Yo tenía razón! − Lo interrumpió Leandro. − ¡Sos el hijo del diablo! El anticristo.

        − ¡Cállense todos y llamen por teléfono a sus padres para que nos vean en la casa del lago! − Les ordenó Lábiro mirándolos por el espejo retrovisor.

ENTRE ÁNGELES Y DEMONIOS - Las Sociedades OcultasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora