El Viaje

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        Los primeros rayos del sol iluminaron Alborada, las sombras que se habían quedado en la orilla del lago se marcharon ante el fuerte resplandor. Cuando la luz entró por la ventana del living despertó a Lábiro, que dormía en el suelo al lado de un sillón que ocupaba el padre de Leandro. Roberto fue el primero en bajar las escaleras y encontrarse con Lábiro en la cocina que estaba calentando un poco de agua para el desayuno.

        −Buen día, − saludo el padre de Álmiro − ¿todos tienen los ojos parecidos así? − Le preguntó al ver los grises ojos de Lábiro.

        −Buen día. No en realidad; los mestizos, como su hijo, y los puros, como yo, que no pertenecemos a ninguna de las ocho familias Reales tenemos los ojos grises. En cambio los descendientes puros de la familia Real los tienen de color similar a la miel, pero al igual que los cazadores cambian de tonalidad.

        −Qué cosa... ¿también tienen reyes y reinas? − Replicó Roberto.

        −Se podría decir que dentro de nuestra comunidad sí, son un grupo de castas selectas, perteneciente a las familias de los Equilibradores más antiguas.

        El sonido de las escaleras interrumpió su conversación, eran Clara y Sarah que bajaban para ver a sus padres que aún dormían en la alfombra de la sala.

        −Oigan, − les dijo Lábiro desde lejos − despierten a sus padres así van hasta sus casa a buscar ropa que a las ocho y media o nueve nos vamos.

        La madre de Leandro se despertó y se incorporó, frotándose un poco sus ojos se asomó por la ventana y miró en dirección a donde había estado la fogata. Nada, ni cenizas, ni la poca hierba verde se habían secado, todo estaba perfecto como si nunca hubiese pasado nada.

        −Oye Lábiro, ¿Qué vamos a decir si viene la madre del niño de anoche? − Le preguntó Roberto.

        −Que yo sepa anoche solo estábamos todos los que dormimos acá, seis chicos con sus respectivos padres, además usted dijo que ellos me vieron salir a mí con seis chicos. − Contestó él en una forma un poco siniestra.

        Lábiro observó la mirada del anciano y sacando un pequeño frasquito del bolsillo se lo dio y le dijo:

        −Pero si ella insiste en que le digan algo, simplemente denle un poco de agua o algo para beber y pónganle todo el contenido del frasco.

        − ¿Qué es eso? − Le preguntó Noemí que bajaba las escaleras acomodándose el cabello.

        −Es un tónico para aliviar la sensación de ausencia y preocupación que ella tendrá por sus pérdidas. No se preocupen no es veneno ni nada por el estilo. Nosotros no matamos... bueno salvo en algunas ocasiones cuando la situación de supervivencia lo amerita, como tuve que hacer anoche con el padre del chico.

        −Si salimos ahora nos atacarán esas cosas. − Dijo el padre de Ignacio mientras desayunaban.

        −Noo, − dijo efusivamente Lábiro − esos demonios son noctámbulos, se mueven en las densas sombras o en la noche. Pero como el sol está casi en su esplendor ellos no salen a las sombras hasta las tres y un minuto de la tarde.

        − ¿Tres y UN minuto? − Preguntó Susana.

        −A causa de la muerte del hijo de Dios, el número tres, y más específicamente el de la tarde, afecta fuertemente a los demonios, por eso El Prín... el diablo lo retiró de su horario.

        −En cambio usan el horario opuesto para salir ¿no? Las tres de la madrugada. − Acotó el padre de Leandro.

        −En efecto, − confirmó Lábiro − el opuesto al tres es "el menos tres" pero cuando hablamos de horarios serían las tres de la mañana. Aunque a decir verdad, cualquier horario de la noche es el ideal para ellos puesto que los horarios nocturnos representan los números negativos.

ENTRE ÁNGELES Y DEMONIOS - Las Sociedades OcultasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora